“Resistencia” es uno de los conceptos más importantes y bellos que podemos aprender de la cosmovisión maya. Y uno de los más apasionantes y movilizadores. Tampoco es exclusivo de nuestros pueblos originarios porque en otras historias y sociedades también ha tenido presencia en la vida ciudadana y política, marcando momentos cruciales.
Resistir no es solo tener esa capacidad física de detener caminos, entradas a minas, sostenerse de pie en carreteras, avanzar por veredas para expresarse. Es todo eso, pero es más una actitud y una profunda convicción personal y colectiva que se expresa en distintos componentes que no aparecen tan frecuentemente en la cultura occidental.
Por ejemplo, resistir es aparentar conformismo o “baja de brazos” frente a momentos difíciles o de aparente derrota frente a luchas importantes y significativas para la población, no luchas individualistas ni sectarias, ni intereses de grupos, sino de reivindicaciones de pueblos enteros. Pero ese aparente conformismo es un detenerse para saber leer los hechos, para descubrir lo que hay que hacer, y sobre todo, para recuperar la fuerza y la energía espiritual que provee la capacidad para seguir de pie. Resistir siempre es una actitud de lucha activa, aunque parezca agua mansa, aunque no entone gritos ni consignas.
La mirada hacia el horizonte, pase lo que pase, dure lo que dure, es la mayor de las energías para quienes tienen metas claras y objetivos profundos, para quienes están comprometidos con luchas dignas. Se resiste porque se cree en que la utopía deje de ser utopía para luego inventar nuevas utopías. Así, la resistencia constituye la capacidad del no agotamiento espiritual o interior, aunque las condiciones externas o físicas evidencien lo contrario. Quienes hemos tenido la bendición de conocer a mujeres mayas, víctimas de lo peor en el conflicto armado interno, y hemos podido saber de sus sufrimientos, pero también de su fuerza para seguir adelante, para reconstruirse, y luego ponerse al servicio del futuro, más allá de su duro pasado, no podemos dejar de comprender que resistir es una cualidad que debemos aprender en esta sociedad. Porque como nos caemos fácilmente, votamos por quien sea. Como dejamos de tener fuerza, dejamos las luchas a medias, o nos asustamos ante cualquier voz de dictador que escuchemos en cualquier ámbito. Y creemos que la lucha solo sucede en donde estamos o en lo que somos.
Cuando se cree en algo profundamente, cuando se vive feliz y tiernamente con un sentido, resistir es una actitud vital que no evita las penas, las frustraciones y las caídas pero impulsa a las levantadas.
Las pretensiones históricas de los pueblos son las mismas de hace siglos, los métodos tendrán que ser nuevos. Sin embargo, atravesando todo, está esa actitud de resistir que ha evitado el arrasamiento de culturas, de idiomas, de formas propias de ver y sentir la vida, aunque se enriquezca o debilite con otras expresiones culturales, como sucede en todo.
Aprender a resistir frente a los poderes establecidos (en lo político, en lo ideológico, en la vida cotidiana) resulta ser una necesidad de los pueblos en un contexto tan novedoso como es el siglo XXI. Conlleva la espiritualidad interna y pacífica, implica la visión de largo plazo e impulsa a la acción inteligente y sostenida.
Una mirada profunda, tierna y respetuosa a la historia del pueblo maya podría ayudarnos muchísimo en esta necesaria educación política y ética llamada resistencia.
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