El 11 de noviembre de
2003 a la una de la madrugada llegué a Illinois, Estado en el que resido desde
entonces. Llegué en una camioneta
Caravan repleta de indocumentados, la primera en ser entregada fui yo, a ellos
aún les quedaba más de un día de camino para ser entregados a los dueños un campo de cultivo en Atlanta, Georgia,
donde trabajarían como una de esas tantas cuadrillas de indocumentados
que pueblan la nación estadounidense.
Llegué con el cuerpo
lleno de tunas de cactus, resultado de mi travesía por el desierto de Sonora y
Arizona cuando crucé la frontera de la muerte. Procedente de un país
centroamericano llamado Guatemala. Llegué como
la mayoría de espaldas mojadas: con una mano adelante y otra atrás y así
sigo, en mi oficio de mil usos como lo fui en Guatemala desde niña.
Aquí me volví experta en
limpiar inodoros, trapear pisos de madera y aspirar alfombras persas. En
limpiar cuidadosamente cristales extranjeros, utensilios de plata y servir el
vino francés en copas italianas. He conocido a cabalidad el significado y peso
de las palabras: mansión, riqueza y
desperdicio. Aquí he venido a conocer un mundo distinto al mío, al de periferia
y pobreza extrema.
Vengo de un país en
desarrollo que día a día se hunde más, y vivo en otro donde el capitalismo con todos sus estragos
asoma en cualquier esquina. Con sus luces glamurosas que encantan la ensoñación
de lo inverosímil, y también con la
alcantarilla donde viven las masas indocumentadas al mandato del patrón
anglosajón racista, explotador y señor.
Aquí he venido a
continuar mi aprendizaje vivido en carne
propia de, las humillaciones, la
segregación y la injusticia. Llegué estéril, bregando mi realidad precaria desde niña, para
enfrentarme sin armas a la realidad de indocumentada, latinoamericana y de piel
oscura. Desconocedora del idioma inglés y de la diáspora. Así despojada de toda
ilusión comencé mi andar de inquilina peregrina.
Un día, cansada de mi
infortunio y de caer cada vez más y más
hondo en el abismo sin fondo, de llorar la agriada desolación de la
irrealización, de lamer la carne viva de mi abandono; en un último intento por
rescatar la sonrisa sincera de la niña
heladera, comencé a escribir. Así y ahí comienza la historia de lo que hoy es
Crónicas de una Inquilina.
Pertenezco a la
generación de la desmemoria por eso desconozco de tantas cosas que para otros
ya son agua pasada, crecí vendiendo helados en un mercado sin oportunidad para
leer, sin tiempo para realizar mis tareas escolares y vivir una infancia
tranquila y de alegría. Mi experiencia es de trabajo como mula de carga a lo
largo de mi vida, soy entonces la realidad de un pueblo proletario, obrero y
campesino, de la cual no me avergüenzo y es mi honra y por eso camino viendo de
frente con la dignidad que da tener los pies descalzos.
Soy la realidad de la
indocumentación que viven millones en este país. Y no lo escondo y tampoco le
falto el respeto. Soy.
Desde esta experiencia
he adquirido una maestría en discriminación y racismo. También desde esta
ignorancia de pueblo desinformado y crecido en la negación de oportunidad me he
ido nutriendo en la curiosidad autodidacta; lo mío es dudar, preguntar, no
quedarme con la primera respuesta y saltar obstáculo tras obstáculo que me pone
la adversidad en el camino para reforzar mi temple de arrabal, de extranjera y
de indocumentada.
Con la autoridad que me
da pertenecer a la generación de la desmemoria, a la infancia crecida en la
pobreza extrema, a la realidad del andar indocumentado y a la vigencia de post
frontera, escribo artículos de opinión.
No me intimida no tener títulos universitarios y no tener la capacidad para
debatir mi sentir y mi pensar, con tono
fino y moderado ganado en maestrías y doctorados.
Yo escribo desde mi experiencia
de clase, desde mi realidad y para nada
me interesa aparentar. Qué bueno que otros han podido prepararse y cuentan con
la educación superior, pero qué mal que ese privilegio no lo utilicen para
honrar la venia. Para libertar, para ser voz, para unificar, para ser parte del
cambio. Qué mal que esa oportunidad la desperdicien para el exclusivo beneficio personal.
¿De dónde viene mi
fuerza bizarra? De mi arrabal, de la
adolescencia precaria, de la inestabilidad emocional, del estigma por haber crecido
en una periferia “violenta” para la sociedad, del señalamiento por ser
vendedora ambulante, de mi invisibilidad como limpiadora de casas, de mi
inexistencia indocumentada.
Escribo desde ahí, desde
la avenida donde deambulan las funestas espaldas mojadas. Desde la mano de obra
barata. Desde el acento extranjero. Desde la desmemoria. Desde la lucha
constante por tratar entender por qué la
dejadez nos aniquila y la mezquindad nos gobierna.
El por qué de la
explotación, de la avaricia, del silencio.
Y un río de indignidad se apropia de mis venas: entonces escribo. En las letras
he encontrado mi razón de ser, son mi oxigeno, mi voz, mis cinco sentidos, mi
irreverencia y mi denuncia. Jamás imaginé que la emigración me haría escribir,
al principio como canalización de complejos personales de vaivén
fronterizo y se ha ido tornando en
responsabilidad de denuncia social.
Por eso, porque estoy realizando lo jamás soñado y que
le da razón de ser a mi existir,
crece el compromiso de corresponderle a la vida con mi denuncia desde
mis circunstancias y mi espacio. Yo
quiero que usted tenga claro que cuando lee un artículo mío, está leyendo la
letra de una limpiadora de casas, de una vendedora ambulante y de una emigrante
indocumentada. No pretenda encontrar adornos, palabras rebuscadas y expresiones
auténticas de eruditos, lo mío es el habla mundana de los mercados populares,
de los barrios marginados y de los pueblos en tribulación. Lo mío es el sudor
de las parvadas que emigran para dejar la vida en el desierto, en los muros
fronterizos. Lo mío es el silencio sombrío de la post frontera. Y cualquier día
puede ser también, el silencio de la
deportación.
Este artículo tiene su
razón de ser, y no para contar de mi experiencia migrante sino
para agradecer a quienes confían en mi letra, mi denuncia, mi palabra
intrépida, en mi esencia mundana, y en mi raíz de arrabal rechazado. En mi
experiencia indocumentada y en mi voz de pueblo golpeado. En mi visión de
segregada. Y en mi andar de espalda mojada. A ustedes que han abierto sus
puertas cuando yo me he acercado a preguntar por una oportunidad. Este artículo es un descanso bajo la sombra de
un amatón, para tomar aire, admirar el paisaje y recuperar fuerzas para
continuar.
Gracias por el
respaldo tenaz a Resumen Latinoamericano
(Argentina) por darme la oportunidad de ser una de sus corresponsales en
Estados Unidos. A Rebelión (España), Adital
(Brasil) La Haine (España) Tercera Información, (España) Columna Digital
(Chile), El Ciudadano (Chile) El
Progresista (Puebla, México), Dossier Político (Sonora, México), Zona Crítica,
(Tlaxcala, México), Página Digital (Argentina) por la llaneza, el abrigo, la
confianza y mis letras. Recientemente abrieron
sus puertas a esta expresión de
proletaria indocumentada: Aporrea, y Alianza Alba (Venezuela) agradezco la
oportunidad. También gracias a los medios independientes que comparten en sus
espacios mis artículos tomados de los Portales mencionados.
Mi reverencia y mi
infinita gratitud a la Chicharra Numen por entender los estragos de una mente
trastornada y seguir ahí a pesar de los inviernos, con su canto atronador que
hace de cualquier enero un agosto de canícula y girasoles.
Me llamo Ilka
Ibonette Oliva Corado, nací en Comapa, Jutiapa, crecí en Ciudad Peronia
y soy Crónicas de una Inquilina. Una inmigrante indocumentada con maestría en
discriminación y racismo.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
Noviembre 14 de 2014.
Estados Unidos.
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