SEMBLANZAS DE:
CARLOS FIGUEROA Y EDNA ALBERTINA IBARRA ESCOBEDO
Tomado del libro:
La solidaridad era la base de sus vidas : en memoria de los mártires desaparecidos y sobrevivientes del magisterio de Guatemala.
Autores:
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO
Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala ODHAG.
https://www.odhag.org.gt/pdf/La%20solidadridaderalabasedesusvidas.pdf
Fotos del documental "Los que sobrevivan, no olviden"
Colaboración de Carlos Figueroa Ibarra.
CARLOS ALBERTO FIGUEROA CASTRO
A los 13 años pudo entrar becado a la Escuela Normal para Maestros de la ciudad de Guatemala.
En 1944, la Revolución de Octubre le dio la oportunidad de hacer una acción práctica en función de una sociedad más democrática y libertaria. Recién graduado de maestro se incorporó a la Guardia Cívica y con ello no se quedó al margen del suceso político más importante de la Guatemala del siglo XX. Trabajó como maestro rural en Usulutlán, El Salvador. Después de un tiempo de trabajar allí atravesó Guatemala, lugar en donde había dejado una novia, para luego seguir su rumbo hacia México, en donde se establecería en Xometla, un pequeño poblado relativamente cercano a las pirámides de Teotihuacán. Allí también ejerció lo que sería una de las pasiones de su vida, la enseñanza.
Después de años de viajes y peripecias regresó a Guatemala, en donde se encontró con un resultado que no por totalmente esperado le resultó menos doloroso. La novia lo había dejado, cansada de esperarlo. Después de una convalecencia amorosa ingresó a la Facultad de Humanidades y tuvo la oportunidad de dar una conferencia sobre socialismo con base en todas las experiencias que había tenido en México. Fue en esa conferencia donde un condiscípulo, León Valladares, le presentó a Edna Albertina Ibarra Escobedo. Vidas paralelas, infancias sufridas y el anhelo de una vida feliz juntos, los llevó a casarse en noviembre de 1951.
Para ese entonces ya había ingresado a las filas del Partido Comunista, después Partido Guatemalteco del Trabajo. Comenzaba una nueva etapa de la revolución con el gobierno de Jacobo Árbenz, en la que las transformaciones políticas que había emprendido Juan José Arévalo se continuarían en las transformaciones sociales que la organización de amplias masas estaba exigiendo. Se convirtió en dirigente del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (STEG). En ese período ejerció como docente en el colegio Guatemala.
Cuando en 1954 regresó la delegación guatemalteca después de haber participado en una batalla diplomática en la conferencia de la OEA en Caracas, fue uno de los oradores que dieron la bienvenida a dicha delegación encabezada por el canciller Guillermo Toriello Garrido y en la cual participaron Miguel Ángel Asturias, Carlos González Orellana y Julio Gómez Padilla, entre otros.
El PGT quedó desorganizado después de la caída de Árbenz. Una parte de sus cuadros y dirigentes tuvieron que asilarse en las distintas embajadas. Se escondió en una finca del director del colegio Guatemala, don Roberto Nocedo Arís. Disfrazado de campesino se encaminó a la frontera de México hacia el exilio.
Únicamente durante esos años le pudo dar rienda suelta a su vocación literaria. Publicó en 1959, editado por Ediciones de la Revista de Guatemala, un libro de cuentos que se llamó “Un carruaje bajo la lluvia”.
La muerte de Castillo Armas creaba una nueva coyuntura política y el PGT buscó aprovecharla llamando a toda su militancia que estuviera dispuesta a terminar su exilio. Atendió el llamado y a mediados de 1958 regresó a Guatemala. Su familia lo siguió pocos meses después y su vida en Guatemala recomenzó. A principios de los años sesenta volvió a la universidad. Fue la oportunidad de retomar sus estudios que habían quedado truncos. Pronto la vida estudiantil se articuló con la militancia política. Fue uno de los fundadores de la Asociación Pro Retorno al Humanismo (APRAH). Esta organización de izquierda derrotó en 1961 a Danilo Barillas, el candidato social cristiano, en la lucha por la presidencia de la Asociación de Estudiantes de Humanidades (AEH). En 1962, cuando se observó la revuelta preinsurreccional de marzo y abril, participó a plenitud en dicho movimiento. En marzo de ese año el coronel Carlos Paz Tejada encabezó el primer intento guerrillero que se observó en el país y la lucha revolucionaria comenzó a radicalizarse. El terrorismo de estado empezó a adquirir rasgos más profundos y devastadores, su casa fue cateada varias veces por las fuerzas de seguridad. Entre los años de 1967 y 1972, tuvo la vida pendiendo de un hilo. Ejercía ya la profesión de psicólogo, se había graduado en 1968.
A su regreso del exilio volvió a ejercer la docencia en el colegio Guatemala y ahora también en el instituto Modelo; continuó ejerciendo como docente hasta el año 1966.
Después de años de terror, en la década de los setenta y particularmente después del terremoto de 1976, la sociedad guatemalteca empezó a vivir una nueva etapa de agitación. Fue toda esa acumulación de fuerzas sin la cual resultaría inexplicable el estallido revolucionario a fines de los setenta y principios de los ochenta. Fueron los años que culminaron en la revolución sandinista que a su vez enardeció los ánimos revolucionarios en toda Centroamérica. Y también enardeció la voluntad terrorista de la dictadura guatemalteca. En 1978 tuvo una última aparición pública: fue candidato a presidente del Colegio de Humanidades por la lista de la izquierda.
El viernes 6 de junio de 1980, durante la dictadura de Romeo Lucas García, a través del aparato del ejército autodenominado Ejército Secreto Anticomunista, fue acribillado junto a su esposa en su auto, después de perseguirlos varias cuadras. En agosto de 1994, 14 años después de aquel aciago día, sus hijos tuvieron la tranquilidad suficiente para llevarlos al lugar donde están definitivamente sepultados. Habían permanecido durante todos esos años en un lugar prestado por una amiga de muchos años, Julita Urrutia. Independientemente de las consecuencias familiares, su muerte tuvo una honda repercusión en el medio de izquierda guatemalteco porque era un hombre muy conocido, también en el ámbito de sus pacientes en el consultorio psicológico. Han pasado casi 30 años desde su asesinato y aun hay personas que guardan una gran gratitud por la ayuda que les significó su conocimiento profesional. Muchos de sus estudiantes que lo tuvieron como maestro en el nivel de secundaria, bachillerato y universitario también resintieron su asesinato.
Fue un hombre sumamente valioso para la sociedad, pero aun cuando no lo hubiera sido, aunque hubiese sido un anónimo campesino, trabajador o estudiante, una persona procedente de los sectores más marginados y olvidados del país, su nombre merecería estar inscrito en los registros de las víctimas del terrorismo de estado implementado por las dictaduras militares en Guatemala.
Su nombre, como el de miles de indígenas, obreros, estudiantes, profesionales, debería estar registrado. En un país como Guatemala, en el que el terror estatal cobra la vida de 150 mil ejecutados extrajudicialmente y 45 mil desaparecidos, hay que hacer hasta lo que se pueda para que las víctimas de un orden excluyente y criminal no se conviertan en una estadística fría y escueta.
EDNA ALBERTINA IBARRA ESCOBEDO DE FIGUEROA
Edna Albertina del Tránsito Asunción Ibarra Escobedo nació el 15 de agosto de 1923 en Momostenango, Totonicapán. Fue hija de Albertina Escobedo y de Carlos Ibarra y Larrave. Tuvo una infancia difícil. Su madre Tinita murió pronto, dejando huér-fanos a ella, a su hermano Jorge y a un muchacho, Enrique, quien murió siendo apenas un niño. Enfrentando a un padre de carácter despótico, el autoritarismo también lo sufrió en el Instituto Nacional para Señoritas Belén, en donde estudió en la época de Ubico.
A los 16 años obtuvo su título de maestra de educación primaria y el mismo significó una oportunidad para salir del autoritarismo ubiquista que se respiraba en Belén y del autoritarismo paterno que la ahogaba en su hogar. Consiguió una plaza de maestra en la cabecera departamental de Chimaltenango, abandonó para siempre la casa paterna y empezó a ganarse la vida como maestra.
Transcurrirían varios años de su vida en estos menesteres hasta que llegó la revolución de 1944. Llegó el momento en que el gobierno de Juan José Arévalo ejercería su impronta en el país. Evidentemente no era lo mismo tener un pedagogo en la presidencia en lugar de un militar cuartelero o un terrateniente que admiraba a Napoleón y que reproducía el oscurantismo heredado de la colonia. Se fundó la Facultad de Humanidades con el concurso de humanistas guatemaltecos y extranjeros. A la par de Enrique Muñoz Meany y José Rolz Benett, la Facultad de Humanidades pudo tener como maestros a exiliados republicanos, tales como el Dr. Román Durán y doña María de Sellarés, quien también le imprimió un cambio notable al instituto Belén.
Fue estudiante de la Facultad de Humanidades en dos períodos distintos, durante los gobiernos de Arévalo y de Árbenz. Interrumpió sus estudios cuando salió al exilio en 1954. Los retomó aproximadamente en 1959 cuando reingresó a la Facultad de Humanidades. Finalmente obtuvo el título de licenciada en Psicología en 1970.
En la Facultad de Humanidades un estudiante nicaragüense, León Valladares, quien después se convirtió en el padrino de su hija Lucy, le presentó a un joven maestro llamado Carlos Figueroa, quien recién llegaba de un periplo como maestro rural en El Salvador y en México. Ese joven estudiante de humanidades fue invitado a dar una conferencia sobre socialismo. Se sintió atraída por su inteligencia y sus finos modales y una vez siendo novios y con perspectivas de casarse, pensó que con el tiempo la afición por el socialismo se le iría atenuando y entonces se convertiría en el hombre perfecto.
Los tiempos de una revolución que se profundizaba exigían de su esposo una dedicación plena aparte de las labores que tenía que realizar para mantener a su familia. Edna soñaba con una vida apacible, con un marido con el cual crecería, envejecería y gozarían a los nietos. Debe haber sido el momento más tenso de sus relaciones porque él ni siquiera tuvo el tiempo para estar en la clínica cuando nacieron sus hijos. Cuando el gobierno de Árbenz cayó, y Carlos pasó a la clandestinidad y al exilio, Edna tuvo que quedarse a cargo de sus dos hijos mientras hacía los trámites para reunirse con él en la ciudad de México. Fueron meses de tristeza, desazón y penurias económicas. Una madrugada, debiendo varios meses de renta, abandonó la casa en la que vivíamos y tomó el avión para México.
Ella nunca hubiera querido regresar a Guatemala. En México tuvo la paz que anhelaba, pero un buen día él le anunció que en unos meses regresaría a Guatemala, ya que el PGT estaba llamando a todos sus militantes a poner fin a su exilio. En agosto de 1958 se reunió la familia, esta vez en la ciudad de Guatemala y una vez más las penurias económicas se unieron a las angustias que originaba su militancia. Volvieron ambos a estudiar a la Facultad de Humanidades a retomar los estudios de psicología que los avatares políticos habían truncado años atrás. Fue en esos años en los cuales ella observó una transformación política notable.
Siguió a su esposo en la fundación, organización y actividades del grupo estudiantil de la izquierda en dicha facultad, la Asociación Pro Retorno al Humanismo (APRAH), en la cual convivieron con los que después serían esforzados militantes revolucionarios. Allí estaban, entre otros, Mario Botzoc Hércules, Carlos Orantes Tróccoli, Roberto Andreu, Mario René Matute, María Rodríguez, Sergio y Elsa Licardie. En el lado de los académicos la lucha la encabezaban Carlos González Orellana, Rodolfo Ortiz Amiel y Héctor Cabrera.
Pasó de ser esposa respetuosa de las ideas de su marido ─sin compartirlas─ a su compañera de lucha. Ese proceso de cambio ideológico tuvo su momento culminante en las jornadas preinsurreccionales de 1962. Durante las jornadas de marzo y abril de 1962 formó parte de los contingentes de mujeres que vestidas de negro se enfrentaron a la policía en el contexto de las manifestaciones y movilizaciones callejeras que se observaron durante aquellas semanas. Los que siguieron fueron años de lucha incansable. Formaba parte del grupo de mujeres que organizaban actividades para los presos políticos, hasta el momento en que los hubo en Guatemala. También participó en reconocimiento de cadáveres en la morgue, en la recaudación de víveres, en la ayuda a familiares de los combatientes. En 1968 sufrió un golpe muy duro. Fue la muerte en combate de Mario Botzoc Hércules, a quien ella llegó a querer mucho. Mario era un joven y ella vio en él un probable destino que enfrentaría alguno de sus hijos y eso la aterrorizó. Desde entonces dejó su participación activa y solamente acompañó a su esposo con su apoyo moral y respeto a sus actividades.
Ejerció el magisterio en la educación pública a nivel primario y en educación de adultos en diversos establecimientos a cargo del Ministerio de Educación Pública. En los últimos tiempos de su vida ejerció labores de supervisión docente, además de tener su consultorio privado de psicología. Disfrutó su trabajo clínico dedicándose sobre todo a los niños. Tuvo siempre los pies en la tierra y una visión muy realista de lo que sucedía, a diferencia del idealismo moral incurable de su esposo.
En la mañana del viernes 6 de junio de 1980 su esposo le dijo que prefería irse sólo al consultorio que ambos atendían. Ella insistió en acompañarlo. Diez minutos después ambos fueron arrasados por la metralla al servicio de la dictadura de Romeo Lucas García.
https://www.odhag.org.gt/pdf/La%20solidadridaderalabasedesusvidas.pdf
Fotos del documental "Los que sobrevivan, no olviden"
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