miércoles, 26 de febrero de 2014

Catalina.


Tiene 24 años de edad, es originaria de  Jalapa, Guatemala.
Vive en el Estado de Texas, trabaja de mucama en un hotel. Limpia de 18 a 21 habitaciones por día. Gana $6.25 por hora.  Indocumentada. Vive con su esposo y  su hijo de 9 años de edad.  Su compañero es originario de Jutiapa, Guatemala.

Él cruzó la frontera en el año 2005. Llegó a Texas donde lo recibió un primo hermano. Cruzó el río Bravo. Indocumentado. Trabaja desde entonces en el oficio de albañilería.  En el  2010 mandó a traer a su hijo que en  ese entonces tenía cinco años. Pagó la cantidad de $9,000  por cruzarlo por la línea. –Línea llaman a las cercanías de las fronteras  donde se realiza el cruce vehicular entre Estados Unidos y México-.

En el año 2012 mandó por Catalina su esposa desde que tenía ella 14 años de edad y él 20. El plan era que el coyote la llevara con visa mexicana desde Tapachula hasta el Distrito Federal, irse en autobús y allá contactar a otros coyotes para que la llevaran a la frontera entre Tamaulipas y Texas. Cruzaría por Matamoros.  No obtuvo la visa y los planes tuvieron que reajustarse, se fueron   pidiendo favores a pilotos de tráileres y  lograron llegar sin novedad hasta San Luis Potosí. Les tomó quince  días desde que salieron de Guatemala.

Hasta ahí llegó el coyote salvadoreño que la entregó a otro contacto de una organización mexicana. Cobrarían $8,000 por cruzarla hasta Texas, su esposo ya había pagado los $6,000 acordados con el coyote salvadoreño, el monto total había quedado en la palabra de $14,000 entregada ella en Texas.

Las cosas cambiaron cuando Catalina quedó en  manos del otro coyote, inmediatamente fue llevada a una casa bodega donde la separaron con otras mujeres que ya llevaban días ahí, por la noche llegó otro grupo de coyotes con varias adolescentes, en la madrugada fueron trasladadas a una casa  de citas donde se les obligó a tener relaciones sexuales con varios hombres.  Fue le principio de un infierno que duró 5 meses.  

Se les inyectaba heroína y solo se les daba de comer una vez al día.  En la casa había un grupo de 19 mujeres  la más pequeña era una niña de 13 años y la mayor tenía 28.  La Niña de 13 era la más codiciada por la que cobraban a cada cliente la cantidad de 2,000 pesos mexicanos por 20 minutos con ella.  La mantenían sedada y acostaba en una cama amarrada de manos y piernas.

Las otras eran obligadas a vestirse en minifaldas y zapatos de tacón, no usaban blusas, solo sostén. Desfilaban frente a los clientes quienes decidían a quién llevarse a la habitación. Por ellas cobraban 500 pesos mexicanos por 20 minutos.

En la orgías eran obligadas a llenarse las fosas nasales con cocaína,  por la cantidad de 200 pesos ellos podían golpearlas.
Catalina y las mujeres fueron cambiadas de casas por lo menos en quince ocasiones en los cinco meses que estuvo secuestrada. Al mes de habérsele privado de su libertad los coyotes se contactaron con su esposo y pidieron la cantidad de $15,000 dólares para dejarla en libertad y con vida.  Dieron de tiempo dos semanas para recaudarlo.
Su esposo prestó el dinero con conocidos y pudo juntarlo sin embargo a Catalina no la entregaron hasta cinco meses después.

Los días lunes  las mujeres eran entregadas como día recreativo a los guardias del lugar, quienes en todo momento demostraron ser más abusadores que cualquier cliente. Las golpeaban con cinchos mojados, las hincaban y el esperma se lo echaban en las narices mientras otros las sujetaban de las manos, ellas no podían respirar, se los hacían tragar por las fosas nasales.

Fueron obligadas a practicar zoofilia y grabadas en videos que fueron vendidos a los mismos clientes.
Entre las víctimas de trata con fines de explotación sexual con las que estuvo en cautiverio durante cinco meses,  Catalina conoció a mujeres  de toda Latinoamérica, también chinas, japonesas, españolas y marroquíes. Las rotaban y cada tres semanas los grupos eran distintos.
Algunas ya llevaban dos años ahí porque les eran más rentables para el negocio que entregarlas a los familiares. Otras que fueron secuestradas para el fin exclusivo de la explotación sexual no tenían esperanza alguna en ser rescatadas.

A los cinco meses le comunicaron que sería entregada en Texas y fue trasladada a Tamaulipas,  cruzó por Matamoros y llegó a la ciudad de Brownsville, Texas donde la recibió su esposo en el estacionamiento de un centro comercial. Ahí terminó un infierno, el más feroz, pero comenzaría otro, el de la reconstrucción de una vida amancillada.


Catalina es  adicta a la cocaína y heroína, no puede dormir un sola noche de corrido, se despierta a deshoras a causa de  las pesadillas que la acorralan. Ha tenido dos intentos de suicidio en los que se ha cortado las venas en los brazos. No soporta que su esposo la toque, ni siquiera su hijo. La paranoia la persigue a todos lados. Están a punto del divorcio. Ninguno de los dos quiere regresar a Guatemala.  Ensimismada y callada Catalina se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, prepara el desayuno de su esposo y su hijo, el almuerzo suyo y de su esposo, a las seis en punto comienza su rutina laboral que con regularidad termina a las ocho de la noche,  con horas extras que no son remuneradas como corresponde.  Una vida ultrajada en la frontera de la perversidad, una indocumentada en el país de la falsa oportunidad. Una mujer mancillada que solo quería soñar.

Ilka Oliva Corado.
Febrero 26 de 2014.
Estados Unidos.



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