LUIS ACEITUNO |
Ríos Montt es la historia patria convertida en melodrama. La opereta delirante en donde el absurdo, la incoherencia, la confusión y la manipulación sensiblera es la regla. La producción es pésima, pero efectiva, le ha valido hasta hoy escabullirse de cualquier enfrentamiento con la justicia o con el destino, para hablar en términos de culebrón televisivo.
Lo que vemos en las imágenes tiene algo de esperpento posmoderno: una ambulancia que llega a los sótanos de la torre de Tribunales, de donde sacan una camilla con algo parecido a un cadáver. Un hombre a punto de morir que va a enfrentarse al último escarnio. No oye, no habla, no ve y aún así el populacho y los jueces claman venganza. En términos bíblicos, especialidad de Ríos Montt, la escena nos remite a Jesucristo subiendo el Monte del Calvario, obligado a cargar el armazón en que van a crucificarlo. “Piedad por él”, parece decir Zury, convertida en una inquietante María Magdalena.
El mártir de la Nueva Guatemala, el héroe caído a quien le debemos la prosperidad y el orden, el evangelizador, el cruzado, el exterminador que limpió esta tierra de impurezas, aquel que tiene que ser sacrificado por haber aplicado la justicia divina.
Pero hay algo que no funciona en esta especie de drama wagneriano, quizás la insistencia en la decrepitud del General, quizás los modelitos de Zury, tan vestida para la ocasión, tan dispuesta a captar la atención de las cámaras. Uno tiene la impresión de que, de un momento a otro, el hombre inerte en la camilla va a levantarse y todos los congregados en la sala van a salir corriendo despavoridos. Un final perfecto, en medio de esta farsa nacional que nos ahoga.
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