Conozco a Irma Alicia Velásquez Nimatuj desde hace casi 20 años. Tuve la suerte en un viaje a Quetzaltenango, en 1996, durante el gobierno municipal de Rigoberto Quemé Chay, cuando me hizo una entrevista sobre el racismo en Guatemala, a raíz de la primera publicación de mi libro, Guatemala: Linaje y racismo.
Me impresionó su preparación académica, el profundo amor por su país y su interés en conocer y profundizar más en el estudio del racismo y de la discriminación en Guatemala, aspecto poco reconocido por la mayor parte de los guatemaltecos y un tema tabú en la academia en aquel momento, en el que eran muy pocos los académicos que se atrevían a hablar de ello y cuando lo común era negar su existencia.
Iba a ser alumna nuestra en la Maestría en Gerencia, que impartía la Universidad Autónoma de Madrid en Xela, cuando obtuvo la beca Fullbright para ir a estudiar su maestría y posteriormente su doctorado a la Universidad de Austin, Texas. Se graduó con una de las tesis más interesantes sobre racismo y discriminación y como una ironía de la vida, una vez obtenida su maestría, fue expulsada de un bar, propiedad de una de las familias de la oligarquía guatemalteca, en la zona 13, El Tarro Dorado, porque dijeron que “iba vestida de india”. Este acto de racismo vivido en carne propia y toda la protesta que se hizo para denunciar esta acción discriminatoria contra una mujer maya quiché guatemalteca, hizo que Irma Alicia fuera cobrando cada vez más fuerza y coraje y se rebelara contra las enormes injusticias e inequidades de un país racista como el nuestro y que liderara uno de los primeros juicios en contra del racismo y de la discriminación en nuestro país, que por supuesto se perdió, pero fue un hito en la lucha contra el racismo y dejó una huella imborrable en su mente, en su corazón y en sus discursos que le motivaron escribir algunos de sus mejores artículos. En esta ocasión demostró, una vez más, la firmeza de su carácter, la consecuencia de su identidad como maya quiché y su lucha firme en contra de la injusticia y discriminación como mujer y como indígena.
A largo de su carrera académica y profesional, como periodista, ha demostrado una enorme coherencia ideológico-política y su pluma siempre ha estado a favor de los grupos más vulnerables y desfavorecidos y, especialmente en su lucha contra el racismo y la discriminación, campo en donde ha aportado un sinnúmero de conceptos e interpretaciones novedosas.
Tal vez por el hecho de ser una de las intelectuales más brillantes del país, Irma Alicia Velásquez Nimatuj, ha sido de nuevo objeto de un ataque injustificado, intimidatorio y amenazante, cuyo fin es intimidarla y hacerla callar, porque resulta muy molesta y muy inquietante una pluma como la suya, que no tiene ningún inconveniente en denunciar la injusticia, la inequidad y el racismo y porque, a lo largo del juicio por genocidio en contra de Ríos Montt, escribió una serie de artículos muy valientes que ya fueron enormemente criticados por los sectores más reaccionarios y cavernícolas del país.
Pero una vez más, esta mujer valiente y de firmes convicciones, nos ha dado una lección a todos y a todas las guatemaltecas, al no dejarse intimidar por las amenazas de la Fundación contra el terrorismo y su presidente y enfrentar valientemente a dicho grupo, con una excelente carta publicada en elPeriódico, como derecho de respuesta a las acusaciones infundadas de su presidente, Ricardo Méndez Ruiz. En esa carta se niega aceptar su condición de subalternidad, denuncia con coraje las amenazas e intimidaciones, calumnias y falsedades que vierten sobre ella y lo que para mí resulta más importante, reivindica que Guatemala no es de unos pocos que se creen los dueños del país y que consideran a “los otros”, los que no piensan como ellos, como ciudadanos de segunda categoría, como “traidores a la patria” o “terroristas”.
Por el hecho de disentir y denunciar las injusticias y violaciones a los derechos humanos, nos acusan de ser “los rostros de la infamia”, porque hemos apoyado con nuestras denuncias y peritajes, el juicio por genocidio en contra de Ríos Montt y a lo largo de nuestras vidas, hemos luchado por los sectores más desfavorecidos y porque queremos que nuestro país, el de todos los guatemaltecos, sea una nación más incluyente, participativa y democrática en donde todos/as nos sintamos reconocidos, respetados y representados. Sin embargo para estos grupúsculos es un delito disentir, para ellos significa “ser terroristas” y la única forma en que creen que pueden callarnos es intimidándonos y amenazándonos.
He estado en Guatemala durante el juicio por genocidio en contra del general Ríos Montt y he vuelto a sentir en las personas esa sensación de miedo, desamparo, inseguridad e incertidumbre y me he preguntado, ¿en dónde descansan los resortes de este autoritarismo? La respuesta sin duda radica en un único mecanismo “el miedo”, el terror a desobedecer al tirano, el miedo a no ser favorecido o ser tildado de traidor y ser castigado con la ira, la furia, el desprecio o la muerte del autócrata; el miedo a disentir para dejar de ser parte de la mayoría silenciosa, el miedo a ofender al autócrata y causar su enfado, recelo o furia, el miedo a hablar a expresarse libremente.
Lo fascinante de los “autócratas” es que se reproducen en todos los ámbitos de la vida cotidiana, en las familias patriarcales, en los negocios patrimoniales, en los medios de comunicación, en la política. El miedo es la gran arma del autócrata, hacer creer que lo controla todo y que puede dominarnos hasta hacernos callar, por dinero, por favores o prebendas o por la violencia psíquica o física.
Los rasgos de la autocracia se manifiestan de múltiples formas hasta no permitirnos movernos, responder, caminar, decidir, es más no te permite ni siquiera hablar por el temor a ser castigado, ridiculizado, humillado o simplemente descalificado. Estos mecanismos de dominación y de control han creado en Guatemala una forma muy especial de dominación clientelar que sobrepasa el clientelismo de otros países con características similares a las nuestras como, Brasil, Perú, Argentina o México. Nos preguntamos, ¿cuál es la diferencia entre ellos y nosotros los guatemaltecos y los centroamericanos? Resulta difícil de contestar, pero sin duda la diferencia radica en que en el resto de América Latina, esa etapa de autocracia y dictadura, basada en el carisma del jefe y en la obediencia omnímoda del subalterno, finalizó o se vio mermada con la entrada de las democracias o de los populismos o de la economía de mercado y de la globalización, porque la estructura de poder de esas sociedades carismáticas y subalternas no estaban fundadas en el poder omnímodo de las redes familiares como estructuras de larga duración que se reproducen, mimetizan y se transforman , pero que no cambian casi nada desde el siglo XVI hasta el siglo XXI.
En sociedades como las nuestras, por la cultura del miedo y de la subalternidad, cuando muere un autócrata siempre hay otro para reemplazarle, mejor o peor, pero siempre emerge una figura prepotente, soberbia, autoritaria, racista, que está dispuesta a “salvar la patria”, la nación, la familia o los negocios frente a los embates externos del comunismo, del narcotráfico, del terrorismo o de cualquier actor exógeno que se oponga o que ose poner en peligro su dominación. Por eso es que los autócratas no mueren, no porque ellos sean eternos, que afortunadamente no lo son, es porque nosotros con nuestros miedos, inseguridades y angustias, los recreamos, los reproducimos, los agrandamos, cuando en el fondo no son más que tigres de papel, son como el mago de Oz, que atrás de la figura del mago, no hay más que un pobre diablo, con un micrófono para hacerse más grande y más fuerte, no hay más que temor, recelo y desconfianza de ser destronado, no hay más que triquiñuelas baratas e infantiles, estrategias ingenuas y trasnochadas, formas de comprar lealtades y silencios cómplices para sobrevivir, no hay más que amenazas y empleo de la represión y de la violencia como formas de mantener el poder.
¿Hasta cuándo perduran estos autócratas?, es una buena pregunta que la historia suele responder con bastante claridad: hasta que un conjunto de individuos, de ciudadanos, de personas, de pueblos, jóvenes, ancianos, mujeres valientes, como el caso de Irma Alicia y de los ciudadanos/as que están apoyando esta iniciativa, como la comunidad de estudios mayas, hasta que todos digamos: ¡BASTA YA! , no estamos dispuestos a amedrentarnos y a callarnos, ni a inmovilizarnos.
Pero mientras nosotros no les callemos, no les detengamos, no los enfrentemos, les dejemos de votar, no les pongamos en su sitio, no digamos hasta aquí no más: ¡BASTA YA!, van a sobrevivir de generación en generación, intimidándonos en todas las facetas de nuestra vida, familiar, social, política y económica. Hasta que nosotros no pongamos fin a esa forma de dominación arcaica y decimonónica, no tendremos otra forma de entender el poder y de reproducir la dominación y esta forma, va a ser el autoritarismo barato de los autócratas, el poder omnímodo de los dictadores de turno.
Por eso es que el ejemplo de Irma Alicia Velásquez Nimatuj y de los colegas que valientemente han apoyado su carta, debe de servirnos como guía para un gran movimiento ciudadanos/as: ¡BASTA YA!, en donde todos los sectores, mujeres hombres, mayas, ladinos, mestizos, garífunas, profesionales, académicos y de toda índole, iniciemos un movimiento cívico, pacífico y potente que luche contra la autocracia, el autoritarismo y el racismo, que nos permita frenar esta escalada de violencia verbal y real, de intimidaciones y calumnias y que abra nuevas formas de entendimiento y de acción política para la construcción de una nación más plural, más justa y democrática y con mayor equidad de clase, género y etnia.
* La autora es Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. Es profesora titular de Historia de América en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido investigadora principal en múltiples proyectos relacionados con el desarrollo intelectual centroamericano.
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