Cuando era niña recuerdo
que para el Día del Niño en la escuela
era que nos hacían bulla las maestras, nos compraban pastel y nos reventaban
una piñata. Era la felicidad lanzarnos sobre aquel tierrero y caerle encima a
los dulces. También era día de venta de
helados, desahuciada le decía a mi mamá que: mama hoy es mi día necesito que me
des feriado. Qué feriado ni qué ni
mierda, ya te me a alistar que tu hielera de helados te está esperando. En los
días feriados era cuando más vendíamos y el Día del Niño no era la excepción.
Me echaba cinco helados de más y me decía que si los vendía todos, esos cinco eran mi ganancia, qué felicidad
sentía quedarme con el dinero de cinco helados, ¡ganarme la lotería! En ese tiempo los vendíamos a veinticinco
centavos y mi mamá siempre nos daba cinco centavos por helado vendido para que
aprendiéramos a ser independientes con
el dinero desde niñas. Por la tarde nos tocaba ir a vender al Destacamento
Militar de la aldea, pupusas de chicharrón
y atoles, también nos daba cinco centavos por
venta. “Porque así ustedes desde
niñas aprenden a mantenerse solas y para que cuando se casen ningún hijo de la gran
puta las vaya a maltratar y ustedes se tengan que quedar a su lado porque no tengan cómo mantenerse solas , en ese
mismo instante agarran y se van porque para eso las estoy haciendo mujercitas
desde ahorita.”
Lo mismo sucedía con las relaciones sexuales
cuando nos bajó la sangre. “Yo no voy a andar atrás de ustedes, ni me voy a meter a juzgar sus noviazgos –y
nunca lo ha hecho- porque las que van a
vivir con el hombre son ustedes no yo, les doy la independencia ya saben lo que
es bueno y malo y si abren las patas y quedan preñadas se van a desgraciar la
vida, me dolerá en el alma pero habrá sido consecuencia de su decisión y la
tienen que afrontar como mujercitas, y les daré la calle.
Lo que siempre le dolió
y enfureció fue que nunca le llevé novio
a presentar –solo una vez- porque nunca
fui de andar en formalidades ni de seguir normas, pero eso sí, de mi propia
boca le decía, “ando con el hijo de doña fulana, te lo digo con mi boca para
que no te sorprendás cuando te lo digan las vecinas.” ¿Ando, cómo así andás?
¿Andás de novia, de amante, en detalladeras, o de qué putas? Ando de todo.
¡Hija de la gran puta! Pues sí, no de una puta cualquiera mama, soy una hija de
la gran puta, orgullosa sentíte. Me daba un chipotazo en la boca. ¡Cómo si yo
te enseñara a tener trompota de coche! Nunca lloré cuando me pegó, ni una sola
vez y eso la fastidiaba tanto. ¡Llorá te digo! ¡No quiero! ¡Qué llorés o te
malmato a palo! Malmatáme pero no lloro. ¿Por qué? Por que no
se me da la gana llorar. Y así fui siempre, me mordía los labios y no lloraba,
no delante de ella pero sí con mis cabritas y mis marranos cuando los
iba a pastear. Lo que sí es que me agarraba la cabeza contra la pared enfrente
de ella y de toda la familia y nadie se metía, me dejaban hasta que me cansara, y agarraba el ruedo de
mi playera y lo mordía con todas mis fuerzas y también con todas mis fuerzas
daba las trompadas cuando me peleaba con los patojos en la calle.
Los dolores y las
alegrías me los he tragado, lo de llorar
sucedió escribiendo; fueron las letras mi desahogo y el brebaje.
Lo que sí me permitía
ese día –Día del Niño- después de haber terminado los oficios domésticos era
salir a potranquear con los patojos, otra felicidad incontenible la de jugar pelota con ellos,
terminábamos el día recogiendo
carteritas de fósforos en el basurero de la arada y con las mismas jugando
naipe, ése era nuestro naipe en la infancia ya en la adolescencia aquellos se
consiguieron uno que tenía fotografías de mujeres desnudas, no me cayó en gracia
va pero le hice gancho, aquellos a cada rato comparando los melones de las modelos con los nances que yo tenía
estampados en el pecho, pero me tocó aguantarme la jodedera, gajes del oficio al ser la única mujer entre
la manada, pero peor les iba a ellos cuando salían los pósteres de los
jugadores del Mundial de Fútbol.
El día del Niño tampoco
existió para mi mamá ni para mi papá, mucho
menos para mis abuelos y no creo que para Mamita y mis
bisabuelos tampoco. Si a mí me tocó pararme en un pié y sacar fibra a
ellos les tocó volverse adultos cuando apenas despertaban a la infancia. La
edad mental de mis papás calculo que no pasa de catorce años, se quedaron en la
adolescencia, tengo papás que piensan y actúan como adolescentes, creo que ha sido su forma de resistir y de desquiciar a todo lo que les tocó vivir de niños. Y
comprendo muy bien lo que sienten porque
es lo mismo que siento yo, no quiero crecer.
Tengo un recuerdo
imborrable en mi vida, es el de una tarde que llegó mi mamá con el único regalo del Día del Niño, llevaba una
balón de baloncesto y con aquella alegría de niña nos lo dio,
pero primero se puso a rebotarlo
en el patio de la casa, corría alrededor del estanque de agua y llegaba hasta
el chiquero y de ahí regresaba y topaba en el tapial adobe y le daba de regreso rebotando la
pelota y saltando, y reía a carcajadas, corrí para jugar con ella y por primera
vez en mi vida vi a mi mamá convertirse en niña, en una niña viviendo un
instante de felicidad desmedida. Agarré una cubeta plástica y le dije que ésa
era la canasta y ahí tenía que meter el balón, y corríamos las dos como
desquiciadas, sudamos aquella tarde y reímos sin parar. Yo comprendí que el
regalo era para ella, porque mi hermana no era de deportes, los cumes estaban
en pañales y yo que era de fútbol. Mi mamá había soñado con jugar baloncesto
pero mis abuelos no se lo permitieron porque eran demasiadas las
responsabilidades de la casa. El pretexto fuimos nosotras pero ese regalo del
día del niño era para ella y me alegró tanto que comprara ese balón, es una de
las pocas ocasiones en que he sentido una conexión profunda con ella, porque sé
de la carencia y de la alegría de practicar La Pasión.
Para cuando adolescentes
el segundo y último regalo que nos
dio y jamás volvimos a ver uno más fue
para Navidad, no somos de dar regalos esas bullas no van con nuestro clan, pero
en aquella ocasión mi mamá llegó dos días antes de navidad y sacó de su bolsa dos regalos y le dio uno a mi
hermana mayor y otro a mí, en la casa ni para los cumpleaños damos
regalos, lo vemos como poca cosa lo importante siempre ha sido la convivencia y
el tradicional caldo de gallina, los chistes y las historias de cuando nacimos
que cuentan los papás y los abuelos.
Empiezan desde que los asoleados eran novios y de cómo se arrejuntaron o se casaron,
los que se fueron juídos y de cómo las preñadas
parieron en el pueblo una y en el hospital las otras, escucharlos es una
felicidad incomparable porque lo narran con aquel su léxico pueblerino al
estilo Zacapa y Jutiapa. ¡Va pué oh!
Llegó mi mamá con los
dos regalos y sorprendidas los
recibimos, eran dos sostenes, uno para cada una, nos dijo que los había
comprado en oferta, fueron nuestros primeros sostenes, porque ya habíamos pasado la edad los nances y
estábamos en la de los limones mandarina
y no había modo que usando dos playeras cubrieran los picos de volcán
que asomaban, ¡nuestros primeros sostenes! ¡Fui la futbolista más feliz del
mundo! Instantes que son imborrables, mi mamá lloraba de felicidad cuando nos
los vio puestos, porque ella tuvo sostén hasta bien pasados los años de la bulla de la
adolescencia, el dinero nunca alcanzó para esas insignificancias de pubertad ni
del desarrollo.
Por la noche con los patojos jugábamos arranca cebolla,
tenta, policías y ladrones y nos íbamos a dar una vuelta a la colonia aplanando
calles, la marita inseparable y nos juntábamos con los huele pega, con los
moteros y con que se inyectaban de todo. Si para los de mi cuadra la infancia
fue ocre, la de los que vivían en los asentamientos fue oscura y ensombrecida,
el eterno acoso de los lotificadores que llegaban con la policía a intentar
desalojarlos. Medio construían una galera para reuniones comunitarias y que
servía como capilla a donde el padre llegaba a dar misa los domingos, y la
policía llegaba y se las volvía leña.
Los querían fuera, y no
había cupo en la escuela ni en colegios, Ciudad Peronia se sobre pobló, las
marimbitas de niños regados por todos lados, filas por aquí y por allá. Se
propagaron quienes recogían basura y la iban a tirar al barranco del mercado,
los que rajaban y cargaban leña, los repartidores de gas propano, los que
limpiaban el mercado, los que lavaban los autobuses, los que se quedaban a
deshoras relatando la dureza de la periferia. Los que se quedaban hasta horas
de la madrugada esperando a sus papás que llegaban caminando porque los había
dejado el último bus.
Los que madrugaban
acompañando a sus papás que vendían jugos
y desayunos en las pasarelas de la capital.
Las que andaban con sus
hermanos envueltos en perrajes y colgados de la espalda. Las niñas embarazadas
que fueron abusadas por pilotos de autobús en una compra y venta autorizada por
sus mamás. Las que eran hijas de trabajadoras sexuales y que corrieron con la
misma suerte antes de la edad de la primera sangre.
Las abusadas por sus
hermanos, padres y abuelos. Las que fueron abusadas por vecinos o dadas a
cambio de una disculpa en afrenta de maras. A las que les pasaron encima las
maras completas. La que se entregaron a las maras por amor, las que murieron
por amor. Las que se drogaron por amor, desolación y renuncia.
Los hijos de los
migrantes indocumentados que ese día recibían un regalo, los hijos de los que
se fueron de mojados y nunca más se supo de ellos, los hijos de los que
trabajaban en Caminos que veían a sus padres una vez al mes, como yo con el mío
que era piloto de cabezal.
Todos nos juntábamos en
el baile callejero del día del niño. Las edades eran lo de menos, niños y
adolescentes por igual bailando como culebras recién macheteadas. Pasando las
botellas de licor de boca en boca, tomando el mismo vaso, arrinconándonos por
donde nos agarrara la fiebre, unos con
su bolsa de pegamento en la mano, otros con sus cigarros de tusa y papel, unos
recién inyectados o por inyectarse. El
día del niño se rompía una piñata y nos despeltrábamos las rodillas y los codos
recogiendo los dulces en la calle. Era
nuestro día y el licor lo invitaban los adolescentes más diestros en el arte de
pedir fiado en las dos cantinas de la colonia. Éramos las putas y los drogos.
Así nos veían pero éramos más que eso, éramos niños y adolescentes de arrabal,
celebrando a nuestra manera y con nuestros propios medios el día del día. Cuando llegué a la adolescencia cambiamos muchas cosas, antes
del baile callejero organizábamos carreras de encostalados, una cuadrangular de
fútbol masculina y femenina, los trofeos los donaban los vendedores del
mercado. Quedaba prohibido llevar armas
de fuego y corto punzantes y cualquier pelea se tenía que llevar a cabo a puño
limpio y más cuando se trataba de batalles campales, nada de andar
destartalando bocinas y mucho menos reventar botellas de cerveza en la cabeza.
Barríamos la calle en la
madrugada antes de irnos a trabajar y la pintábamos con cal y colocábamos
adornos de nailon. Era nuestro día del
niño organizado por nosotros mismos. Las mamás más emprendedoras se caían con
los panes con frijoles y cuando teníamos suerte panes con pollo. Los papás se
caían con los dulces y los más charas con las botellas de licor.
Era el día nuestro, de
los eternos niños de periferia. La vida
tiene sus recovecos y en la periferia hay que intentar franquearlos, a como se
pueda para que el declive no nos robe la única alegría de ser niños a pesar de
los pesares; con mota, huele pega,
inyecciones y licor, para tratar de
sobrellevar la vorágine del olvido y
exclusión. No culpo para nada la
infancia y adolescencia que se pudre en las cárceles, la mara es el único
refugio cuando la realidad es infernal y
se pierde la noción de los límites, el desamor
y la decepción son abismos profundos.
Quimérico es pensar en
que un día la infancia sea un jardín en flor,
pero es la esperanza la que
embellece el verde encendido en el zacatal. Porque un día será.
Con reverencia a los niños
que habitan el inframundo. Qué la jornada les sea leve, qué la vida no les sea
injusta.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 01 de 2014.
Estados Unidos.
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