El primero de mayo, como celebración del Día internacional del Trabajo, nació anarquista. Una ideología proletaria que, en Chicago, Estados Unidos, empujó la lucha de los trabajadores por la reducción de la jornada laboral a ocho horas en 1886. El día Internacional del Trabajo tiene sus origines en un crimen masivo con diferentes caretas: despedidos, detenidos, procesados, heridos y muertos de bala, torturados, ahorcados y fusilados. Todo por la consigna obrera: 8 horas para el trabajo, 8 para el sueño y 8 para la casa. Los anarquistas fueron vilipendiados hasta por la prensa que consideró su lucha como indignante e irrespetuosa… delirio de lunáticos poco patriotas.
Desde el siglo XIX, las luchas de los trabajadores se han manifestado en organizaciones marcadas por la lucha de clases, hasta quienes luchan por simples reivindicaciones economicistas y sectoriales. Otra cosa son los sindicatos blancos denominados solidaristas, una servidumbre patronal que funciona como fuerza de choque ideológico de las luchas y reivindicaciones sociolaborales.
La historia de más de 120 años de sindicalismo en Guatemala, está marcada por la represión estatal y la opresión patronal que derivó en persecución y extermino de sus dirigentes. Aquí también se luchó por las jornadas laborales de 8 horas a inicios del siglo XX. El segundo dictador del siglo, Jorge Ubico, destruyó los sindicatos, pero no la organización social que lo derribó e instauró la democracia. En la década de los 40, el país vio nacer el Código de Trabajo e instituciones para su protección como el depredado Seguro Social, a manos de jaurías políticas y empresariales como las actuales que acechan esa institución revolucionaria.
En diez años de primavera, Guatemala vio surgir sindicatos como nunca los había tenido, al extremo que hasta los lustradores se organizaron, contagiados de la fiebre democrática en la que las organizaciones de trabajadores fueron consideradas motores de la Revolución.
Los traidores de la patria, contrarrevolucionarios manipulados política y económicamente por Estados Unidos, declararon ilegales los sindicatos y comunistas a sus dirigentes. Quienes no terminaron en el exilio terminaron en el cementerio. El sindicalismo volvió a resurgir en la década de los 70, diez años después del aparecimiento de la guerrilla, la hija del ejército parida en una armería.
El terremoto del 76 y sus necesidades derivadas fueron tierra fértil para el florecimiento sindical, que en la siguiente década se vio en medio del recrudecimiento de la guerra y la represión. Miles de obreros fueron perseguidos, torturados, desaparecidos y masacrados. La década de los 80 no solo marca el destrozo de una generación sindical, sino también el exterminio de campesinos organizados como comunidades de población en resistencia. Algunos sobrevivieron jugándole la vuelta al Ejército o refugiándose en países vecinos. Terminada la guerra, pero no la represión, el sindicalismo fue incapaz de alcanzar su unidad y de hacer sentir su presencia dentro del Estado y las empresas privadas que, en parte, financiaron la guerra y aparatos clandestinos criminales como La mano Blanca, el Jaguar Justiciero y la Panel Blanca, liderada por el asesino Baudilio Hichos, muerto en la impunidad esta semana por covid.
Donde no fue la represión fue el acomodamiento de sindicatos que no pasaron de ser sus dos o tres dirigentes. Líderes antidemocráticos, dictadorzuelos dispuestos a morir siendo secretarios generales de sus organizaciones de fachada, incapaces de agrandar membresías, pero capaces de estirar la mano en la compraventa de movimientos reivindicativos sectoriales o populares. Viles negociantes de los derechos de los trabajadores, especialmente en el magisterio, la salud, las maquilas y el campo. Joviel Acevedo y sus secuaces son el vivo ejemplo de esa casta servil aprovechada.
De este tipo de seudo dirigentes prescinde el anarquismo, esa filosofía que tiene sus raíces en la sangre derramada en Chicago y el resto del mundo por millones de trabajadores. El anarquismo que retoma la bandera de las reivindicaciones abre los ojos a los trabajadores, comenzando por demostrar que las ideologías no se terminaron, sino que están floreciendo. Para organizar un movimiento social en los ámbitos local, regional, nacional e internacional, necesita otros liderazgos. Una de sus principales aliadas es la tecnología para resistir a un desorden global cada vez más destructivo, gracias a quienes le pusieron precio al mundo y se lo reparten. La pandemia global del Covid 19 solo modificará el tamaño de las tajadas.
El anarquismo está cada vez más presente en las luchas de los pueblos, bajo las ideas anti estatistados corruptos, de internacionalismo solidario, la afirmación de la libertad individual y de la libre asociación. Vivan los trabajadores y el primero de mayo, como quisiera decir: ¡Viva Guatemala!
Fotos: Arturo Albizures (Mural Biblioteca USAC, Mario López Larrave)
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