Hoy
20 de mayo Claudia Paz y Paz ya no es la Fiscal General de Guatemala, su
gestión terminó el viernes 16, sin
embargo en mi corazón de barrio siempre la recordaré como La Fiscal. Pasarán muchos por la misma silla, llegarán a
ese escritorio con la vida vendida al
mejor postor, obedientes a la voz
de mando del amo, se arrastrarán entre la inmundicia de la deshonra para darle continuidad a la impunidad e injusticia.
Serán
llamados fiscales, simples gendarmes del absolutismo. Ruines que a cambio de
una limosna económica y espejismo de poder venderán a su pueblo, seguirán
derramando sangre de personas inocentes para cortar de raíz la identidad e
eliminarán cuanta evidencia y cuanta voz
intente proclamarse en pro de la memoria histórica y la honestidad. Algunos lo harán de propia
mano, otros con una orden, la mayoría tergiversando las leyes y utilizando el
poder de la silla para cumplir los caprichos de quienes han convertido a Guatemala en una enorme fosa
clandestina.
Simples
centinelas del poder corrupto, avaros escudados en un título de universidad,
togados que insultan y avergüenzan la privilegiada educación superior. Dejar lo
más por lo menos: la dignidad a cambio
de dinero y la decencia por una fotografía al lado del patrón.
Con
La Fiscal, el Ministerio Público de
Guatemala vio momentáneamente la luz del día, después de haber pasado décadas
enterrado en una de las tantas fosas clandestinas -lugar al que ha vuelto después del 16 de
mayo-. No la conozco en persona, jamás he cruzado palabra con ella, me separan miles de kilómetros de mi natal
Guatemala pero hasta aquí, hasta este establo lleno a reventar de
indocumentados, llega su luz interior.
Certeza y cabalidad que irradian en su mirada.
La
convicción y la permanencia de un ser humano justo, equitativo, leal y noble se
encuentran en sus ojos: cansados, decentes y con una rareza de infancia que
dejan ver a la niña que asoma en el umbral, para acariciar la vida, para
nombrarla libertad.
Con
ella sucede lo que con pocas personas en
cargos públicos, asaltan las ganas de llamarla simplemente por su nombre, como
en El Sur –de mis amores- Cristina,
Lula, Evo, Pepe, Rafael, como en Cuba al legendario Fidel. Como al inmortal
Hugo Chávez. A ella da gusto decirle
Claudia, como si hubiera crecido en la misma cuadra de arrabal, en la misma
parcela de la Tierra Arrasada. En el mismo campo de refugiados en Chiapas. Es
porque se ganó a pulso, el respeto de quienes sabemos que dio un giro a la
historia de impunidad que ha empañado este país durante décadas, única con el
valor y la responsabilidad que da tener memoria histórica, que se atrevió a
llevar a juicio al dictador y genocida Efraín Ríos Montt.
Alguien
dirá, “que sea la historia quien la juzgue”. No esperemos a que sea la historia
la que le diga que hizo un excelente trabajo
y esto si la dejan que hable con la verdad porque si sigue así mal
contada y manipulada, la historia seguirá diciendo que en Guatemala no hubo
genocidio.
El
día 16 de mayo La Fiscal salió por la puerta grande del edificio del Ministerio
Público, afuera la esperaban cientos de personas y una alfombra de pino,
docenas de claveles rojos, girasoles, gladiolos y vítores. Aclamaban a La
Fiscal de la Honra. Bajó lentamente entre la multitud que coreaba su nombre y
la aplaudía, no se daba abasto recibiendo flores, abrazos, escuchando palabras
de gratitud, entre periodistas, reporteros, fotógrafos, defensores de Derechos
Humanos caminaba la Mujerona con sus colochos hermosos, con su mirada desnuda,
con su sonrisa de niña, con su alma de adolescente y mujer.
Decía
tanto su mirada que a miles de kilómetros de distancia erizó mi piel y aguó mis
ojos migrantes, y hoy hace que mis manos de arrabal le escriban estas palabras
que nacen de los más sublime de un corazón agradecido. ¿Qué hizo por mí? Hizo
que confiara momentáneamente en la justicia de mi país, devolvió la palabra
capaz de enfrentar con dignidad a la
soberbia de unos cuantos. Demostró que la justicia en Guatemala tiene rostro,
voz y entereza de mujer. Demostró que no todo estaba perdido. Recogió las
cenizas y las volvió justicia. Caminó entre zarzas y aunque salió cortada no se
detuvo y continuó hasta al último minutos en la búsqueda de la equidad.
Le
dicen comunista, tratando de deshonrarla cuando el comunismo, el
socialismo y el anarquismo son sinónimos
de equidad. ¿Qué esperaban que fuera? ¿Una traicionera? ¿Una vende patrias?
¿Una avara? ¿Una camisa blanca? Le dicen roja, tratando de desacreditarla, ¿qué
más cumplido que ese? Si la sangre que
nos mantiene vivos es de color rojo. Si la lava que hace despertar los volcanes
es de rojo color flor de fuego.
¿Qué
esperaban que fuera? ¿Una rastrera? ¿Una lambiscona? No jodan.
Qué
más honra que salir por la puerta grande y tener la tranquilidad de haber hecho
el trabajo y demostrado que la tarea no
le quedó grande.
Guatemala
es el país de la perpetua impunidad y
por el Ministerio Público han desfilado los traicioneros más infames de la
historia del país pues han vendido la dignidad a cualquiera que les muestre un
centavo. Pero también por el Ministerio
Público pasó una Mujerona que dejó su huella y que por más que intenten
borrarla no podrán, porque su extraordinaria hazaña pasará de generación en
generación, quienes tenemos memoria histórica, dignidad y sed de justicia le
agradecemos su excepcional aporte en este camino tan lleno de usureros.
Bajó
grada por grada y las personas la
vitoreaban, le entregaban flores, la celebraban, le agradecían, y ella caminaba
entre la multitud, con su mirada despojada de toda presunción, son su sonrisa
de cipota, con la delicadeza y la
serenidad de quien sabe que hizo lo propio y lo imposible.
Tenía
en su mirada el brillo de los ojos de los desaparecidos, los masacrados, los
torturados, tenía en su mirada el grito sonoro de los que desde las fosas
clandestinas en eco de aguacero de mayo le agradecían. Escrito en el candil de sus pupilas los miles
de nombres que la impunidad se niega a mencionar.
En
el umbral de su mirada asomaban los rostros
de las mujeres a las que ella les hijo justicia con la ley en la mano,
la manos tiernas de las crías que están por nacer. Los labios cantores de la
juventud que no duerme.
Caminó
sobre la alfombra de pino y recibió las flores entregadas con amor y escuchó las
voces coreando su nombre, ¡Claudia, Claudia, Claudia!
Eco
que yo escuché hasta aquí y se me
aguaron los ojos cuando vi en su mirada la certeza de quien es culta para
servir. Qué privilegio ha tenido la educación superior de contar entre sus dignas hijas a una niña
de mirada de montañas lozanas, las que aunque arrasadas siempre tendrán la
insurrección de reverdecer.
Y
tenía gladiolos blancos, claveles rojos, y girasoles en sus manos y en su
mirada la grandeza de la humildad.
Ilka
Oliva Corado.
Mayo
20 de 2014.
Estados
Unidos.
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