viernes, 14 de noviembre de 2014

Letra de inmigrante indocumentada.



El 11 de noviembre de 2003 a la una de la madrugada llegué a Illinois, Estado en el que resido desde entonces.  Llegué en una camioneta Caravan repleta de indocumentados, la primera en ser entregada fui yo, a ellos aún les quedaba más de un día de camino para ser entregados a los dueños  un campo de cultivo en Atlanta,  Georgia,  donde trabajarían como una de esas tantas cuadrillas de indocumentados que pueblan la nación estadounidense.

Llegué con el cuerpo lleno de tunas de cactus, resultado de mi travesía por el desierto de Sonora y Arizona cuando crucé la frontera de la muerte. Procedente de un país centroamericano llamado Guatemala. Llegué como  la mayoría de espaldas mojadas: con una mano adelante y otra atrás y así sigo, en mi oficio de mil usos como lo fui en Guatemala desde niña.

Aquí me volví experta en limpiar inodoros, trapear pisos de madera y aspirar alfombras persas. En limpiar cuidadosamente cristales extranjeros, utensilios de plata y servir el vino  francés en copas italianas.  He conocido a cabalidad el significado y peso de las palabras: mansión,  riqueza y desperdicio. Aquí he venido a conocer un mundo distinto al mío, al de periferia y pobreza extrema.

Vengo de un país en desarrollo que día a día se hunde más, y vivo en otro  donde el capitalismo con todos sus estragos asoma en cualquier esquina. Con sus luces glamurosas que encantan la ensoñación de lo inverosímil,  y también con la alcantarilla donde viven las masas indocumentadas al mandato del patrón anglosajón racista, explotador y señor.

Aquí he venido a continuar mi aprendizaje  vivido en carne propia de,  las humillaciones, la segregación y la injusticia. Llegué estéril, bregando  mi realidad precaria desde niña, para enfrentarme sin armas a la realidad de indocumentada, latinoamericana y de piel oscura. Desconocedora del idioma inglés y de la diáspora. Así despojada de toda ilusión comencé mi andar de inquilina peregrina.

Un día, cansada de mi infortunio y  de caer cada vez más y más hondo en el abismo sin fondo, de llorar la agriada desolación de la irrealización, de lamer la carne viva de mi abandono; en un último intento por rescatar la sonrisa sincera  de la niña heladera, comencé a escribir. Así y ahí comienza la historia de lo que hoy es Crónicas de una Inquilina.

Pertenezco a la generación de la desmemoria por eso desconozco de tantas cosas que para otros ya son agua pasada, crecí vendiendo helados en un mercado sin oportunidad para leer, sin tiempo para realizar mis tareas escolares y vivir una infancia tranquila y de alegría. Mi experiencia es de trabajo como mula de carga a lo largo de mi vida, soy entonces la realidad de un pueblo proletario, obrero y campesino, de la cual no me avergüenzo y es mi honra y por eso camino viendo de frente con la dignidad que da tener los pies descalzos.

Soy la realidad de la indocumentación que viven millones en este país. Y no lo escondo y tampoco le falto el respeto. Soy.

Desde esta experiencia he adquirido una  maestría en  discriminación y racismo. También desde esta ignorancia de pueblo desinformado y crecido en la negación de oportunidad me he ido nutriendo en la curiosidad autodidacta; lo mío es dudar, preguntar, no quedarme con la primera respuesta y saltar obstáculo tras obstáculo que me pone la adversidad en el camino para reforzar mi temple de arrabal, de extranjera y de indocumentada.

Con la autoridad que me da pertenecer a la generación de la desmemoria, a la infancia crecida en la pobreza extrema, a la realidad del andar indocumentado y a la vigencia de post frontera,  escribo artículos de opinión. No me intimida no tener títulos universitarios y no tener la capacidad para debatir  mi sentir y mi pensar, con tono fino y moderado ganado en maestrías y doctorados.

Yo escribo desde mi experiencia de clase, desde mi realidad  y para nada me interesa aparentar. Qué bueno que otros han podido prepararse y cuentan con la educación superior, pero qué mal que ese privilegio no lo utilicen para honrar la venia. Para libertar, para ser voz, para unificar, para ser parte del cambio. Qué mal que esa oportunidad la desperdicien  para el exclusivo beneficio personal.

¿De dónde viene mi fuerza  bizarra? De mi arrabal, de la adolescencia precaria, de la inestabilidad emocional, del estigma por  haber crecido  en una periferia “violenta” para la sociedad, del señalamiento por ser vendedora ambulante, de mi invisibilidad como limpiadora de casas, de mi inexistencia indocumentada.

Escribo desde ahí, desde la avenida donde deambulan las funestas espaldas mojadas. Desde la mano de obra barata. Desde el acento extranjero. Desde la desmemoria. Desde la lucha constante por tratar  entender por qué la dejadez nos aniquila y la mezquindad nos gobierna.

El por qué de la explotación, de la  avaricia, del silencio. Y un río de indignidad se apropia de mis venas: entonces escribo. En las letras he encontrado mi razón de ser, son mi oxigeno, mi voz, mis cinco sentidos, mi irreverencia y mi denuncia. Jamás imaginé que la emigración me haría escribir, al principio como canalización de complejos personales de vaivén fronterizo  y se ha ido tornando en responsabilidad de denuncia social.

Por eso,  porque estoy realizando lo jamás soñado y que le  da razón de ser  a mi existir,  crece el compromiso de corresponderle a la vida con mi denuncia desde mis circunstancias y mi espacio.  Yo quiero que usted tenga claro que cuando lee un artículo mío, está leyendo la letra de una limpiadora de casas, de una vendedora ambulante y de una emigrante indocumentada. No pretenda encontrar adornos, palabras rebuscadas y expresiones auténticas de eruditos, lo mío es el habla mundana de los mercados populares, de los barrios marginados y de los pueblos en tribulación. Lo mío es el sudor de las parvadas que emigran para dejar la vida en el desierto, en los muros fronterizos. Lo mío es el silencio sombrío de la post frontera. Y cualquier día puede ser también,  el silencio de la deportación.

Este artículo tiene su razón de ser,  y no  para contar de mi experiencia migrante sino para agradecer a quienes confían en mi letra, mi denuncia, mi palabra intrépida, en mi esencia mundana, y en mi raíz de arrabal rechazado. En mi experiencia indocumentada y en mi voz de pueblo golpeado. En mi visión de segregada. Y en mi andar de espalda mojada. A ustedes que han abierto sus puertas cuando yo me he acercado a preguntar por una oportunidad.  Este artículo es un descanso bajo la sombra de un amatón, para tomar aire, admirar el paisaje y recuperar fuerzas para continuar.

Gracias por el respaldo  tenaz a Resumen Latinoamericano (Argentina) por darme la oportunidad de ser una de sus corresponsales en Estados Unidos. A Rebelión (España), Adital  (Brasil) La Haine (España) Tercera Información, (España) Columna Digital (Chile), El Ciudadano (Chile)  El Progresista (Puebla, México), Dossier Político (Sonora, México), Zona Crítica, (Tlaxcala, México), Página Digital (Argentina) por la llaneza, el abrigo, la confianza y  mis letras. Recientemente abrieron sus puertas a esta expresión  de proletaria indocumentada:  Aporrea, y  Alianza Alba (Venezuela) agradezco la oportunidad. También gracias a los medios independientes que comparten en sus espacios mis artículos tomados de los Portales mencionados.

Mi reverencia y mi infinita gratitud a la Chicharra Numen por entender los estragos de una mente trastornada y seguir ahí a pesar de los inviernos, con su canto atronador que hace de cualquier enero un agosto de canícula y girasoles.

Me llamo  Ilka  Ibonette Oliva Corado, nací en Comapa, Jutiapa, crecí en Ciudad Peronia y soy Crónicas de una Inquilina. Una inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo.


Ilka Oliva Corado.  @ilkaolivacorado
Noviembre 14 de 2014.
Estados Unidos.


  

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