Fui su ayudante, era mi padre.
Por: Miguel Ángel Albizures
Las calles de los barrios de La Ermita, Candelaria y La Parroquia saben de su deambular diario, yendo y viniendo de una zona a otra, con su maletín cargado de instrumentos de trabajo y alguna pala o azadón al hombro, de traje pobre, pero siempre limpio, casi impecable. No parecía albañil pero lo era y al llegar a la casa en construcción se transformaba como todos y empezaba a echar medidas para hacer los cimientos, a fundir las columnas, a colocar ladrillos o block o bien a repellar y cernir cuando el momento llegaba.
Después de 93 años de vida y de haber construido infinidad de casas en barrios populares, en zonas residenciales o en fincas como Los Cerritos allá por Taxisco con el agua a la cintura y un enjambre de mosquitos persiguiéndole, jamás logró construir su propia casa o cuartucho, ni gozar de los beneficios del IGSS o la jubilación por sus servicios prestados a tanto propietario, incluyendo a quienes se han sentido dueños del Palacio Nacional en donde se reventó el lomo a cambio de una miseria y unos cuantos latigazos y arrestos no merecidos. Eran crueles me dijo un día, y lo entendí en toda la dimensión de la palabra crueldad.
Como buen albañil aprendió los números, a leer y medio escribir y ello le sirvió más que a un profesional. Si no había plano echaba medidas y si había lo leía y sabía en dónde hacer los trazos y tirar los hilos, poner a nivel y a plomo columnas y paredes y fundir las terrazas, todo al gusto del cliente que siempre regateaba su trabajo. Cuando tenía 80 años lo vi ir y venir para construir mi casa que ya no es mi casa y subir y bajar escaleras como en sus mejores tiempos. Hace poco me preguntó, ¿y cómo están las flores?, ¿hace frío allá? Y le mentí porque ya no estoy allá y no sé si las flores también se marchitaron. No se le puede dar un golpe a un viejo que está por marcharse dejando atrás lo construido con sus propias manos.
Sé que casas construyó y de que patronos tenía gratos recuerdos, y de quienes se llevó heridas en el alma. Y lo sé, porque fui su ayudante y porque ese albañil, era mi padre. Murió el domingo, lo enterramos ayer recordando que labró la tierra como buen palenciano, y su martillo y el serrucho, la piocha, la cuchara, el azadón, la pala, su nivel y su plomo, instrumentos que le sirvieron para saciar, en aquel tiempo nuestra hambre y para construir las casas de otros. Gracias padre por lo que hizo de mí, por todo lo que nos dio y disculpe usted que nunca tuve para construirle su propia casa. Pero usted puede estar seguro que no renunciaré a mis principios que son principios y valores que me inculcó junto aquella vieja que ahora le espera sonriente.
Fuente: elperiodico.com.gt
LOS ALBAÑILES
Otto René CastilloI
Desde
los edificios altos
una canción de mi país
abre su pecho y desemboca
al viento su ráfaga de albañiles
para decirle al universo musical
que no ha muerto la esperanza
en el corazón de los obreros…
La mirada azul del viento
alumbra cotidianamente los rostros
de los sencillos albañiles compañeros,
que empujan la canción de mi país
hacia la inmensa flor de la sonrisa
que los espacios mantienen encendida.
Los albañiles que en la tierra lloran,
en la boca del viento se sonríen…
II
Amo la estatura de aire enamorado
que los albañiles andan portando
debajo de sus ropas remendadas.
Amo la frente que choca contra el suelo
sin saber ni cómo ni dónde ni por qué
ni en qué minuto fatal se quiebra el grito
sobre la engusanada conciencia del patrono,
ni por qué cuando los albañiles fallecen
hay un peregrinación de pájaros enlutados
hacia el rostro cipresal del cementerio,
ni el motivo atroz de condenar al pobre
a ser el perenne perro de los ricos.
Y odio en furia indetenible, feroz,
que se pretende amaestrar al hombre
sólo porque es pobre y tiene hambre
y trabaja de albañil en donde sea
por unos pocos centavos miserables.
Y odio al tiempo que nos muerde duro,
porque hay días terriblemente amargos,
días nacidos más allá del llanto,
días de malos y negros sentimientos,
días que caen con los albañiles
desde el ultimo piso de su vida
hasta el tacto fúnebre de la muerte.
allí es donde mi esqueleto juega
una partida original y dolorosa,
porque es mi frente la que choca
contra la apretada lagrima del asfalto
los ultimos trinos de mi sangre…
III
Sin embargo, yo os digo, albañiles,
aéreos compañeros de los astros,
padres que coronan de ternura
la parte alta de los edificios,
que pronto sabréis que se siente
cuando se crece entre jardines.
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