MAGALÍ REY ROSA |
Según el Diccionario de la Real Academia Española, racismo es la exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros; es la doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como inferior. Según el Diccionario Libre, es la actitud de rechazo y desprecio hacia las personas que pertenecen a una raza o etnia distinta de la propia, la doctrina que defiende la superioridad de la raza propia frente a las demás.
Pero esas son definiciones de diccionario, que no ayudan a entender a quién, cómo y cuánto afecta el racismo. El racismo produjo excesos terribles, como el genocidio judío en Alemania; en otros lugares genera injusticias, como las que sufren las poblaciones afroamericanas en Estados Unidos, o la exclusión y la discriminación como las que afectan a los pueblos indígenas en Guatemala.
El racismo es un problema grave para toda la población guatemalteca, dividida —casi a mitad— entre ladinos e indígenas, con un muy pequeño porcentaje de ciudadanos de otros orígenes. Ladinos son los descendientes de blancos mezclados con indígenas. Los indígenas se dividen en tres grupos: mayas, con 21 comunidades, cada una con su propio idioma; garífunas, grupo afrocaribeño que habita en la costa caribeña; y xincas, un pequeñísimo grupo que se encuentra en oriente. El racismo afecta negativamente a discriminadores y discriminados, pero no por igual.
El sentimiento de superioridad de los conquistadores, incentivado por el celo de una religión que —en su momento— consideró que los indígenas no tenían alma, fue parte del origen del racismo en América Latina. La ONU acaba de declarar que el racismo y la discriminación hacia los indígenas se mantienen latentes en América Latina, donde sigue vigente el modelo de colonización implantado hace más de 500 años. “La criminalización que hacen los gobiernos latinoamericanos de las protestas de pueblos originarios reflejan las concepciones de los colonizadores de hace más de cinco siglos” señaló Mirna Cunningham, miembro del Foro Permanente de Asuntos Indígenas de la ONU. Según ella, esa forma de pensar considera a todo lo relacionado con los pueblos indígenas “como algo atrasado y salvaje, y además ve al indígena como sospechoso de terrorismo”.
“Las transnacionales se muestran poderosas y cuentan con el respaldo de los gobiernos; algunos de estos son débiles ante las presiones de esas empresas”, agregó, e instó a las naciones que conservan pueblos y grupos originarios a implementar un modelo de desarrollo que respete “todas las formas de vida” y que sea, además, “sostenible”.
En la historia de Guatemala sobran evidencias de que ha habido un racismo criminal, todavía vigente. Los índices de pobreza y de exclusión que mantienen la mayoría de las poblaciones indígenas son prueba de que el Estado aún lo practica, ante la mirada impávida, o cómplice, del resto de la población.
De acuerdo con la Convención de Naciones Unidas sobre racismo, la superioridad basada en diferencia racial es científicamente falsa, moralmente condenable, socialmente injusta y peligrosa. Toca hablar de racismo ambiental.
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