Edelberto Torres-Rivas
Los guatemaltecos no siempre asumimos la historia porque ella ha sido incierta y negativa. Pero ahora estamos en un momento de cruce de caminos, escoger y avanzar en la construcción de un Estado de Derecho, de una democracia consolidada. Una conciencia lúcida para avanzar. Pareciera que solo es un asunto de opinión personal y no desconocimiento de la historia reciente, donde la memoria se vuelve un olvido hipócrita. Es este el tema que se quiere desarrollar. En este país hubo una horrorosa “guerra” civil, un conflicto armado en el que una de las partes apenas se defendió y la otra, el Ejército Nacional, cometió atroces y numerosos crímenes contra la población civil desarmada. Es el recuerdo de esta inmensa tragedia lo que no se debe olvidar, pues es a partir de este reconocimiento donde radica lo que llamamos la diferencia sensible que nos divide.
No es una dicotomía, son tres respuestas: unos, reconocen lo ocurrido y lo califican de genocidio, y en consecuencia se complacen de la condena a Ríos Montt. Otros, olvidan las matanzas de 1980-83 (una forma de ceguera reaccionaria) para deslizarse en la conclusión fácil de que no hubo genocidio y por ello no hay responsables a juzgar. Hay una tercera opción, que para sostenerla requiere convicciones de orden moral y político: en la patria guatemalteca hubo largos años de dolor y muerte, especialmente en la década de los setenta. Los muertos lejos de las líneas de fuego, son decenas de miles de civiles. Según cálculos particulares, un 94 por ciento cometidos por las fuerzas armadas nacionales, un tres por ciento por la guerrilla, y otro tres por ciento desconocido. Hay culpables de ambas partes. El volumen de ametrallados, quemados, desaparecidos en un combate desigual no se pueden olvidar, aunque para ellos no haya castigo, porque la promulgación de una ley de amnistía por el Congreso, dos días antes de la firma del Acuerdo de Paz (29-12-96), a solicitud de generales y comandantes, los libera de toda culpa. Y como no hay sanción legal, no hay proceso y como no hay proceso ¿para qué recordarse de los cien mil muertos? “Es en este punto donde opera el olvido sin perdón, el delito sin culpa, el dolor sin remedio”. De ambas esquinas del ring político solo se habla de genocidio, ¡hubo o no hubo! Quedarse en la dicotomía es entrampar la realidad, que es múltiple. Hay que hacer la denuncia judicial, aunque para la inmensa cantidad de crímenes cometidos no haya culpa sino amnistía, que es el olvido legal de los delitos, hay delincuentes a quienes no se puede perseguir pero sí denunciar. Son asesinos cuyo castigo se extingue como un artilugio formal.
Dos. La vida internacional tiene una extraordinaria influencia en lo que ocurre en Guatemala, y lo que sucede localmente se conoce de inmediato en el exterior. Por si los conservadores lo olvidan, esa dinámica de doble vía se conoce como procesos de globalización. El nombre de Guatemala ahora empieza a estar asociado en la gran prensa global con el tema de los derechos humanos, con la justicia de transición y la institucionalidad democrática; el país empieza a recobrar su buen nombre. Juzgar a un militar y condenarlo, habla de una nueva época que llega… y así El País, Le Monde, The New York Times, La Jornada, Página 12, etcétera, empiezan el elogio nacional. La gran prensa (y la pequeña aún más), los organismos internacionales y numerosos países democráticos influyeron, y ahora celebran lo que ocurre en Guatemala. La imaginación mentirosa de la reacción está repitiendo que afuera todos los guatemaltecos son genocidas (sic), que el Estado lo es también. No es necesario decir que esto es falso.
Hay intención mentirosa, por ejemplo, en la “táctica-de-la-confusión” que el CACIF está ejecutando en la Guatemala profunda: con el título de Ahora Dicen que los Guatemaltecos somos Genocidas publicaron en la prensa popular un texto modelo de galimatías; ahí enfatizan varias mentiras, como que el mundo nos mira ahora como genocidas, que los chapines somos tan ruines como los nazis o las dictaduras de Ruanda o Yugoeslavia; el desplegado termina con una pregunta insensata pero que estimula la confusión en el no precavido: ¿Eres tú un genocida? Un campesino de Chiantla dijo el 12 de mayo que en Huehuetenango no hubo represión, tal vez unos 200 muertos; y el jefe de la Comunidad Agropecuaria de los Milicianos (el nombre solo refleja la confusión o la falsedad) exigió la inmediata libertad de Ríos Montt, bajo amenazas de hecho. Lo que está ahora en cuestión es la calidad de la sentencia, su tiempo de oportunidad, sus efectos secundarios. Ojalá que el momento que viene sea una polémica jurídica y no un combate político sin reglas. Que la búsqueda de la justicia no genere más odios.
http://www.elperiodico.com.gt/es/20130519/deportes/228467
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