lunes, 6 de octubre de 2014

A 33 años de la desaparición de Marco Antonio Molina Theissen, detenido ilegalmente y desaparecido por agentes de la G2 del ejército de Guatemala el 6 de octubre de 1981.



El 6 de octubre se cumplen 33 años de la desaparición de Marco Antonio Molina Theissen, uno de las 45 000 víctimas de este delito de lesa humanidad, imprescriptible y continuado. Mis escritos, nacidos del amor profundo a Marco Antonio y a la patria que queremos construir, son para que no se olvide su nombre y para sumar esfuerzos en la memoria de las personas desaparecidas y de todas las víctimas que, con los ojos abiertos, siguen clamando por justicia.


Amor en dolor transfigurado



Amor de mi vida, Marco Antonio, hermano de mi alma, mi niño desaparecido, niño victimizado, niño truncado, tronchado de raíz, un árbol arrancado cuando apenas nacía, brutalmente ocultado de la vida para perderlo en el oscuro abismo de la muerte. Mi niño sin nombre, sin lápida, sin adioses ni abrazos. Niño de mi corazón, borrado por la perversidad de los hombres sin alma, de los infrahumanos sin rostros y sin nombres, siniestros embajadores del mal, Xibalbá entre nosotros. Amor transfigurado en el dolor de golpes infligidos con saña por hombres sin piedad, ciegos a las lágrimas y al implorante gesto de su madre, sordos a su grito de angustia, al llanto que se extiende por treinta y un años que no cesa aunque riamos y sigamos enteras, asidas a la vida, buscándolo...
Amor de mi vida, amor triste, profundo, desgarrante, amor que busca al niño desaparecido, amor que extiende sus manos al vacío en busca de promesas, de humo, de la nada. Amor que no lo encuentra, hermano de mi alma, pese a la terquedad centuplicada día a día, no lo olvido, no quiero, aunque me muera. Ya no encontré su vida, su latido. Quiero encontrar su muerte, saber el minuto exacto en el que se detuvo su pulso, el segundo en el que cayeron una a una sus células como estrellas marchitas, pisoteadas por los seres venidos del averno. Quiero saber el día, la hora y el minuto en el que sus manos dejaron de abrirse para tomar el mundo al que despuntaba apenas, a sus catorce años, diez meses y seis días.

Quiero saber quiénes lo hicieron. Quiero verlos, saber si tienen alma. Saber si tienen ojos y si pueden mirarme. Saber si tienen boca y si pueden decirme qué hicieron con usted. ¿En qué altar de miseria, de huesos y de sangre colocan las ofrendas bestiales a sus dioses? ¿Qué líquido espeso y oscuro circula por sus venas? Quiero saber cómo pueden dormir y respirar, pensar y deglutir, el general, el coronel, el que fue ministro de la defensa, el que dirigió la G2, el del estado mayor presidencial, el teniente que ejecutó las órdenes de muerte, el oficial que comandó cuarteles, el que tiró las bombas. Los hijos de Caín, pequeños engendros de la muerte, afincaron sus remedos de humanidad sobre el fango y la sangre, sobre el fuego asesino que consumió los ranchos, que exterminó a las flores, los niños, las mujeres, en medio del silencio, sin tregua, sin piedad, salvajemente, que se lo llevaron a usted, hermano de mi alma. Bestias nauseabundas, repulsivas, tocadas por lo horrible, dadores del dolor, perpetradores de la herida, portadores del mal, destructores de sueños, de luces y de estrellas, enterradores, verdugos, repartidores de la muerte, no de la que se acerca sigilosa y debe arrebatarnos dulcemente el aliento, sino de la otra muerte: aquella que aparece de pronto entre el humo y el fuego de las balas o en el ritual macabro de bayonetas raspantes y puñales helados degollando los sueños.

¿Dónde están sus despojos, hermano de mi alma, mi niño tan amado con un amor que duele, con abrazos que ni siquiera lograron alcanzarlo, con caricias resecas que no lo tocan nunca? Ni un pedazo de usted volví a ver, ni un dedito. ¿Dónde está? ¿Qué le hicieron? ¿Cuánto tiempo sufrió? ¿Fue demasiado horrible? Preguntas y preguntas. Es lo que me satura, hermano de mi alma, estaré llena de ellas hasta encontrar certezas.

Felicidad de mi niñez y de mis años jóvenes, el amor más grande y ahora apenas sé cómo era porque no vivió lo suficiente. Es todo tan injusto. Trato de recordarlo, dibujo la forma de sus manos, recupero entera su mirada y su risa es un cascabel en mis oídos pero tan solo encuentro de nuevo a la tristeza. Su recuerdo se esfuma en una maraña de dolores y tiempo que ha pasado hora tras hora, año tras año, borrando sus huellas en mi vida.

Y sin embargo, amor en dolor transfigurado, indescriptible amor que me traspasa, que vivirá mientras yo esté viva. Eso es usted, amado hermano mío. Soy un tesoro que guarda su memoria, los pequeños retazos de recuerdos. Lejos, también, mi país vive en mí. Soy un triste santuario iluminado con pájaros y flores.
http://cartasamarcoantonio.blogspot.com/2012/11/amor-en-dolor-transfigurado.html

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