HELMER VELÁSQUEZ
Se trata de una sociedad indígena q’eqchi’ cuyo territorio está
intervenido por intereses económicos que le son ajenos y de muy escaso
beneficio local. Estuve ahí en varias ocasiones hace muchos años con un equipo
de trabajo de la Usac y posteriormente con don Armando Barrios discípulo
presbiteriano que se aferraba con certeza a la idea de que es posible realizar
el reino de Dios aquí en la tierra y que –por supuesto– los hermanos q’eqchi’
eran parte de él y en tanto aquello, seres humanos con dignidad, derechos y
abolengo; para don Armando, los empresarios agrarios de la zona norte eran
redimibles en tanto hijos de Dios, y que en tal tesitura, resultaría posible un
arreglo ecuánime con los q’eqchi’ por la tierra. Nada de eso sucedió, los
hermanos “propietarios” aprovechando las coyunturas de los años setenta y
ochenta, aceleraron el desarraigo de los q’eqchi’, acusándoles de guerrilleros
y “los ejércitos” se encargaban del resto: masacrar o secuestrar a los
pobladores y en consecuencia se ampliaron los fundos o crearon nuevos.
La Fe de don Armando permaneció incólume, quizá sin poder asimilar la profundización de la amargura de los q’eqchi’, se aferró a la idea que los mercaderes serán expulsados del templo. Han pasado largos años de aquellas jornadas, en un Chisec por aquellos días de polvo, madera, fuego de metralla y celadores militares. Estos tiempos no existen más sin embargo, la milicia aún está allá, la tierra sigue concentrada, se sustrae petróleo, el suelo se usa para palma aceitera, los ríos se le disputan a la gente para riego de palmas y generar luz para otros, la pobreza continúa pegada a la piel de niños y adultos, los servicios públicos continúan ausentes, salvo en el casco urbano aunque deficitarios. De otro lado existe profusión de celulares, televisión por cable, crecimiento de economía extractiva.
El desarrollo ese sí que no ha llegado por aquellas estribaciones, hay infraestructura vial que atraviesa el municipio, los caminos comunitarios permanecen precarios y sinuosos; un oleoducto pasa enfrente de viviendas indígenas “para ornato del jardín”, sin embargo, obstaculiza el ingreso de las familias a casa. Me comentaron que ahora ya no hacen nada sobre el asunto pues nadie les oye. Existen ahora las denominadas zonas agrícolas: no son más que fundos para el cultivo de palma aceitera. Muchas personas en el municipio portan armas. Las iglesias no católicas han proliferado, se instalan una al lado de la otra. ¿Las resistencias? son atisbo de nuevos tiempos.
http://www.elperiodico.com.gt/es/20150226/opinion/9115/Chisec-y-sus-m%C3%BAltiples-contradicciones.htm
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