Texto: Ana G. Aupi y M. Libertad S. Rian
Video: Virginia Paguagua y las 666
Durante los últimos años y específicamente en el 2013 ha habido múltiples denuncias públicas de agresiones sexuales en las filas del movimiento social.
La violencia machista no distingue las banderas y los preceptos y arremete con impunidad todos los espacios de la vida.
Los agresores sexuales en la mayoría de ocasiones están legitimados a lo interno del movimiento social, ya sea por sus amplias capacidades de análisis, su disposición de hacer frente a la embestida de las empresas trasnacionales o sus habilidades en el mundo artístico “alternativo”.
Sea como fuere, hay muchas justificaciones para dejar en la impunidad sus crímenes, ya sea porque “eso va a dividir el movimiento social” o quizá “sólo lo hizo aquel día que estaba borracho” o simplemente “en este momento no es conveniente denunciar, por fines mayores”.
De cualquier forma, las feministas de este país y de muchos otros, estamos acostumbradas a que los que parecían compañeros, dejen de serlo en el momento en que agreden a una de nosotras.
Dentro del movimiento social hay una gran desvalorización de los espacios de mujeres, que no son mixtos, se miran como sectores específicos, no como la representación de un grupo social mayoritario.
Encontramos en muchas ocasiones “compañeros” que se ofenden, cuando nuestros espacios sólo son de mujeres, o cuando no los invitamos, y en el peor de los casos, no les pedimos permiso, haciendo valer, el protocolo, valga decir, que sólo ellos establecieron “de cómo se deben hacer las cosas”.
No es de extrañar que las nuevas generaciones estemos cada vez más reacias a construir alternativas en un mundo mixto, dado que las jerarquías establecidas a lo interno de las filas de la mal llamada “izquierda” están infectadas de machosque hacen valer su voluntad en impunidad.
Cómo nos gustaría a nosotras poder construir alternativas en mundo mixto, pero son pocos, por no decir que nulos, los espacios en los que “los compas” están dispuestos a denunciar, poner su cara, y castigar (aunque sea con el aislamiento) a quienes se atrevan a agredir a una compañera y aun así sigan levantado la bandera de defensa de los territorios.
Por ellos, este 8 de marzo, nuestra reflexión es para ustedes, los compañeros, los que se llenan la boca con la palabra justicia y con la defensa de los territorios de los pueblos.
Nos gustaría preguntarles ¿dónde queda su propuesta para la defensa de nuestro territorio, invadido y saqueado desde hace miles de años?…¿por qué en la marcha apenas encontramos hombres con su propuestas de justicia, con banderas y mantas…?
Nos gustaría preguntarles, ¿qué han hecho ustedes concretamente para que los machos de izquierda no quedaran en la impunidad?
En Guatemala y en muchos países de la región durante el auge del levantamiento popular de los movimientos sociales frente a regímenes dictatoriales, ha dominado el discurso hegemónico que construye e impone la derecha recalcitrante, y en contraposición se ha estructurado un discurso izquierdoso gestado desde el marxismo y la economía política.
Discurso que aborda el tema de la clase en sí y para sí, cuestiona en manos de quién están los medios de producción y el tema de la lucha de clases. Sin embargo poco espacio le queda al cuestionamiento de las relaciones sociales que se establecen en la reproducción de la existencia, y en las relaciones de poder que subyugan a “las compañeras” a dicha actividad casi de forma total.
Es por ello que nos encontramos con compañeros estudiosos del marxismo, de la lucha de clases, que se conciben a sí mismos como proletarios o campesinos, pero que no son capaces de preparar su comida, levantar su traste y lavarlo, o dejar de controlar las actividades y la vida de sus compañeras de vida.
De esa cuenta es que durante muchos años, la izquierda ha invisibilizado las demandas de las mujeres feministas organizadas y sus propuestas de cambio y de relacionamiento a lo interno del movimiento social.
Se nos ha tachado de “odia hombres”, de “aliadas de neoliberalismo” y otras tantas sandeces que buscan la esquiva de la autocrítica necesaria en las filas de la izquierda.
La lesbianidad como una forma de resistir al modelo de familia que reproduce la dominación de las mujeres, ya sean familias de izquierdas o de derechas, ha sido invisibilizada y ninguneada entre las propuestas de transformación de la sociedad.
Los espacios políticos de mujeres son ampliamente desvalorizados, y se conciben como no representativos de los territorios. En cambio, los espacios sólo de hombres, donde parece que no llegamos porque no queremos, y no porque no se toman en cuenta nuestras propuestas, son considerados representativos de regiones o pueblos.
Cabe decir que las mujeres estamos mejor organizadas y tenemos una mayor articulación política nacional que logra, por los vínculos que se establecen, hacer frente a los recelos y desconfianzas de los que esta permeado el movimiento social. Es más, las actividades organizadas entre nosotras normalmente hacen que nos fortalezcamos como aliadas, y no generan las disputas de protagonismo y poder que se dan en espacios que parecen mixtos, pero son principalmente masculinos.
Por ello, en el marco del 8 marzo queremos proponerles, compañeros, esta reflexión…
¿A qué están esperando a poner en cuestión su privilegio, como un punto principal de la agenda de transformación social?
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