Recuerdo que me estaba revolcando del dolor de muelas,
andaría por ahí de los doce años de edad y en la casa ir a donde el dentista
era un lujo al que no podíamos acceder, para tanto no llegaba el salario de mi papá ni la venta de
nuestros helados. El dinero no se desperdiciaba en repellos y cuando era de
vida o muerte se hacía el esfuerzo para que
con un alicate el dentista pusiera fin a nuestro tormento. Y así la
mayoría en la colonia.
Aquella tarde me doblaba del dolor y no
había calmante que me lo lograra controlar, llegó mi mamá que andaba haciendo
oficio en el patio y cansada de escuchar mi llanto me dijo: “¿dolores? ¿Te
sentís morir con el dolor de muela? Dolor es parir un hijo y ni tanto, dolor es
que se te muera. Esos son dolores en la
vida no un dolor de muela.” Regresó a lo
que estaba haciendo. Y a mí se me fue el dolor a la goma, me puse sal sobre la
muela y busqué oficio. Nunca he olvidado esas palabras.
Mi madre fue la primera mujer a la que le
escuché decir que el dolor más grande en la vida es que se te muera un
hijo. ¿Cómo puede soportar una madre la
muerte de un hijo? Me pregunto. Si ese
lazo que se crea en la gestación es irrompible.
¿Cómo puede sobrevivir una madre a la desaparición de un hijo? Que si
está muerto hay una tumba, se sabe que está ahí, ¿pero un desaparecido? ¿En
dónde buscarlo?
La angustia de pensar si está bien, si lo
están torturando, si lo están matando de hambre, a golpes, si pasa frío, si
clama a gritos por ayuda que nadie escuchará.
No hay cansancio, derrota, no hay paranoia, ansiedad, pesadillas, no hay
depresión que pueda con la fuerza inquebrantable de una madre que busca a su
hijo desaparecido. Quien crea lo
contrario que vaya y les pregunte a Las Madres de la Plaza de Mayo. Que vaya y
les pregunte a las madres de los desaparecidos que se llevaron las dictaduras
militares. Que vaya y les pregunte a las
madres de los desaparecidos que se lleva la limpieza social. O que vaya y les
pregunte a las madres centroamericanas
de migrantes desaparecidos que en este momento visitan México, en la Caravana
que nunca se cansa de buscar. Quién crea que es una angustia leve que se ponga
en sus zapatos.
Hay dolores en la vida que si somos
humanos aunque sean ajenos debemos hacerlos propios para que la conciencia no
se nos duerma, no se nos muera, no se nos escape en fantasías insignificantes.
Muchos creen que duele no tener un automóvil de modelo reciente, un iPad, una
computadora, tener el armario lleno de zapatos. Creen que duele no poder
comprarse esa corbata que va muy bien con el traje nuevo. O la bolsa que hace
juego con la chaqueta. Muchos imaginan
que es doloroso y se deprimen al no
tener una casa con terraza y de tres niveles o un portón electrónico para el
garaje. Un mesa de caoba para el comedor. Un teléfono celular inteligente. Y
una botella de vino fino para la cena de fin de año.
Se deprimen porque no les alcanza el
salario para salir a parrandear todos los fines de semana, porque alguien les
dijo que andar de fiesta en fiesta es vivir. Porque han escuchado decir que la
vida es corta y se acaba pronto. Que hay que fornicar con quien se deje porque
la vida es para vivirla. Que entre más títulos universitarios tenga mejor lo
tratará la vida. Y en el afán muchos los
compran y no se los ganan. ¿Qué es vivir? Nunca he visto a alguien que se
deprima por no poder comprar o leer un
libro. En cambio sienten morir si no tienen la loción esa que acaban de anunciar
por televisión. O las joyas de oro. ¿Qué es el oro en la vida? ¿Qué es el oxigeno
en la vida?
Cuánto desaliento pueden tener acumulado
las madres que buscan a sus hijos desaparecidos durante décadas, las que mueren
y nunca los han encontrado. Hay dolores de dolores en la vida. Por amparo debemos sentirlos todos. ¿Qué haría si fuera su hija la desaparecida?
¿Qué pensamientos vienen a su cabeza? ¿La están abusando, cuántos hombres han
pasado sobre ella, le pegan, la torturan? ¿Duerme? ¿La sodomizan? ¿Lo ha
pensado así? ¿Han llegado estos pensamientos a su mente aunque no tenga
familiares desaparecidos? ¿Qué hacen con
su hijo? ¿Lo están utilizando para cargar droga, para matar gente, lo mataron,
lo han sacrificado? Si pensar esto nada
más le agria el momento imagine a las madres que llevan décadas buscando a sus
hijos desaparecidos. Se les ha ido la vida.
Son miles los migrantes que han
desaparecido en México en su paso hacia Estados Unidos, ¿en dónde están?,
¿quién los desapareció?, ¿son ellos muchos de los cuerpos que aparecen en fosas
clandestinas? ¿Son ellos muchos de los cuerpos que deshacen en líquido dentro
de un tonel? ¿Son ellos los cuerpos que aparecen a la orilla de la ferrovía,
sin órganos? ¿Son ellos los sicarios? ¿Son ellos lo que son explotados
sexualmente en los mercados negros?
Qué angustia solo pensar que pueda ser un
ser querido. Qué dolor imaginar, solo imaginar.
Ahora imagine la desesperación, el llanto, el cansancio, los
pensamientos, la impotencia.
Piense un instante en La Caravana de
Madres de Migrantes Buscando a sus hijos
Desaparecidos en Tránsito. Respire despacio, ahora piense que cualquiera de
ellas puede ser usted. ¿Qué siente ahora?
Le pregunto: ¿qué haría si fuera una de
ellas? No lo es, usted tanto como yo somos
la célula, ella son el núcleo. Le pregunto, ¿puede la célula sobrevivir
sin el núcleo, qué es el núcleo sin la célula?
Imagino que los buscaría hasta debajo de
las piedras, ¿le gustaría que la gente fuera apática a su dolor, a su búsqueda?
¿Le gustaría que se unieran y que denunciaran? ¿Qué exigieran justicia? ¿Qué
los gobiernos y las autoridades hicieran algo?
Le pregunto de nuevo, antes respire despacio, hondo, ¿qué haría?
En la vida hay amores y dolores. Uno de
los más grandes amores es el de la solidaridad humana, si nos une el amor
también que sea el dolor causal de hacernos despertar e involucrarnos.
Le
dejo con la pregunta de acuerdo a sus recursos, circunstancias y conciencia:
¿de qué manera se involucraría? No
espere a que ese dolor que ahora es ajeno, lo toque de cerca y le vuelva polvo
las esperanzas.
Le pregunto ahora: ¿qué es la vida para
usted? ¿Un jardín de rosas? Le cuento que las rosas también tienen espinas.
Si este texto lo hizo pensar un momento
en el dolor ajeno, compártalo para que por lo menos mientras lo leen otros también
puedan hacerlo.
Ilka Oliva Corado.
Diciembre 03 de 2014.
Estados Unidos.
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