martes, 19 de enero de 2016

Retorcer a Monterroso

MARIELOS MONZÓN
A mi papá, Guillermo Alfonso Monzón Paz, lo asesinó un escuadrón de la muerte el 27 de febrero de 1981. Su cuerpo quedó tendido en una de las calles de la Ciudad de Guatemala. Le dieron el tiro de gracia. Un vecino del área me contó, varios años después, lo que había visto desde el mostrador de su panadería. También una prima de mi padre fue testiga de cómo a la morgue llegaron varios judiciales para constatar que la misión había sido cumplida. “Ya está tieso el muñeco”, dijeron.

Mi papá tenía 36 años, era un abogado penalista y catedrático de la Universidad de San Carlos. Todavía hoy muchos de sus colegas y alumnos le recuerdan con enorme aprecio personal y profesional. Varias generaciones de juristas estudiaron con su libro sobre Derecho Penal y discutieron a partir de sus escritos. Me cuentan que mi papá acompañó a las familias de los detenidos-desaparecidos en la búsqueda de sus familiares, que presentó innumerables recursos de hábeas corpus y recorrió cárceles, hospitales y comisarías para ubicarlos. En el año 1979 escribió su primer libro, La violencia institucionalizada en América Latina, el caso de Guatemala, lo que le valió numerosas amenazas y me atrevo a decir que a partir de ahí se dictó su sentencia de muerte.

A mí nadie me lo contó, yo lo viví en carne propia, y 35 años después me sigue doliendo la brutalidad y la barbarie que me lo arrebató. A mi padre, como a muchos otros, le quitaron la vida por expresar sus ideas y defender la democracia, la justicia y la libertad. Mi vida cambió radicalmente cuando lo perdí y mucho de lo que creo y defiendo es gracias a su legado.

Como él, ninguno de los profesores y estudiantes universitarios que fueron asesinados o desaparecidos tuvieron oportunidad de defenderse, no fueron presentados ante los tribunales para conocer de qué se les acusaba y enfrentar un juicio justo. Bastaron señalamientos y presunciones para condenarlos a muerte y con el cartel de “enemigo interno” fueron masacrados, torturados, ejecutados y secuestrados. No se trató de acciones aisladas ni producto de ocurrencias individuales, sino de un plan sistemáticamente orquestado desde las más altas esferas del Estado.

Tuvieron que pasar décadas para que se conociera la magnitud de la tragedia y también para que el sistema estuviera en capacidad de iniciar procesos penales contra los responsables, porque está claro que durante los años de la guerra y las primeras décadas de esta incipiente democracia el sistema de justicia estuvo cooptado y de muchas maneras, aún lo está.

Por eso indigna —además del tono mesiánico— escuchar que en su discurso de toma de posesión el señor Jimmy Morales descalifique la valentía de quienes siguen, a pesar de los años, pidiendo que se haga justicia y se atreva a retorcer uno de los textos de Augusto Monterroso para justificar la impunidad. Los dinosaurios a los que se refería el maestro son precisamente los fundadores del partido que presentó la candidatura del ahora presidente y no al revés, como sostuvo en su alocución.

Si se plantea un gobierno “con todos y para todos” y se proclama una “nueva Guatemala” y una “nueva política”, no es un buen comienzo reiterar los viejos y gastados argumentos de la impunidad.

La justicia no es venganza y no puede ser selectiva. No se puede pedir juicio y castigo para los responsables de actos de corrupción y perdón y olvido para quienes cometieron crímenes de lesa humanidad. Las víctimas y sus familiares tienen derecho a que se conozca lo que ocurrió y a que los responsables enfrenten la justicia, esa es la vía para lograr la reconciliación y garantizar la no repetición. Y sí, presidente, el dinosaurio sigue aquí, pero usted lo está mirando en dirección equivocada.

http://www.prensalibre.com/opinion/retorcer-a-monterroso

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