martes, 18 de septiembre de 2012

REVELACIÓN Y REVOLUCIÓN

REVELACIÓN Y REVOLUCIÓN
Por Gordillo
Vincent nació muerto y volvió a nacer un año después. Una forma especial de resucitar como Jesús, diez y ocho siglos después de que el primer cristiano volvió a la vida. Inició su educación religiosa desde la Iglesia Evangélica, que algún día llegará a superar en poder y feligresía al catolicismo que la engendró.
Van Gogh quería adorar a su padre celestial, difundir su palabra para que todos tuviesen acceso al reino de los cielos. Pronto se dio cuenta que al moralismo protestante le importaba un denario la dignidad de los más pobres. Por eso hizo suya la opción por los desposeídos, de la cual habló la Iglesia Católica renovada en el ocaso del Siglo XX.
Vivió con los mineros, los campesinos, los cargadores de bultos y los tejedores; sus inclinados, sus encorvados a causa de la explotación y el trabajo duro. Con ellos pasó de la prédica a la solidaridad humana y de ésta al dibujo y a la pintura. Su apostolado: retratar a los pobres, cuyos modelos tendrían comida, vestuario y vivienda con lo que diera la venta de cuadros.
Por eso mandó la religión al diablo y al arte regulado al viejo testamento de la historia. Vincent, extraído de la mayor obra de Dios, la naturaleza, fue el amante de ese ambiente rural del que se empezaba a olvidar la ciudad empecinada en la industria. A través de la perfección del arte se hizo Dios para regalarnos su reino de este mundo cromático.
Aquel holandés vecino del cementerio donde estaba enterrado su hermano del mismo nombre, salió de las tinieblas hacia la luz. De dibujar con carbón y lápiz la obscuridad septentrional de su viejo entorno, hasta llegar al sol de Arles, que le retribuyó una fuerza creadora campestre donde sobresale el amarillo, el color que más se parece a la luz. Van Gogh emergió del inframundo de los hospitales, los astilleros, los callejones y las tabernas obscuras donde bebió el cáliz del ajenjo.
Aquel humanista convirtió en su ideología la educación de los ignorantes, la liberación de las mujeres y el arte para el pueblo. Por eso ensayaba a ser Dios con los colores de la realidad, sujetos a su sentir, con el fin de potenciar su expresividad artística que libera e ilumina. Es el colorista que sabe si un color está formado por este, aquel y otro más, no como mezcla sino como aleación, con medida justa.
Manet, a quien se reconoce como el precursor del impresionismo, parafrasearía a Juan el Bautista: “yo solo bautizo con los colores del arco iris, pero vendrá otro que bautiza con todos los colores posibles, eliminando el negro y el dibujo.
¿El segundo hijo de Dios? Vincent intenta juntar a los apóstoles en el Taller del Sur, a quienes interroga: ¿por qué no nos tendemos la mano? Y, como el Mesías, encontró a la prostituta. Para él, Sien era la infeliz con la que compartía sus cargas. Ella se echó a la espalda las penas de Vincent y él cargó con la Sífilis de la ménade. Sus padres lo amenazaron con encerrarlo en el manicomio si se casaba con Sien. ¿Quién es mi familia sino el que hace mi voluntad o la de mi padre? Por eso se alejó y encontró dos maneras de buscar la vida: se entregó a la lectura de libros como “La alegría de vivir” de Emile Zola; y al color: sol, girasol y tornasol, los pilares del optimismo.
Nunca vendió más de un cuadro, quizás porque lo que es de Dios no debe disfrutarlo el César. Posiblemente tuvo su Iscariote en la figura de Gauguin, que le habría quitado la oreja con una espada. Quizás tuvo su Pilatos en el doctor Gadchet, en cuya casa le habrían dado el disparo de muerte.
Van Gogh, un Dios que se pintó a sí mismo, un hijo de Dios traicionado, el loco pintor revolucionario que no tuvo necesidad de conocer a Marx para rebelarse y para revelarnos su reino de este mundo.

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