Opinión: elperiodico.com.gt
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Un azucarado arzobispo
Sobre la dulzura del catolicismo, la publicidad y el monopolio.
Mario Roberto Morales
Pasa por la tele un largo anuncio de Azúcar de Guatemala en el que el presentador afirma haber visitado las instalaciones del monopolio azucarero y atestiguado las excelentes condiciones en que la fuerza laboral desarrolla sus actividades. La cámara muestra comedores limpios, ambientes agradables y semblantes satisfechos.
El presentador no es un merolico cualquiera, sino uno al que la dignidad de su cargo le permite influir sin esfuerzo en millones de creyentes, pues se trata del Arzobispo de Guatemala, cuya imagen gesticulante –ubicada en un recuadro pequeño mientras en el encuadre mayor aparecen instalaciones y personas del monopolio azucarero– convence al televidente de que lo que hace esta empresa en cuanto a sus trabajadores es “positivo”.
El hecho de que el rostro del prelado aparezca inserto en el más amplio encuadre que muestra el lugar físico del monopolio, hace pensar que quizá no visitó los lugares que con tanto frenesí pondera, pues de haber sido así los publicistas no habrían desperdiciado la oportunidad de mostrar su regordeta humanidad in situ, dando con ello un irrebatible testimonio ocular como sustento de sus afirmaciones. Pero como al parecer esto no ocurrió, quizá a su ausencia del lugar se deba que no viera a los tiznados cortadores de la zafra con las espaldas encorvadas sobre los cañaverales chamuscados (aspirando la “nieve negra” que infesta la Costa Sur), ni la condición laboral de la peonada temporaria, y menos el daño ambiental que causa el edulcorado negocio del azúcar.
Vale por ello la pena que el prelado sepa que el precio mundial de una libra de azúcar sin refinar es de US$0.21. Que en 2011, Guatemala obtuvo US$650 millones por la exportación de este producto. Que un 35 por ciento del total producido se vendió localmente a Q3 la libra (US$0.38) al mayoreo (al consumidor se le vende a Q3.75 y Q4), creando un ingreso de US$600 millones. Y que en 2005 el costo de producción local de la libra de azúcar sin refinar era de US$0.08. Es decir que la ganancia en el precio mundial es de US$0.13 (más del 60 por ciento del ingreso total de la venta) y la ganancia en el precio nacional es de US$0.30 (más del 75 por ciento del ingreso total de la venta).
Es bueno que el jerarca entienda que el valor de las mercancías se crea en el proceso de producción y que sus precios se fijan arbitrariamente en el proceso de circulación, que el sector azucarero controla tanto el proceso de producción como el de circulación, y que por eso su mercado interno es cautivo. Asimismo, que los azucareros no pagan a cabalidad los impuestos por sus terrenos aduciendo que los alcaldes locales son corruptos, y que estos admiten que aquellos financian sus campañas políticas. Lo cual ilustra que el monopolio invierte en corrupción pública para evadir impuestos (Inforpress 15-5-05).
El alto precio local del azúcar (mayor que el mundial) les asegura ganancias a los azucareros cuando el precio mundial baja. Pero si ese precio es el más alto en 30 años, ¿cómo explica el prelado el aumento del precio local y que los salarios del sector no aumenten en proporción? Y sobre todo, ¿cómo justifica que un arzobispo –amparado en la dignidad de su investidura– legitime prácticas monopólicas como estas ante una feligresía que no duda de su honestidad como encarnación de las virtudes de Aquél que sacó a patadas a los mercaderes del templo, y de la iglesia que lo representa?
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