-Carmen Lugo | ENSAYO–
Un domingo de mayo de 1972 Radio Universidad de México inició la transmisión del programa Foro de la Mujer a cargo de Alaíde Foppa. Muy pronto el Foro se convirtió en un sitio al que llegaban denuncias y protestas, gracias al cual las mexicanas estuvimos al tanto de lo que pasaba en México y en el mundo en relación con este movimiento de mujeres que rompía el silencio que había logrado mutilar durante siglos todas nuestras formas de expresión.
Alaíde trajo al Foro a Susan Sontag, a Dacia Maraini, Kate Millett y a las Marías de las Nuevas Cartas Portuguesas.
Desde el Foro comentó la Conferencia del Año Internacional de la Mujer de 1975, dio cuenta de la aparición de los diversos movimientos feministas de los años setenta; abrió nuevos espacios de búsqueda para la expresión y la nueva identidad femeninas; documentó la lucha por la despenalización del aborto y contra la violencia, y denunció en cada ocasión, al machismo, al abuso de poder y a las injusticias que permean la vida de las mujeres.
Así, casi sin quererlo, el nombre de Alaíde Foppa, para entonces bien conocido como poeta y crítica de arte, se vinculó para siempre a la lucha femenina.
¿Quién era Alaíde Foppa?
Ella lo cuenta en una entrevista publicada en Excélsior en 1981:
… Nací en Barcelona. Mi padre era argentino y mi madre guatemalteca. Viví poco en Argentina y después en Italia. Mi padre estaba en el servicio exterior. En Italia hice mis estudios hasta secundaria. Fui a Bélgica a cursar el bachillerato y de ahí regresé a Roma donde estudié letras e historia del arte. Mis primeros acercamientos al arte y a la literatura fueron en Italia. Escribí mis primeros poemas en italiano.
Mis vinculaciones con América Latina eran muy tenues, por mi formación europea. Guatemala fue el encuentro con la realidad latinoamericana. En ese tiempo el país estaba desgarrado. Llegué en vísperas de la revolución democrática de 1944; viví en pocos meses ese estado de angustia y opresión que ahora se ha renovado y está cada vez peor. Fue la primera vez que sentí a la gente, el miedo, la angustia, la enorme injusticia social, la pobreza, la explotación del indio. Para mí fue impactante. Comprendí que de alguna manera yo tenía que participar de todo aquello…
Aunque había vivido la segunda guerra en Europa, como extranjera no podía participar. Como mi padre era diplomático, me decía siempre: «¡Tú no te me tas!».
Habiendo vivido los últimos años del fascismo entre amigos antifascistas, nunca había podido expresarme, mucho menos manifestar mis simpatías en alguna forma. En Guatemala fue diferente. Estuve ahí el 20 de octubre de 1944 cuando estalló la revuelta popular democrática. Hubo bombazos. Oía las balas muy cerca, cosa que no había vivido en Europa.
Esta vez no quise quedarme al margen. Fui a ofrecer mis servicios al hospital y la primera noche me la pasé metiendo enfermos debajo de las camas porque bombardearon el edificio. Ahí vi los primeros muertos de mi vida. Comprendí qué tan alejada había vivido de la realidad latinoamericana…
Alaíde Foppa pertenecía a varios países, en ella coexistían diversas razas y civilizaciones, pero es indudable que su corazón estuvo siempre en Guatemala. Tan es así que en 1944 se casó con un rico terrateniente que había estudiado derecho en Alemania y regresó a su país para fundar el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). Con él procreó cinco hijos: Julio, Mario, Silvia, Laura y Juan Pablo.
En Guatemala conocí a Alfonso Solórzano, mi marido. Él tuvo que abandonar Guatemala porque su posición resultó demasiado izquierdista para aquella revolución. Entonces vinimos a México para casarnos. Aquí nació mi primer hijo; luego Alfonso fue cónsul en París, ahí nacieron otros dos hijos y yo empecé un doctorado en la Sorbona que nunca terminé. De París volvimos a Guatemala donde Alfonso fue director del Seguro Social, primero con Arévalo y luego con Arbenz; ahí nacieron otros dos hijos…
Alfonso Solórzano colaboró con los dos únicos regímenes democráticos que ha tenido Guatemala: el de Arévalo (1945-1951) y el de Arbenz (1951 1954). Las dos primaveras en la larga noche de la dictadura. Primaveras liquidadas por sendos golpes militares que desde 1954 condenaron al pueblo de Guatemala a vivir sin tierra, sin libertad, sin escuela, sin casa, sin pan y sin trabajo. La dictadura militar lanzó al exilio a miles de familias, entre ellas, la Solórzano Foppa, que se acogió al abrigo mexicano, país del que ya no saldrían hasta su muerte en 1980.
En 1974 asistí a un acto de solidaridad con Guatemala, ahí conocí a Alaíde Foppa. Una semana después ella me invitó a participar en una librería feminista que atendíamos en la Casa del Lago, junto con Margarita García Flores y Fanny Rabel. Alaíde organizó también un grupo de discusión: Tribuna y Acción para la Mujer (TYAM), de ahí nació Fem.
En 1975, junto con la escritora Margarita García Flores, Alaíde decidió publicar «… una revista feminista de análisis, discusión y lucha que diera cabida a la creación literaria de mujeres que escriben con sentido feminista y que contribuyen con su obra al reconocimiento de ese nuevo ser libre, independiente, productivo…».
Una revista que entendía la lucha de las mujeres vinculada a la lucha de los oprimidos por un mundo mejor. Alaíde financió la publicación con sus propios medios y junto con Margarita creó la sociedad civil Nueva Cultura Feminista, responsable de la publicación de la revista Fem.
Fem nació en el acogedor estudio de su casa en la colonia Florida. En ese estudio nos reunimos durante años semanalmente para leer, discutir y seleccionar el material publicable en la revista. Alaíde fue siempre la líder natural de Fem, era la que mejor escribía, la que sabía más, la que tenía mejor carácter.
Bien dijo Elena Poniatowska:
… a Fem dedicó mucho de su esfuerzo y de su tiempo. Era el alma de la revista. El núcleo que aglutinaba, la que mejor escribía; ella sabía escuchar y tenía las posibilidades de convocar. Su buena educación, su buen corazón y la intención noble de sus palabras y acciones hicieron que Fem encabezara siempre causas justas, defendiera injusticias y desamparos, optara por las más débiles y discriminadas: los grandes sectores de mujeres explotadas y marginadas
Su sólida cultura, su conocimiento de los clásicos –del latín y el griego– la posibilitaban para manejar pulcramente el idioma. Las únicas veces que la recuerdo molesta era ante los textos plagados de adjetivos. La misma pulcritud de su persona y de su casa habitaba su escritura.
Su prosa era un reflejo fiel de su apariencia exterior, tan convencional que al principio le atrajo el rechazo de las «feministas radicales» que no le perdonaban su aspecto burgués.
Lo mismo pasaba en el consejo universitario, ¿cómo explicar que una señora de aretes de turquesa y guantes votara siempre por las decisiones más democráticas? Su discurso libertario estuvo siempre en aparente contradicción con sus intereses de clase. Sin embargo, Alaíde conquistó en poco tiempo el respeto de los grupos más comprometidos con el arte, la liberación de América Latina, los derechos humanos y la liberación de las mujeres.
Todos se preguntaban a qué hora hacía Alaíde tantas cosas.
Desde 1965 era maestra de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde varios cientos de mujeres recibieron sus enseñanzas en la cultura italiana y clásica; conducía su programa de radio, impartía la cátedra de sociología de la mujer en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM que ella misma creó; publicaba críticas de arte en prácticamente todos los suplementos culturales y se daba tiempo para participar en Amnistía Internacional y en la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión (AIMUR).
Fundamentalmente, Alaíde era una mujer mundana, ágil, sicoanalizada, dueña de un especial encanto y un extraordinario sentido del humor.
Contaba –muerta de risa– las anécdotas de sus cursos en la universidad: en una ocasión le tocó un grupo realmente malo. Los alumnos desconocían el tema. Para iniciar la discusión, ella les dejó un ejercicio: «¿Qué es el feminismo?». Un alumno contestó: «feminismo es cuando una persona, generalmente un hombre, quiere ser mujer…».
Su hija Laura recuerda el carácter despistado de su madre: todo lo perdía. Dentro de lo eficiente que podía ser Alaíde, ahí estaba el auto chocado, el cuaderno de notas olvidado en un café, el texto de su conferencia olvidado sabe Dios dónde.
El rasgo más notable de su personalidad era su generosidad. De sus viajes volvía siempre cargada de regalos para todas: collares de plata, pañuelos, artesanías, grabados y manzanas. Las manzanas le encantaban. Cada Navidad nos regalaba manzanas de ónix, de cristal, de madera…
Tenía un absoluto despego por los bienes materiales. En una de tantas ocasiones en que Fem no salía por falta de dinero, recurrió a sus amigos artistas, los que respondieron de inmediato. De repente había cerca de sesenta obras de las mejores firmas: Corzas, Toledo, Cuevas, Ehrenberg, Rabel, Belkin y tantos otros. Alaíde decidió organizar una rifa con aquellos tesoros para seguir publicando Fem sin tener que recurrir a la publicidad mercantil o a algún tipo de subsidio.
Alaíde no sólo era generosa con las cosas. También lo era con su tiempo. Aceptaba cuanta invitación le hacían las universidades de los Estados y los grupos feministas de los lugares más recónditos. Allá iba, en autobús o manejando ella sola. Dirigía tesis y asesoraba a sus alumnos. En una ocasión llegaron a consultarla dos estudiantes francesas que trabajaban sobre muralismo. Alaíde leyó la tesis y les hizo observaciones. Una noche, las francesas caminaban a su hotel cuando a punta de pistola fueron subidas a un auto sin placas de circulación y equipado con potente radio de banda civil, que pertenecía, evidentemente, a la policía. Las jóvenes fueron violadas tumultuariamente por tres policías en un paraje de la carretera a Cuernavaca y luego abandonadas sin ropa… Su pasaporte, su boleto de regreso a su país, su dinero y las cientos de transparencias para su tesis habían sido robados.
Alaíde me llamó indignada un domingo a altas horas de la noche y allá fuimos, venciendo mi pereza y resistencia, a levantar el acta. Al otro día temprano nos convocó a todas a escribir cartas de protesta a las autoridades. Nunca se encontró a los culpables. La embajada francesa se negó a ayudar a las jóvenes «Se lo buscaron por caminar en una ciudad peligrosa como México a las ocho de la noche».
Entonces escribimos a los grupos feministas europeos proponiendo un boicot turístico a México hasta no encontrar y castigar a los culpables. Y resultó efectivo. Cientos de cartas y telegramas recibió el Procurador de Justicia y la presión sirvió al aparato judicial para sensibilizarse en el caso de una muchacha que, meses después, mató accidentalmente al tipo que la quiso violar. Desde el primer momento, Alaíde se interesó en el caso. Escribió varios editoriales y dedicó su programa de radio para hablar del mismo.
Para ella los fines de semana eran sagrados. Descansaba, preparaba sus clases, escribía sus textos y disfrutaba su jardín en Tepoztlán. Pero ese fin de semana estuvo en el reclusorio norte, al lado de la muchacha, dándole su apoyo.
Otra mañana me llamó para decirme que le habían robado su auto en la universidad. La acompañé a presentar la denuncia. Al final de la tarde habíamos hecho todos los trámites, buscado en todos los corralones y el auto no aparecía. Ya cansada, me dijo: «No se vuelve a hablar del asunto» y me invitó al cine a ver Novecento y luego a cenar y pasó la noche hablando de Ungaretti y Fóscolo, dos de sus poetas favoritos. Y no es que fuera una mujer rica, vivía de sus clases en la UNAM, sus traducciones y artículos en los diarios. Más que a las cosas, Alaíde amaba el arte, amaba a la vida y a la revista Fem a la que consideraba su hija.
Consideraba que Fem era un espacio para todas las mujeres que no tenían posibilidades de expresarse. Para ella Fem era una revista contestataria, de oposición y de crítica. El día de la toma de posesión del luego tan criticado presidente López Portillo, Alaíde se indignó tanto con las sandeces que sobre las mujeres dijo el nuevo presidente, que corrió a su máquina y escribió una nota que fue, en su momento, la única crítica enderezada al todopoderoso mandatario:
… Es deplorable que el Presidente sólo pida a las mujeres lo que milenariamente se nos ha pe dido: permanecer en un papel tradicional; hoy, al fin y al cabo, ya tan profundamente impugnado y en parte modificado: el papel de acompañante que avancen a nuestro lado, musas inspiradoras, “que nos impulsen a ser mejores” y seres misteriosamente intuitivos que, no por convicción y raciocinio, sino por instinto puedan tener un sentido de la justicia… Aun por un simple sentido de oportunidad política, el nuevo Presidente podría haber aludido a lo que ocurre hoy en el mundo: la lucha de las mujeres por ocupar un lugar de responsabilidad en la sociedad… en todo caso, las mujeres somos algo más, señor Presidente, que amables y placenteras acompañantes…
Desoyendo las advertencias de las timoratas, de las que han utilizado la causa de las mujeres para su personal provecho, Alaíde escribió su nota. Y lo mismo hizo cuando la periodista Ana Mairena publicó en El Día una nota titulada «Lamentable muestra de liberación femenina».
En cuestión de principios, Alaíde se volvía intransigente. Jamás coqueteó con el poder ni utilizó su status para beneficios personales. Lo uso, sin reservas, para denunciar atropellos contra las mujeres, los indios, los campesinos, los perseguidos.
Alaíde tenía una figura juvenil. Había sido una belleza y siempre conservó una particular distinción y señorío. Tenía, sobre todo, una voz inconfundible, mezcla del italiano, el español y los giros y el acento propio de Guatemala.
Aparta de mí ese cáliz
Un día, la belleza de Alaíde se apagó y su voz se tornó triste. Su hijo Juan Pablo había sido asesinado a los 28 años por el ejército de Guatemala. Los años se le vinieron encima. Dentro de su dolor –Madre de Gracos– estaba orgullosa de ser la madre de un guerrillero. A los tres días de conocer la noticia de la muerte de su hijo acudió a una reunión de AIMUR.
Poco a poco se reincorporó a la revista, a sus clases y tenía el proyecto de escribir una novela sobre la vida de su hijo. Unas semanas más tarde, Alfonso Solórzano muere atropellado en la avenida Insurgentes por un auto que huye. Alaíde se desploma. Viaja a Guatemala con las cenizas del luchador que regresa en sus manos a descansar en la tierra por la cual luchó toda su vida.
Dedica los últimos programas de Foro de la Mujer a entrevistar a campesinas quichés quienes denuncian la manera como las violan, las torturan los militares, cómo ahogan a sus bebés en los ríos para obligarlas a hablar del paradero de los guerrilleros.
Ese mes infausto de diciembre, Alaíde decidió visitar en Guatemala a su anciana madre para comunicar le la muerte de Juan Pablo. Nunca volvió. El 19 de diciembre de 1980, sólo un día antes de su regreso a México, el auto en el que viajaba Alaíde Foppa de Solórzano fue interceptado por policías del G2 del ejército de Guatemala en pleno centro de la ciudad. Desde ese día Alaíde desapareció. Quién sabe a dónde la llevaron. Quién sabe por qué.
Su desaparición nos paralizó de dolor y de impotencia. ¿Por qué a ti Alaíde? (¿Y por qué no a ti, Alaíde, en un país, en un continente donde han desaparecido con los mismos métodos miles de personas año con año?).
El 22 de diciembre de 1980, artistas, intelectuales, amigos, alumnos y colegas hicimos un mitin ante la embajada de Guatemala en México. Protestas, recitales, desplegados con miles de firmas aparecían diariamente en la prensa pidiendo la aparición, con vida, de Alaíde Foppa.
Todo fue inútil, desde esa fecha, Alaíde pertenece a esa categoría que en América Latina ha adquirido carta de status civil: los desaparecidos. ¿Dónde se encuentran? ¿Qué fue de ellos? Nadie lo sabe. Excepto sus verdugos.
El año que desapareció Alaíde, que murieron Juan Pablo y Alfonso Solórzano, murieron también Jean Paul Sartre, Roland Barthes, Erich Fromm y Romain Gary. Murieron también 39 campesinos calcinados en la embajada de España. Y muchos otros perdieron la vida en los diarios enfrentamientos con el ejército.
(Según la leyenda quiché, las mujeres bordan un colibrí en sus huipiles cuando sus hombres no vuelven de la caza o de la guerra. Esa es la señal de duelo, de que se ha perdido la esperanza. A diez años de su desaparición, Alaíde, nos negamos a bordar por ti un colibrí). Porque ahora, además de ser un ser querido, eres un símbolo y encarnas lo mejor de la lucha de las mujeres latinoamericanas. Y cuando protestamos por tu desaparición, Alaíde, tenemos presente el drama de todos los desaparecidos de este continente.
No nos resignaremos jamás a no volver a verte,
Alaíde…
No nos consolamos
¡Nos diste tantas cosas!
¡Nos enseñaste tantas cosas!
Nos enseñaste que el goce y el disfrute del arte exigen una moral: estar con aquellos y por aquellos que no saben de arte sino de humillaciones, de impotencia, de horror… pero también de esperanza…
Imagen principal elaborada con fotografías de Alaíde Foppa tomadas de diversos medios, por Susana Alvarez Piloña.
Este texto fue publicado el 6 de diciembre de 1987 en el periódico La Jornada. Fem lo reprodujo en ocasión del décimo aniversario de su desaparición, de donde lo hemos tomado para su publicación en gAZeta.
Carmen Lugo
Socióloga mexicana. Directora de la revista FEM durante varios años. Autora de varios ensayos sobre temas de su especialidad.
Semblanza de Alaíde Foppa | gAZeta
https://gazeta.gt/semblanza-de-alaide-foppa/?fbclid=IwAR0jLGGx7j-XYcVpaie86ivX3flKV5UH2aJbAYRz54DTPdnSkwveFPgEr0Y
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