Tiene 24 años de edad, es originaria
de Jalapa, Guatemala.
Vive en el Estado de Texas, trabaja de
mucama en un hotel. Limpia de 18 a 21 habitaciones por día. Gana $6.25 por
hora. Indocumentada. Vive con su esposo
y su hijo de 9 años de edad. Su compañero es originario de Jutiapa,
Guatemala.
Él cruzó la frontera en el año 2005.
Llegó a Texas donde lo recibió un primo hermano. Cruzó el río Bravo.
Indocumentado. Trabaja desde entonces en el oficio de albañilería. En el 2010 mandó a traer a su hijo que en ese entonces tenía cinco años. Pagó la
cantidad de $9,000 por cruzarlo por la
línea. –Línea llaman a las cercanías de las fronteras donde se realiza el cruce vehicular entre
Estados Unidos y México-.
En el año 2012 mandó por Catalina su
esposa desde que tenía ella 14 años de edad y él 20. El plan era que el coyote
la llevara con visa mexicana desde Tapachula hasta el Distrito Federal, irse en
autobús y allá contactar a otros coyotes para que la llevaran a la frontera
entre Tamaulipas y Texas. Cruzaría por Matamoros. No obtuvo la visa y los planes tuvieron que
reajustarse, se fueron pidiendo favores
a pilotos de tráileres y lograron llegar
sin novedad hasta San Luis Potosí. Les tomó quince días desde que salieron de Guatemala.
Hasta ahí llegó el coyote salvadoreño que
la entregó a otro contacto de una organización mexicana. Cobrarían $8,000 por
cruzarla hasta Texas, su esposo ya había pagado los $6,000 acordados con el
coyote salvadoreño, el monto total había quedado en la palabra de $14,000
entregada ella en Texas.
Las cosas cambiaron cuando Catalina quedó
en manos del otro coyote, inmediatamente
fue llevada a una casa bodega donde la separaron con otras mujeres que ya
llevaban días ahí, por la noche llegó otro grupo de coyotes con varias
adolescentes, en la madrugada fueron trasladadas a una casa de citas donde se les obligó a tener
relaciones sexuales con varios hombres.
Fue le principio de un infierno que duró 5 meses.
Se les inyectaba heroína y solo se les
daba de comer una vez al día. En la casa
había un grupo de 19 mujeres la más
pequeña era una niña de 13 años y la mayor tenía 28. La Niña de 13 era la más codiciada por la que
cobraban a cada cliente la cantidad de 2,000 pesos mexicanos por 20 minutos con
ella. La mantenían sedada y acostaba en
una cama amarrada de manos y piernas.
Las otras eran obligadas a vestirse en
minifaldas y zapatos de tacón, no usaban blusas, solo sostén. Desfilaban frente
a los clientes quienes decidían a quién llevarse a la habitación. Por ellas
cobraban 500 pesos mexicanos por 20 minutos.
En la orgías eran obligadas a llenarse
las fosas nasales con cocaína, por la
cantidad de 200 pesos ellos podían golpearlas.
Catalina y las mujeres fueron cambiadas
de casas por lo menos en quince ocasiones en los cinco meses que estuvo
secuestrada. Al mes de habérsele privado de su libertad los coyotes se
contactaron con su esposo y pidieron la cantidad de $15,000 dólares para
dejarla en libertad y con vida. Dieron
de tiempo dos semanas para recaudarlo.
Su esposo prestó el dinero con conocidos
y pudo juntarlo sin embargo a Catalina no la entregaron hasta cinco meses
después.
Los días lunes las mujeres eran entregadas como día
recreativo a los guardias del lugar, quienes en todo momento demostraron ser
más abusadores que cualquier cliente. Las golpeaban con cinchos mojados, las
hincaban y el esperma se lo echaban en las narices mientras otros las sujetaban
de las manos, ellas no podían respirar, se los hacían tragar por las fosas
nasales.
Fueron obligadas a practicar zoofilia y
grabadas en videos que fueron vendidos a los mismos clientes.
Entre las víctimas de trata con fines de
explotación sexual con las que estuvo en cautiverio durante cinco meses, Catalina conoció a mujeres de toda Latinoamérica, también chinas,
japonesas, españolas y marroquíes. Las rotaban y cada tres semanas los grupos
eran distintos.
Algunas ya llevaban dos años ahí porque
les eran más rentables para el negocio que entregarlas a los familiares. Otras
que fueron secuestradas para el fin exclusivo de la explotación sexual no
tenían esperanza alguna en ser rescatadas.
A los cinco meses le comunicaron que
sería entregada en Texas y fue trasladada a Tamaulipas, cruzó por Matamoros y llegó a la ciudad de
Brownsville, Texas donde la recibió su esposo en el estacionamiento de un
centro comercial. Ahí terminó un infierno, el más feroz, pero comenzaría otro,
el de la reconstrucción de una vida amancillada.
Catalina es adicta a la cocaína y heroína, no puede dormir
un sola noche de corrido, se despierta a deshoras a causa de las pesadillas que la acorralan. Ha tenido dos
intentos de suicidio en los que se ha cortado las venas en los brazos. No
soporta que su esposo la toque, ni siquiera su hijo. La paranoia la persigue a
todos lados. Están a punto del divorcio. Ninguno de los dos quiere regresar a
Guatemala. Ensimismada y callada
Catalina se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, prepara el
desayuno de su esposo y su hijo, el almuerzo suyo y de su esposo, a las seis en
punto comienza su rutina laboral que con regularidad termina a las ocho de la
noche, con horas extras que no son
remuneradas como corresponde. Una vida
ultrajada en la frontera de la perversidad, una indocumentada en el país de la
falsa oportunidad. Una mujer mancillada que solo quería soñar.
Ilka Oliva Corado.
Febrero 26 de 2014.
Estados Unidos.
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