domingo, 19 de mayo de 2013

¿Qué defienden los que niegan el genocidio?


En la guerra, la violencia debe responder a un fin: alcanzar objetivos militares. Pero en los actos de genocidio cometidos por las tropas del Ejército de Guatemala hubo algo más: violencia inútil. La violencia se fue haciendo un fin en sí misma. Su propósito: causar dolor a otros, a muchos.
Manolo E. Vela Castañeda | manolo.vela@ibero.mx

Nadie niega que –con sus operaciones– el Ejército respondía a una amenaza muy concreta: había unos que querían derrocar al Estado. Las acciones que desde noviembre de 1981 emprendió el Estado Mayor General, no pueden calificarse de alocadas: concentración de fuerzas, apoyo aéreo, desarrollo de líneas de logística, despliegue territorial para el control de poblaciones, el esquema de las fuerzas de tarea. Pero hubo un momento en que los eslabones de la cadena de mando fueron entrando en una vorágine de degradación moral. A medida que se dieron acciones despiadadas contra poblaciones indefensas, y esto se repetía una y otra vez, aquí y allá, dentro de la institución se consolidó un sentimiento de poder por encima de la ley y los deberes de la humanidad. El alto mando se acostumbró a esa crueldad inútil y la premió. Y fue así como una campaña militar transformó en infierno (ese sitio donde ya solo queda maldad) a regiones enteras de Guatemala. Hay que entender que las guerras son algo terrible, pero no en todas las guerras se cometen actos de genocidio.

De las operaciones de represalia por –supuestamente– simpatizar con los guerrilleros, se pasó a permitir que oficiales y soldados dieran rienda suelta a los más bajos instintos humanos. Hacer fila para violar repetida y masivamente a niñas y mujeres, “hay carne” que así era como se referían a sus víctimas; permitir la organización de fiestas –con marimba– en los destacamentos, donde se dieron esta serie de abusos; hallar diversión en el sufrimiento causado a víctimas totalmente indefensas; permitir el sometimiento de mujeres a trabajos forzados en condición de servidumbre durante días; ensartar estacas en los genitales; mutilar cadáveres; extraer los fetos de las mujeres embarazadas; estrellar las cabezas de recién nacidos en los árboles o en el piso; matar ancianos. Estos “enemigos” que no disparaban ni portaban armas, que eran niños, viejos, mujeres, no solo debían morir, sino que debían experimentar aflicción, sufrimiento físico y moral. Y este tipo de violencia, inútil, es lo que está en la base del genocidio contra el pueblo Ixil y contra otros pueblos indígenas guatemaltecos. ¿Este es el tipo de violencia que ustedes, quienes niegan el genocidio, pretenden defender? Piénsese en las matanzas ocurridas en diversas aldeas, que han quedado escritas para siempre en la historia de Guatemala, ¿a la persecución judicial de los perpetradores de estos actos les llaman ustedes “cacería de brujas” y “circo judicial”?

Hubo algunos oficiales y soldados que vieron lo que ocurría y lograron hacerse a un lado. Fueron temperamentos excepcionales que –a tiempo– lograron escapar de la depravación. Estos, hoy, no asumen una posición de denuncia, porque temen la reacción de los “duros”, que se encargan de velar porque esta errónea interpretación del honor militar siga prevaleciendo.

En el juicio contra el general Ríos Montt no se están castigando los actos militares heroicos, que seguro que los hubo, por ejemplo, cuando un grupo de soldados defendió una posición aun y cuando todas las circunstancias aconsejaban replegarse; o el heroísmo de los soldados que sabían qué hacer en medio de una emboscada, cuando en lugar de “a tierra”, respondían. Lo que se está castigando con la sentencia dictada contra el general Efraín Ríos Montt es la perversidad deliberada. Por eso es que el juicio es una lección de humanidad que Guatemala está dando al mundo.

Hay aquí informes periciales de exhumaciones de cadáveres, testigos que por accidente quedaron vivos y que ahora nos han narrado lo que sus ojos vieron. Pero para ustedes ni la evidencia ni el debido proceso van a ser nunca suficientes, porque ustedes no es que no crean, es que no quieren creer. En lugar de compasión, ustedes pueden voltear a ver a otro lado y seguir viendo “embajadores aparejados”.

Doctor en Ciencia Social por El Colegio de México. Coordinador del Posgrado en Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Ganador del premio de la Academia Mexicana de Ciencias a la mejor tesis de doctorado (2009). Es autor de Masas, armas y elites. Análisis Sociológico de Eventos Históricos (Guatemala: FLACSO, 2008).
http://www.elperiodico.com.gt/es/20130519/deportes/228468

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