Bedelyn Esther Orozco Gómez fue portada en el diario. No era modelo ni política, tampoco había estafado al fisco, cumpliría 15 años el 31 de diciembre de este año pero fue condenada sin pruebas por “supuestamente” dispararle a Sirio Neftaly Quevedo García, chofer de mototaxi. En desproporcional y absurda venganza, un grupo de comunitarios de Nueva Santa Rosa, la arrastraron del pelo, patearon, abofetearon, bañaron con gasolina y le prendieron fuego viva. Bedelyn pasó cinco días en el intensivo y falleció en el Hospital Regional de Cuilapa. Según investigaciones de Nómada, lo único que dijo esos días fue que tenía hambre y que le dolía el cuerpo. Estudiaba primero básico en el colegio Fuente de Juventud. Los últimos meses tenía miedo de ir a estudiar. Bedelyn había desaparecido cinco días antes de su casa y se había activado por ella la alerta Alba-Keneth. La figura en llamas de Bedelyn vendió miles de periódicos y encendió el ánimo violento de un país que sabe odiar muy bien. Parecía una postal de la “ánima del purgatorio” de los católicos y una imagen mil veces repetida en nuestro inconsciente: la de la quema de brujas, del “diablo”, la venganza absurda, la del quién me la paga y no el quién me la debe. ¿Quién puede sentir satisfacción en quemar viva a una niña? ¿Quién puede creer que esa monstruosidad puede ser justicia? Con Bedelyn no hubo presunción de inocencia, no tuvo derecho a un juicio ni a una segunda oportunidad. No es la primera ni será la última vez que algo así suceda aquí y parece que nadie hace nada para evitarlo.
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