firmainvitadaelsalmon in Firmas invitadas
Por Brenda Hernández
Durante todo el mes de marzo y con sobradas razones, se aplauden las luchas y las conquistas de los derechos de las mujeres.
Unas semanas atrás en San José del Golfo se celebró que hace dos años surgiera el movimiento de resistencia pacífica sustentado en esencia por mujeres. Y fue precisamente hace dos años que, al acompañar el caso, conocí a la mujer que representa tal resistencia, cuando de la manera más extrema e intensa que es posible hacerlo se debatía entre la vida y la muerte, en la sala de urgencias del Hospital General San Juan de Dios, uno de los hospitales más precarios del país y cuyas condiciones no hacen más que recordarnos las injusticias del sistema y los niveles de corrupción en el gobierno.
Telma Yolanda Oquelí Véliz fue convertida casi en mártir, y a la vez en sobreviviente por la defensa de la vida –así como lo fuera Yuri Giovanni Melini, en 2008– al lograr recuperarse y regresar a la resistencia denominada La Puya, luego de haber sido impactada por los proyectiles que le dispararon como represalia a su liderazgo, inquebrantable e incorruptible, al frente del movimiento de resistencia pacífica en contra de la Mina El Tambor en el municipio de San José del Golfo, departamento de Guatemala, y cuyo proyecto de extracción de oro, propiedad de Kappes Kassiday & Assoc. y su subsidiaria EXMINGUA,pone en riesgo las fuentes de agua de su comunidad, ese vital líquido sin el cual es imposible la vida.De las más de 700 noches que lleva el movimiento, la del 13 de junio de 2012 ha sido sin duda alguna la más larga, porque aunque ha habido muchas otras bastante tensas, cargadas de acciones de hostigamiento, provocación y agresiones de toda índole en contra de quienes ahí se encuentran resistiendo, esa particularmente quedó marcada en la memoria de la comunidad con el atentado a una de sus fundadoras y representante más identificada. No obstante, sin importar cuán larga resulte la noche, es inevitable que la tierra gire y que en algún momento el punto donde nos hallemos alcance ver la luz del día.
Y así, después de cada una de las noches, han debido pasar también más de 700 días para que llegara uno que se sintiera más largo que los demás. Y ello no se debió a que el sol brillara con más intensidad, ni a que el cielo estuviera completamente despejado, ni porque se le hubiera esperado con tantas ansias, aunque también era el caso, sino porque el 26 de febrero de 2014, luego de varias reuniones de negociación, la empresa contratista de la maquinaria en el proyecto minero inició, desde temprana hora de la mañana, el proceso de salida del equipo que había colocado en el lugar.
A pesar que mi compañero de equipo y yo hicimos malabares para llegar lo antes posible, no fue sino hasta cerca de las 9 de la mañana que arribamos a La Puya.
Pero ya estando a menos de un kilómetro de la entrada al proyecto minero, nos topamos de frente con uno de los primeros camiones que transportaba una retroexcavadora sobre su plataforma en la dirección correcta.
Pero ya estando a menos de un kilómetro de la entrada al proyecto minero, nos topamos de frente con uno de los primeros camiones que transportaba una retroexcavadora sobre su plataforma en la dirección correcta.
No puedo imaginar lo que las personas que llevan tanto tiempo en esa lucha sintieron al verlos; pero para mí fue emotivo, al punto de percibir que mi corazón dejó de palpitar por una milésima de segundo y mi inquietud por llegar finalmente al destino y ver más de cerca esta acción de “retirada” se intensificó. Cinco minutos más y estábamos en medio de la dinámica de acompañamiento y cobertura de medios independientes que se aglomeraban a la entrada para registrar fielmente, cómo una a una fueron apareciendo durante el transcurso del día, desde retroexcavadoras y moto niveladoras de diferentes modelos, hasta mobiliario de oficina de los contratistas en mención, fueran trasportados por ellos o a bordo de vehículos.
Sin embargo, en medio del ruido, el polvo y el calor hiriente de los rayos del sol, era imposible aislarse de lo que realmente sucede en la cotidianidad de la resistencia. Poco a poco, a un ritmo similar en el que salían las máquinas, hacían acto de presencia los humanos con sus rostros regios y apacibles a la vez. Hombres, ancianos, mujeres y niños se dieron cita en ese espacio tan único y que por sus características, no solo de infraestructura sino de tejido social, me hizo sentir lo vivido durante mi infancia en ese período post terremoto de 1976, porque pude ver nuevamente cómo la necesidad de enfrentar una situación de adversidad hizo que se replicara aquí esa forma de solidaridad que logra que el concepto de familia se amplíe al de comunidad.
Pero no se trata de cualquier comunidad, esta es una que cuenta con los engranajes necesarios para funcionar sin detenerse, con exactitud de reloj suizo de la mejor calidad, pero con la naturalidad perfecta de las colmenas en su proceso de llevar miel al panal. Todas y todos aportan dentro de un esquema organizativo que fluye con tal gracia y encanto que invitan a permanecer y compartir con ellas y ellos. El fuego no se apaga y eso es fundamental, porque de manera permanente hay comida siendo preparada y servida con jovialidad por las valientes mujeres, para cualquiera que a ese espacio se acerque. Y sí son ellas, las mismas mujeres aguerridas que con determinación y fe lograron detener al contingente antimotines ese 7 de diciembre de 2012.
Lo único que en ese lugar no se resiste es la tentación de saborear las tortillas recién salidas del comal, acompañadas de frijoles cocidos a fuego lento y ese café que sabe a dignidad. Las más ancianas comparten historias y sabiduría, pero tampoco descansan en su constante ejercicio de oración, sin importar la religión que profesen. Los hombres han contribuido también desde su rol tradicional en construir las “champas”, que cuentan con instalaciones sanitarias y de agua potable mucho más formales que las que existen en las zonas marginales de la ciudad, además de haber instalado un panel solar para proveer electricidad.
En esta dinámica no podían faltar las niñas y los niños, de los cuales algunos incluso han llegado a este mundo en medio de la resistencia, producto del amor que también ahí ha surgido. Ellas y ellos tienen una misión importante, la de arrear gallinas y juguetear con los perros y los gatos, que de manera simpática complementan el cuadro de vida de ese espacio. Pero esencialmente, es la de continuar inspirando a los hombres y mujeres que resisten, recordándoles que es por el amor que les tienen, que en un momento trascendental de su existencia, lograron identificar la manera en que el agua se constituye en la fórmula de la resistencia y de la vida.
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