martes, 9 de abril de 2013

"El juicio del siglo"


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El “juicio del siglo”, como le dicen, ha acaparado la atención nacional e internacional. Mucho se ha dicho que sólo está sirviendo para tomar venganza, para abrir heridas, para continuar conflictos.
 
En mi opinión, sobre todo después de escuchar testimonios tan desgarradores como el de las mujeres ixiles esta semana, este juicio es una oportunidad de marcar la historia.
Decir que es un caso complicado es decir poco. Las posturas ideológicas abundan en la discusión de los hechos, oscureciendo la oportunidad de argumentar coherentemente; y no se confundan, esto ocurre de ambos “lados”. Lados que poca validez tienen en el contexto actual. Sobre todo porque a quienes parece importarles, somos pocos. Alguien preguntaba en las redes sociales hace poco, ¿qué opinará la juventud al respecto? Pues yo le respondo, con seguridad, que al 99% de la juventud guatemalteca no le importa. No le importa porque está más ocupada preocupándose de cómo sobrevivir, de cómo comprar, de cómo trabajar, de cómo lidiar con todo lo que significa vivir en este país. Pero sobre todo, no le importa, porque le han enseñado a que no le importe. Nunca se nos enseñó a ponernos en los zapatos del otro, nunca siquiera se nos enseñó qué pasó. Las clases de historia de Guatemala sólo traen vagas alusiones a los mayas y de los cuetes de la independencia. De ahí en adelante, la mayoría sabe lo que sabe por lo que cuentan los papás, los tíos, los abuelos. Hay quienes aún creen la historia de que las fosas comunes son cementerios de las aldeas. Hay quienes no saben siquiera que hay un juicio.

Todas estas historias son de personas de verdad, con un nombre, con una cara, con una familia. Igual 
 que usted y yo.

Si no sabemos qué pasó, no entenderemos nunca que éstas son las raíces de todo lo que nos rodea hoy en día. El martes, un grupo de mujeres ixiles testificó ante la jueza Jazmin Barrios en el juicio. Ellas pidieron que se resguardara su identidad al narrar sus historias. Al día siguiente, se publicaron pequeñas partes de esas historias, con un nombre cada una. No sé si eran sus nombres reales o eran ficticios, pero algo se movió en mí cuando leí mi nombre entre ellos. Margarita. Contaba cómo le habían glpeado tanto en el vientre estando embarazada que perdió su bebé. Otra mujer contaba de una niña de siete años, a quien habían violado tantas veces, que se había desangrado hasta morir. Otra 
contaba cómo le habían disparado en la cara a su esposo, cómo ella había huido hacia las montañas. Todas estas historias son de personas de verdad, con un nombre, con una cara, con una familia. Igual que usted y yo.

Qué mujeres más valientes y admirables, que tres décadas después, están dispuestas a recordar y declarar. Esos recuerdos todavía deben ser dolorosos, todavía deben causar rabia e impotencia y decidir traer de nuevo esos fantasmas al presente, requiere mucho valor. De nuestra parte, de quienes somos jóvenes, requiere por lo menos atención y respeto. Requiere que escuchemos y aprendamos. Requiere, seamos quienes seamos, digamos “nunca más”.
Sea cual sea la resolución del juicio, habrá quién no esté de acuerdo. Habrá problemas, habrá apelaciones, habrá protestas. Se dirá que pesó más un lado o pesó más el otro. Quisiera, sinceramente, que lo que pese sobre todo sea la historia, los hechos y que reconozcamos que estas personas merecen ser escuchadas. Pero temo que seguiremos siendo pocos los interesados, temo que la juventud seguirá alienada de ese pasado que se siente tan lejano pero que nos acecha constantemente. Temo por mi generación, que cierra los ojos y los oídos ante lo que “no le afecta” y prefiere ver sólo su nariz. Temo, porque la violencia sexual sigue existiendo, la discriminación sigue existiendo, el hambre sigue existiendo, la desigualdad sigue existiendo y la espiral parece no tener fin. El juicio del siglo no ha hecho más que sacar a la luz nuestros más escondidos miedos, resentimientos y obstáculos. Temo que no nos demos cuenta a tiempo que el juicio del siglo no es de nadie más que de nosotros como país.

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