miércoles, 8 de mayo de 2013

Genocidio y etnocidio en Guatemala.


Foto: Arturo Albizures
 Carlos Figueroa Ibarra.
Los adversarios de caracterizar la matanza de 200 mil guatemaltecos  durante los años del conflicto interno coinciden  en su argumento principal. En Guatemala “las atrocidades”  se hicieron  porque se quería acabar con la insurgencia, no con un grupo étnico en particular. Por lo tanto en la medida en que no hubo eliminación de grupos en función de su adscripción étnica, no hubo genocidio. Esto es lo que he leído de manera burda en los volantes y comunicados de la Fundación contra el Terrorismo, de manera indignada en las declaraciones del presidente Otto Pérez Molina,  Antonio Arenales Forno y los defensores de Ríos Montt y Rodríguez y finalmente, de manera  más elaborada en las entrevistas y escritos de Gustavo Porras y mi buen amigo Adrián Zapata. 

Con su inteligencia habitual, Gustavo estira todavía más el argumento de la derecha insurgente: no hubo genocidio no solamente porque no se intentó eliminar a una etnia, sino porque pensándolo bien las etnias en Guatemala ni siquiera existen…
Foto: Arturo Albizures

El origen del argumento de las derechas contra la existencia del genocidio en Guatemala, en realidad no se sustenta en un examen riguroso de la verdad histórica sino en una argucia legal. La convención de la ONU sobre el Genocidio de 1948 acordó que por tal se entendía la matanza intencional, parcial o total  de un grupo nacional,  étnico, racial o religioso. Se eliminó por falta de consenso incluir un quinto grupo: el político. Esta omisión derivada de la correlación de fuerzas heredada de la segunda guerra mundial se volvió precepto jurídico en base al cual se hacen las acciones penales contra los genocidas. No está sustentado en un rigor científico sino en una conveniencia política. Puede uno explicarse que el argumento  de que no hubo genocidio porque no hubo etnocidio lo puedan usar los acusados y sus defensores, los que temen que en el futuro se les implique en actos genocidas, los voceros de la derecha contrainsurgente. No así de quienes pretenden ser cientistas sociales y fundamentar científicamente sus análisis.
En efecto en Guatemala la intención  del genocidio, que en rigor histórico es toda matanza en gran escala, no fue la “limpieza étnica”. El sentido general de la matanza  fue el politicidio y no el etnocidio. Sin embargo,  en momentos y regiones la matanza de carácter anticomunista se volvió intencionalmente etnocida.  Simple y sencillamente  porque en la lógica perversa de los genocidas había que destruir a una etnia  parcialmente -o si era necesario totalmente-, porque se presumía  que esa etnia parcial o totalmente estaba controlada por la “subversión comunista”. La intencionalidad contrainsurgente se mezcló de esa manera con una intencionalidad etnocida. El genocidio se volvió etnocidio  en momentos y lugares precisos. Uno de esos momentos y lugares fue lo acontecido en el triángulo Ixil en 1982.
Gustavo Porras argumenta que  en 1967 la matanza en el oriente del país no afectó a pueblos mayas y  que ello evidencia  que en Guatemala no hubo etnocidio. En la matanza en la Sierra de las Minas y regiones aledañas, el genocidio contrainsurgente ciertamente no se volvió etnocidio porque la población que era la base  social de la  guerrilla en aquella zona era ladina o mestiza. El genocidio necesitó ser etnocidio cuando la insurgencia prendió en  el altiplano central y septentrional  del país. Esto explica por qué para matar  en gran escala a los ixiles, el ejército pudo  haber usado a soldados que provenían de otras etnias. Y explica la razón por la cual  más del 80% de los muertos y desaparecidos por la acción del Estado fueron personas provenientes de las etnias mayas.
Negar el genocidio en Guatemala es bastante explicable por conveniencia ideológica y política. No por honestidad o inteligencia.

1 comentario:

  1. Gracias Carlos, como siempre brillante tu artículo. Importantes argumentos para que -quienes todavía creen que se puede negar lo innegable- lo entiendan. Saludos

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