Por Gordillo
A diez y seis años de la firma de la paz, Los acuerdos asumidos como compromisos de
Estado, se convirtieron en papel sanitario de larga duración para los chafarotes (Ejército, exmilitares y algunos ex-guerrilleros). Los acuerdos han sido traicionados por unos y por otros, en mayor o menor medida, según el grado de poder político adquirido por parte de los signatarios dentro del gobierno.
Tras su llegada a la presidencia, el militar Otto Pérez Molina es uno de los dos firmantes que más poder ha obtenido. A un año de ostentar el Poder Ejecutivo, se convirtió en el más grande traidor, no por la presidencia misma, sino porque siendo el político más poderoso, hace todo lo contrario a los Acuerdos con los que debería de cumplir. En el año 2000, autodenominado ya como el general de la paz, OPM participó en la Conferencia Internacional “Función Militar y Control Democrático”. Ahí hizo propuestas para la dirección del Ejército en el nuevo milenio. Según él, uno de los objetivos del Golpe de Estado militar de 1982, fue terminar con la injerencia del Ejército en la vida política y efectuar un proceso de transición democrática.
Llegó la democracia electorera y nada cambió. El Ejército siguió controlando a la
población civil y a los políticos después de la tierra arrasada, por la que el general Efraín Ríos Montt es enjuiciado por genocidio treinta años después. El control militar siguió incólume, desde el último piso del Palacio Nacional, la empresa estatal de telefonía, Telgua, y las bases castrenses.
El Ejército también contó con sus redes de comisionados militares, jefes de patrullas de
agresión civil, informantes civiles u orejas. Además de tener su Policía Militar Ambulante para proteger terratenientes y agredir campesinos. Ejerció pleno dominio sobre la Policía Nacional y la Guardia de Hacienda. Estas tres instituciones desaparecieron con los Acuerdos de Paz.
En la Conferencia Internacional, OPM habló de la redefinición del Ejército en una sociedad democrática. A saber, las fuerzas armadas deben estar para defender el territorio nacional, colaborar en casos de desastres, defender la institucionalidad y participar en estadosde excepción, según la ley.
¿Qué hay de esa redefinición del Ejército, ahora que él manda en el Ejecutivo? Nada. El Ejército no defiende el territorionacional. Por el contrario, es testigo o participa de acciones violatorias de la territorialidad, tales como: trasiego de armas de norte a sur y trasiego de personas, drogas, etc., de sur a norte. El Ejército beliceño agrede a pobladores guatemaltecos en la zona de adyacencia y los persigue dentro del territorio de Petén.
El Ejército guatemalteco, el gran cobarde nacional calla frente a cualquier agresión a la
territorialidad, pero no vacila en reprimir a sangre y fuego manifestaciones populares,
campesinas y obreras.
Colabora el Ejército en casos de desastre? Sí. Pero también se unta con las donaciones
que vienen del extranjero. Por ejemplo: cada vez que hay desastres por inundaciones, el
gobierno la hace de limosnero de puentes Bailey ante los países amigos. ¿Por qué desaparecen esas estructuras metálicas después de cada desastre? Pregúntenle a Ingenieros del Ejército.
Los Bailey son estructuras de hierro que como mínimo cuestan un millón de quetzales y duran una eternidad. Si se pierden entre una y otra inundación es porque fueron vendidos para su fundición en la industria metálica, o fueron tendidos sobre ríos, cerca o dentro de fincas de militares o ex-militares. Porque muchos de ellos son finqueros, gracias a que supieron ahorrar de sus míseros salarios como oficiales honrados. Defiende el Ejército la institucionalidad? En teoría, sí. En la práctica, no. El Ejército está marcado por la traición de 1954 y no pasa de esa fecha, aunque se acabó la guerra fría, aunque terminó la guerra interna, aunque se acabaron los fraudes electorales del generalato, aunque llegó la democracia, aunque se acordó la paz, aunque cambió el siglo y arribó la nueva era.
Durante más de medio siglo, el Ejército ha sido el gran desestabilizador, rector político
por la fuerza de las armas y al servicio de sus jefes, de la oligarquía nacional y de los intereses foráneos. Amamantado y destetado por Estados Unidos, el Ejército no cambia, solo se recicla y vuelve a la traición a la patria. Pero, eso sí, siempre vestido de patriota. Ahora con un partido hitleriano dispuesto a seguir matando a la población, como en el pasado. Totonicapán está fresco.
Según OPM, el Ejército debe construir una nueva relación con su sociedad, encarando
la reconciliación y sentándose a discutir su actuar con la sociedad. Qué clase de interlocutor es hoy en día un Ejército que militarizó la Policía Nacional, como en el pasado; que puso asesores con función de orejas en todas las instituciones gubernamentales, como en el pasado; que está integrado por camarillas corruptas como la del Fonapaz para el enriquecimiento de funcionarios y del partido oficial, como en el pasado.
Los militares están cuidando a todos los empresarios organizados, como antes cuidaban a los finqueros con la Policía Militar Ambulante. Ahora poseen armas por más de 30 mil millones de quetzales con cientos de empresas de seguridad, la mayoría de ellas ilegales. Lo peor es que con la venia del ministro de gobernación, otro militar de la guerra: Mauricio López Bonilla. Pero, lo peor de lo peor, es que este otro chafa que ambiciona la Presidencia de la República, quiere emparentar el ministerio con las policías privadas, estructuras clandestinas de sus compañeros de armas.
Frente a esta ola militarista impulsada desde un partido fascista, no queda más que pensar en hordas al servicio de un partido, de la oligarquía y del Ejército, que día a día socavan y expolian a la sociedad. Lo único que queda es preguntarle al primer traidor de la paz: si la militarización del Estado es su política, qué hizo con los Acuerdos de paz, pero, especialmente, ¿dónde se metió el Acuerdo de Querétaro, que destaca la preeminencia de la sociedad civil y la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil?
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