El 5 de abril de 1979 fue asesinado Manuel Francisco López Balam, secretario general del sindicato de trabajadores de la Coca-Cola, en la 17 avenida y 2ª calle de la zona 6, en la tienda El Valle. Igual que en el caso de Quevedo, López Balam se encontraba realizando su tarea de distribución del producto de la empresa y fue asesinado por dos sujetos, quienes lo golpearon con un tubo de hierro y luego lo degollaron.
Cuando otro trabajador acudió en su auxilio, uno de los asesinos le dijo: “Yo no quiero matarte, es a él a quien quiero”, señalando a López Balam. Como en el caso de la muerte de Quevedo, los dos asesinos, según se reportó, siguieron en motocicletas al camión de la compañía. El cuerpo de López Balam mostraba 17 heridas. Se afirma que sus agresores intentaron cubrir este crimen como un acto de delincuencia común (intento de robo).
Un declarante recuerda que para el entierro de Manuel López Balam había agentes de la G-2 amedrentándolos y, a la salida del cementerio, los persiguieron. Un declarante sostiene: “Fue con este hecho que se agudizó la relación trabajadores-empresa. La confrontación fue muy fuerte. El número de agentes de seguridad se había redoblado y hasta tenían perros”.
MANUEL LÓPEZ BALAM
Del Libro: ¿Por qué Ellas y Ellos? ODHAGMiguel Ángel Albizures y Edgar Ruano Najarro
Nació en la ciudad de Guatemala el 5 de junio de 1948; era hijo de Gregorio López y de María Filomena Balán, ambos ya fallecidos. Sus papás tenían cuartos de alquiler y fue así como conoció a Carmen, que llegaba a visitar a una tía; se enamoraron, unieron sus vidas y procrearon a dos hombres y una mujer. En 1972, cuando ya tenían dos hijos, decidieron casarse por la iglesia católica y vivían una vida tranquila. Para ella, “Manuel era un gran hombre”, no les faltaba nada, pues por ese tiempo él trabajaba en la embotelladora San Bernardino.
Su hijo Marlin recuerda que lo llevaba a jugar futbol y que también se iban con ellos otros patojos del barrio; algunas veces lo acompañaba en las vueltas que daba en el camión de reparto de la empresa. Manuel compartía con ellos lo que era su actividad sindical y por eso su hijo, quien hoy trabaja también en la Coca Cola, cree que los sindicalistas de ese tiempo eran íntegros, entregados, no corruptos, que se necesitaba coraje para estar al frente de la organización como estuvo su padre. Le enoja la situación actual del sindicalismo y la visión que tienen de lo que es un sindicato. Para él “los sindicatos tienen que ser activos y los dirigentes tienen que ser íntegros para poder defender los derechos de los trabajadores”.
Cuando uno encuentra personas así, quienes a pesar del dolor, del sufrimiento, de las penalidades que pasaron por la muerte violenta del padre, piensa que no todo está perdido en Guatemala, que la semilla germina, que esa frase tan repetida de que “pueden matar a los hombres, pero jamás sus ideas”, sigue cobrando realidad. Marlin apenas tenía 9 años, cuando el 5 de abril de 1979 su padre fue vilmente asesinado. Antes había sembrado la semilla, había sido ejemplo para sus hijos y, en medio de la persecución, les brindó el cariño del obrero y del dirigente que se fraguó en importantes luchas sindicales, como aquellas que libró el sindicato del cual Manuel López Balán llegó a ser el Secretario General.
Manuel fue el tercer Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Embotelladora Guatemalteca Coca Cola, y el segundo asesinado de esa empresa, cuando apenas atravesaba los 31 años de edad. Fue uno de los iniciadores del sindicato y de los que más consignas gritaba en marzo de 1976, cuando la policía los estaba desalojando de la empresa.
Manuel, en su forma de ser y de vestir, era una persona humilde y sencilla. Algunos de sus rasgos sobresalían. Jamás hizo alarde de actitudes valientes. Por el contrario, en diferentes ocasiones manifestó su temor a perder la vida, lo que no le impedía asumir y cumplir las responsabilidades que sus compañeros le confiaban.
Su sencillez y disponibilidad a servir lo llevaron a colaborar con una de las secretarías de la CNT en un proyecto de construcción de casas del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI), denominado “Ayuda mutua y esfuerzo propio”.
No era una casa para él, sino su contribución para que una compañera obrera y madre soltera pudiera tener su casa, la que entre varios construían los fines de semana, después de una larga semana de trabajo. En esta actividad solidaria sufrió un accidente. Un día, trabajando como peón de albañil, se le disparó su propia arma, que últimamente portaba para intentar defenderse en caso de un atentado, y se hirió en la pierna. Compañeros relacionados con la Central Nacional de Trabajadores (CNT) que estaban en el mismo proyecto lo atendieron de inmediato y, antes de que interviniera la policía y se diera cuenta de quién se trataba, lo acompañaron hasta un hospital privado para que le dieran las primeras atenciones. De allí, a solicitud de él, por temor a que los grupos represivos llegaran a asesinarlo, fue conducido a la sede de la CNT, en donde permaneció escondido mientras se recuperaba. En ese tiempo contribuyó en las labores diarias de la central y compartió un cuarto con Marlon Mendizábal y Bernardo Marroquín, quienes también trataban de burlar la vigilancia policial, pero tiempo después ambos corrieron la misma suerte de López Balán. Fueron asesinados.
Por esos tiempos de dura persecución se le vio salir de la central, tarareando una canción, acompañado de la compañera y licenciada Yolanda Urízar, quien fuera secuestrada y desaparecida tiempo después. Era una canción revolucionaria con la que trataba de animarse a sí mismo. Por su actividad sindical y por motivos de seguridad, había prácticamente dejado de ver a sus tres hijos, quienes tendrían entre 5 y 9 años de edad, y a su esposa.
Su sencillez y disponibilidad a servir lo llevaron a colaborar con una de las secretarías de la CNT en un proyecto de construcción de casas del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI), denominado “Ayuda mutua y esfuerzo propio”.
No era una casa para él, sino su contribución para que una compañera obrera y madre soltera pudiera tener su casa, la que entre varios construían los fines de semana, después de una larga semana de trabajo. En esta actividad solidaria sufrió un accidente. Un día, trabajando como peón de albañil, se le disparó su propia arma, que últimamente portaba para intentar defenderse en caso de un atentado, y se hirió en la pierna. Compañeros relacionados con la Central Nacional de Trabajadores (CNT) que estaban en el mismo proyecto lo atendieron de inmediato y, antes de que interviniera la policía y se diera cuenta de quién se trataba, lo acompañaron hasta un hospital privado para que le dieran las primeras atenciones. De allí, a solicitud de él, por temor a que los grupos represivos llegaran a asesinarlo, fue conducido a la sede de la CNT, en donde permaneció escondido mientras se recuperaba. En ese tiempo contribuyó en las labores diarias de la central y compartió un cuarto con Marlon Mendizábal y Bernardo Marroquín, quienes también trataban de burlar la vigilancia policial, pero tiempo después ambos corrieron la misma suerte de López Balán. Fueron asesinados.
Por esos tiempos de dura persecución se le vio salir de la central, tarareando una canción, acompañado de la compañera y licenciada Yolanda Urízar, quien fuera secuestrada y desaparecida tiempo después. Era una canción revolucionaria con la que trataba de animarse a sí mismo. Por su actividad sindical y por motivos de seguridad, había prácticamente dejado de ver a sus tres hijos, quienes tendrían entre 5 y 9 años de edad, y a su esposa.
Los veía cuando las circunstancias lo permitían, tal como acontecía en esa época con aquellos que habían asumido la causa de su pueblo como su propia causa. Según versiones de la esposa de López Balan, éste le contó en repetidas ocasiones que Alfonso Riege y el teniente Rodas, gerente y jefe de seguridad de la empresa, lo habían amenazado de muerte si no abandonaba el sindicato. López Balán tenía plena conciencia de los riesgos que representaba asumir la responsabilidad de ser Secretario General del Sindicato. Un jeep y varios soldados habían llegado a buscarlo a la casa, mientras otros esperaban en la esquina: “mi suegra me avisó, me amarré un pañuelo en la cabeza y salí y les dije que ya no vivía allí, que hacía dos meses había dejado de alquilar y les indiqué una dirección falsa con señales y todo, en donde podían encontrarlo, y salieron rechinando las llantas, lo que se aprovechó para sacar a Manuel de la casa.”
Repuesto de salud, no le quedó más alternativa que presentarse al trabajo y cumplir desde la fábrica la responsabilidad que recién le habían asignado de dirigir el sindicato. Un doctor amigo que lo veía, le había dicho a doña Carmen, su esposa, que Manuel estaba bastante demacrado y que lo iba a llevar a despejarse. Como también uno de sus hijos había amanecido enfermo, ya no fueron a ningún lado. Un día, después de presentarse a sus labores y salir en el camión de reparto a dejar en las tiendas las coca-colas que hacen el poder de la transnacional, fue asesinado salvajemente cuando ingresaba a la tienda “El Valle”, ubicada en la 2ª calle y 17 avenida de la zona 6, un barrió netamente obrero. Casualmente cayó asesinado a escasos 100 metros de donde, quien esto escribe, había vivido gran parte de su vida, lo que permitió recibir y percibir la indignación de la gente del sector y de la dueña de la tienda que tenía recuerdos de quien llegaba a dejar las bebidas.
Sus agresores lo golpearon con un tubo de hierro, posteriormente lo degollaron hasta casi dejar su cabeza colgando. Intentaron cubrir este crimen como un acto de la delincuencia común, un intento de robo. Era la historia que se repetía en hechos similares de dirigentes o afiliados a sindicatos que habían asumido su compromiso y que representaban un estorbo al poder económico y al Ejército. Doña Carmen de López se enteró por medio de trabajadores de una empresa funeraria que le llegaron a avisar para ofrecerle los servicios. Ésta también era una dinámica de la época, las funerarias estaban atentas a los cadáveres que aparecían y llamaban a los familiares de aquellos que llevaban identificaciones. Para sus hijos fue un golpe que no se puede narrar, especialmente para el más grande que lo supo a través de sus compañeros de clase.
Pocos días después del asesinato de Manuel, la esposa, los hijos y el padre de López Balán, comenzaron a ser objeto de amenazas y constante vigilancia policiaca. Su padre, Gregorio López Cruz, exigió el esclarecimiento del asesinato de su hijo; dos días después fue capturado por policías que se conducían en la radiopatrulla número 224, lo que evidenciaba la participación directa o complicidad de las fuerzas de seguridad.
En el funeral de Manuel López Balán, a pesar del terror implantado, participaron más de mil personas de diversos sectores, especialmente obreros. El cortejo fúnebre salió de la sede de la Central Nacional de Trabajadores, ubicada en la 9ª avenida 4-29 de la zona 1, y enfiló por sobre la cuarta calle. Cuando llegó a la 6ª avenida la policía le impidió el paso y hubo que cambiar el recorrido. Quizá les golpeaba la conciencia el paso del funeral por la Casa Presidencial y el Palacio Nacional y, por supuesto, por la sede de la Policía Nacional en la 6ª avenida y 14 calle. En todo el trayecto, los participantes fueron hostigados por los cuerpos policíacos, en una clara provocación de las fuerzas gubernamentales.
Con motivo del asesinato de López Balan, el sindicato de la Coca Cola lanzó un comunicado público en el que acusaba directamente a los empresarios y a los cuerpos represivos del Estado de ser los responsables intelectuales y materiales del crimen, exhortaba a los trabajadores a estrechar filas en el sindicato y a no dar paso atrás ante la situación. Así era la intrepidez de la época, era quizá el amor a un país que desangraban quienes se oponían a las transformaciones que siguen siendo necesarias. Por eso, decía el comunicado sindical, parafraseando al poeta guatemalteco Otto René Castillo, también torturado y asesinado años antes: “Si uno cae, alguien tenía que caer para que la esperanza no caiga; éste no es el momento de hacernos atrás, sino de seguir adelante, porque sabemos que no estamos solos… de nosotros depende que nuestro sindicato siga o muera, pero no puede ser posible esto último, ya que nuestra conciencia de clase no nos puede dejar traicionar a nuestros compañeros caídos… Les queremos recordar a los compañeros que nos traicionaron, que si no están conformes con la sangre derramada, la nuestra está dispuesta en pro de la clase trabajadora, porque por cada trabajador caído en la lucha proletaria, ¡se levantan miles exigiendo justicia social!”. Al señalar traición, se referían a otros afiliados al sindicato que, bajo la presión, la amenaza y la necesidad del trabajo para mantener a su familia, habían renunciado al mismo; asimismo, se referían al grupo que había sido contratado para contrarrestar al sindicato auténtico de los trabajadores.
Manuel López Balán estaba conciente de su compromiso con su clase. Por eso volvió a presentarse a la empresa para continuar su trabajo. Si él hubiera pasado a la actividad clandestina, quizá todavía la clase obrera contara con ese cuadro destacado, nacido de sus propias entrañas y formado al calor de grandes luchas obreras. La clase obrera había perdido a uno más de sus dirigentes, consciente, humilde, sencillo, servicial, abnegado.
La esposa e hijos de Manuel sufrieron lo indecible después de su asesinato. No encontraban apoyo ni siquiera en la familia. Tantas penas y desgracias le hicieron perder el hijo que esperaba. Tuvieron que deambular pidiendo posada y vendiendo las pocas cosas que tenían para sobrevivir y poderle dar un pan a sus hijos. Fueron pocos los amigos, como Lico, que le regalaron 50 quetzales en medio de tanta soledad. En la CNT les dieron un cuartito para vivir mientras solucionaban su situación.
Poco a poco fue logrando hacerse de una olla para cocer frijoles y arroz; su vida iba cambiando y logró arreglar la casa no terminada del BANVI en la colonia El Paraíso, zona 18, a donde se trasladaron, por suerte unos días antes del secuestro masivo de dirigentes sindicales en la CNT301. Recuerda que cuando regresó, no encontró nada; las fuerzas de seguridad se llevaron lo poco que tenía y que iba a trasladar a su nueva casa.
Doña Carmen, junto con la esposa de Pedro Quevedo y Quevedo, fue una de las mujeres que en los momentos de resistencia en el sindicato, cocinaban para los obreros de la fábrica. Hoy los hijos están grandes y han hecho sus vidas, pero viven con el recuerdo de aquel obrero, dirigente sindical, que les dio su cariño y les inculcó principios inquebrantables.
Repuesto de salud, no le quedó más alternativa que presentarse al trabajo y cumplir desde la fábrica la responsabilidad que recién le habían asignado de dirigir el sindicato. Un doctor amigo que lo veía, le había dicho a doña Carmen, su esposa, que Manuel estaba bastante demacrado y que lo iba a llevar a despejarse. Como también uno de sus hijos había amanecido enfermo, ya no fueron a ningún lado. Un día, después de presentarse a sus labores y salir en el camión de reparto a dejar en las tiendas las coca-colas que hacen el poder de la transnacional, fue asesinado salvajemente cuando ingresaba a la tienda “El Valle”, ubicada en la 2ª calle y 17 avenida de la zona 6, un barrió netamente obrero. Casualmente cayó asesinado a escasos 100 metros de donde, quien esto escribe, había vivido gran parte de su vida, lo que permitió recibir y percibir la indignación de la gente del sector y de la dueña de la tienda que tenía recuerdos de quien llegaba a dejar las bebidas.
Sus agresores lo golpearon con un tubo de hierro, posteriormente lo degollaron hasta casi dejar su cabeza colgando. Intentaron cubrir este crimen como un acto de la delincuencia común, un intento de robo. Era la historia que se repetía en hechos similares de dirigentes o afiliados a sindicatos que habían asumido su compromiso y que representaban un estorbo al poder económico y al Ejército. Doña Carmen de López se enteró por medio de trabajadores de una empresa funeraria que le llegaron a avisar para ofrecerle los servicios. Ésta también era una dinámica de la época, las funerarias estaban atentas a los cadáveres que aparecían y llamaban a los familiares de aquellos que llevaban identificaciones. Para sus hijos fue un golpe que no se puede narrar, especialmente para el más grande que lo supo a través de sus compañeros de clase.
Pocos días después del asesinato de Manuel, la esposa, los hijos y el padre de López Balán, comenzaron a ser objeto de amenazas y constante vigilancia policiaca. Su padre, Gregorio López Cruz, exigió el esclarecimiento del asesinato de su hijo; dos días después fue capturado por policías que se conducían en la radiopatrulla número 224, lo que evidenciaba la participación directa o complicidad de las fuerzas de seguridad.
En el funeral de Manuel López Balán, a pesar del terror implantado, participaron más de mil personas de diversos sectores, especialmente obreros. El cortejo fúnebre salió de la sede de la Central Nacional de Trabajadores, ubicada en la 9ª avenida 4-29 de la zona 1, y enfiló por sobre la cuarta calle. Cuando llegó a la 6ª avenida la policía le impidió el paso y hubo que cambiar el recorrido. Quizá les golpeaba la conciencia el paso del funeral por la Casa Presidencial y el Palacio Nacional y, por supuesto, por la sede de la Policía Nacional en la 6ª avenida y 14 calle. En todo el trayecto, los participantes fueron hostigados por los cuerpos policíacos, en una clara provocación de las fuerzas gubernamentales.
Con motivo del asesinato de López Balan, el sindicato de la Coca Cola lanzó un comunicado público en el que acusaba directamente a los empresarios y a los cuerpos represivos del Estado de ser los responsables intelectuales y materiales del crimen, exhortaba a los trabajadores a estrechar filas en el sindicato y a no dar paso atrás ante la situación. Así era la intrepidez de la época, era quizá el amor a un país que desangraban quienes se oponían a las transformaciones que siguen siendo necesarias. Por eso, decía el comunicado sindical, parafraseando al poeta guatemalteco Otto René Castillo, también torturado y asesinado años antes: “Si uno cae, alguien tenía que caer para que la esperanza no caiga; éste no es el momento de hacernos atrás, sino de seguir adelante, porque sabemos que no estamos solos… de nosotros depende que nuestro sindicato siga o muera, pero no puede ser posible esto último, ya que nuestra conciencia de clase no nos puede dejar traicionar a nuestros compañeros caídos… Les queremos recordar a los compañeros que nos traicionaron, que si no están conformes con la sangre derramada, la nuestra está dispuesta en pro de la clase trabajadora, porque por cada trabajador caído en la lucha proletaria, ¡se levantan miles exigiendo justicia social!”. Al señalar traición, se referían a otros afiliados al sindicato que, bajo la presión, la amenaza y la necesidad del trabajo para mantener a su familia, habían renunciado al mismo; asimismo, se referían al grupo que había sido contratado para contrarrestar al sindicato auténtico de los trabajadores.
Manuel López Balán estaba conciente de su compromiso con su clase. Por eso volvió a presentarse a la empresa para continuar su trabajo. Si él hubiera pasado a la actividad clandestina, quizá todavía la clase obrera contara con ese cuadro destacado, nacido de sus propias entrañas y formado al calor de grandes luchas obreras. La clase obrera había perdido a uno más de sus dirigentes, consciente, humilde, sencillo, servicial, abnegado.
La esposa e hijos de Manuel sufrieron lo indecible después de su asesinato. No encontraban apoyo ni siquiera en la familia. Tantas penas y desgracias le hicieron perder el hijo que esperaba. Tuvieron que deambular pidiendo posada y vendiendo las pocas cosas que tenían para sobrevivir y poderle dar un pan a sus hijos. Fueron pocos los amigos, como Lico, que le regalaron 50 quetzales en medio de tanta soledad. En la CNT les dieron un cuartito para vivir mientras solucionaban su situación.
Poco a poco fue logrando hacerse de una olla para cocer frijoles y arroz; su vida iba cambiando y logró arreglar la casa no terminada del BANVI en la colonia El Paraíso, zona 18, a donde se trasladaron, por suerte unos días antes del secuestro masivo de dirigentes sindicales en la CNT301. Recuerda que cuando regresó, no encontró nada; las fuerzas de seguridad se llevaron lo poco que tenía y que iba a trasladar a su nueva casa.
Doña Carmen, junto con la esposa de Pedro Quevedo y Quevedo, fue una de las mujeres que en los momentos de resistencia en el sindicato, cocinaban para los obreros de la fábrica. Hoy los hijos están grandes y han hecho sus vidas, pero viven con el recuerdo de aquel obrero, dirigente sindical, que les dio su cariño y les inculcó principios inquebrantables.
Del Libro: ¿Por qué Ellas y Ellos?
En memoria de los mártires, desaparecidos y sobrevivientes del movimiento sindical de Guatemala.
La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala.
Investigación: Miguel Ángel Albizures y Edgar Ruano Najarro
http://www.odhag.org.gt/pdf/Movimiento%20sindical%20Guatemala.pdf
No hay comentarios :
Publicar un comentario