Ilustración Víctor Matamoros |
Manolo E. Vela Castañeda
Somos los que sentimos compasión por el prójimo, los que nos indignamos, los que nos informamos y criticamos, los que batallamos, leemos y escribimos. Pero para la gente real, el día empezará y terminará, y lo que nosotros hemos dicho –si es que acaso se enteran– quedará allí, en un bonito recuerdo, pero nada más. Encenderán y apagarán el televisor y volverán a despertarse, para vivir, o apenas sobrevivir.
Y mientras tanto el país se cae, se desmorona, por culpa nuestra ¿Y de quién más? Si fuimos nosotros los que dejamos que esto ocurriera. ¿En qué momento? cuando decidimos dar un paso al costado y dejar la política a otros; cuando nos deleitábamos con las disputas entre las izquierdas; cuando seguimos insistiendo en excluir a otros; cuando definieron nuevos cursos de acción política (crear otros partidos), alrededor de los viejos liderazgos; cuando decidieron –en el momento en que había que hacer el partido– que no había que criticar al Partido de Avanzada Nacional. ¿Y quién más iba a ser culpable de todo esto? ¿La derecha? Si para ellos la política siempre ha sido el arte de hacer negocios. ¿Las elites económicas? Que ya hemos visto cómo, siempre y cuando no les toquen, pactan con quien sea. Guatemaltecos: estamos solos.
Pero es esto –que somos una minoría– lo que no hemos terminado de entender, de asimilar. Nos creemos leones, y creemos que nos ven como leones (así, de importantes); pero en realidad –para nuestros adversarios– somos un ratoncito y la gente nos mira menos que eso.
Cargamos, además, con el peso de las derrotas, muchas. Y este es un estigma. Como siempre hemos perdido, nadie cree que seamos capaces de ganar nada. Nosotros mismos nos negamos la posibilidad de ganar, porque algunos ya ni siquiera creen que esto es posible. Les basta ser testimoniales, estar allí. Se han tomado en serio aquello de que lo importante no es ganar, sino simplemente participar. Y la política –como la vida misma– no está hecha para perdedores.
No contamos con instrumentos políticos habitables, presentables para la gente. Que uno pueda invitar a otros a que se unan, a que lleguen a una reunión, a que se sientan parte de algo. Y entonces, desde hace mucho, no tenemos con qué llevar adelante ninguna batalla.
Seguimos empeñados en los mismos esquemas, radicales, de grandes discursos, las mismas consignas, el mismo lenguaje (revolución, comunistas…), mientras más izquierdistas parezcamos, más seguros nos sentimos. Y mientras tanto seguimos siendo tan incapaces de comunicar. Estamos tan desconectados de la gente real. Tenemos la pretensión de que –como creemos que nos asiste la razón–, como –supuestamente– tenemos las ideas, como nos creemos del lado de “los buenos”, las cosas se van a dar. Seguimos pensando que quienes no nos siguen es porque quieren vivir engañados, porque los han comprado con regalitos … Y la política no funciona así. Este es el corazón de la batalla ideológica y allí es donde hemos sido –también– derrotados.
No hemos entendido que las verdaderas batallas están con la gente real, no con nuestro pequeño círculo de amigos, que nos dicen que sí a todo: que qué bien vamos, que qué bien hablamos, que qué bien quedó el documento, que qué brillantes ideas. Pero ¿a quién estamos convenciendo? A nadie. Y la política consiste en hacer lo contrario: convencer a los que hasta entonces nunca pensaron creer en nosotros; y ser capaces de ilusionar a los que ya habían perdido la esperanza.
Las verdaderas batallas están con la gente real, la que piensa distinto, ese millón de personas que le ha votado a Portillo (1999), a Colom (2003 y en 2007), y a Baldizón (2011). Esa es la disputa estratégica, que es ideológica y organizativa, esencialmente. Porque no hay otra gente, es esa gente o mejor no se hace política. No vamos a encontrar otra gente, en un país remoto, que se halla cruzando la puerta secreta que está dentro de un ropero, como en Narnia. Gente ideologizada, consciente, que de forma automática le votará a la izquierda. Este es el trabajo que hay que hacer: ganar la confianza de la gente, con paciencia, trabajo cercano, resolviendo problemas, dando soluciones, acompañando, escuchando, dialogando, con respeto y humildad. O trabajamos en esto o el país continuará despeñándose más y más.
Si no tenemos dinero, ni medios de comunicación, ¿qué es lo que tenemos nosotros? ¿con qué contamos? Con nosotros mismos, con nuestra honestidad; y también, algo más poderoso: la capacidad de hacer cosas juntos, entre nosotros. La capacidad de juntarnos, de dialogar, de ponernos de acuerdo y de decidir hacer esto y aquello, y de empezar a hacer organización, para hacer cosas que molesten a los poderosos.
Esta semana han terminado de robarnos la justicia a los ciudadanos, ¿y mañana? Traduzcamos la capacidad de indignación que aún nos queda en la construcción de bases organizativas para hacer algo. Es el tiempo de la crisis, de la incertidumbre, pero también de inventar: llegó el momento de hacer algo nuevo.
http://www.elperiodico.com.gt/es/20141123/domingo/5249/Somos-una-minor%C3%ADa-aislada-derrotada-y-sin-instrumentos.htm
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