viernes, 28 de febrero de 2020

GUATEMALA: FOTOREPORTAJE VICTIMAS Y SOBREVIVIENTES DEL CONFLICTO ARMADO, HONRAR LA MEMORIA DE NUESTROS SERES QUERIDOS ASESINADOS Y DESAPARECIDOS.


Fotos: Arturo Albizures 

ASOCIACIÓN COMUNICARTE
30 AÑOS ACOMPAÑANDO Y DOCUMENTANDO LA MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA 1990 - 2020 


CONMEMORACIÓN DEL 25 DE FEBRERO, DÍA NACIONAL DE LA DIGNIFICACION DE LAS VÍCTIMAS DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO
El 25 de febrero de 1999 la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH presentó el Informe Memoria del Silencio, en el que se dan a conocer las atrocidades cometidas por las fuerzas represoras del Estado, en particular por el ejército de Guatemala durante el conflicto armado interno.


Dicho informe establece que los hechos cometidos contra poblaciones indígenas son actos de genocidio. Informa además de las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales cometidas contra población civil, tanto en el área urbana como en las comunidades del país. Nombra los hechos de violencia y represión que sufrió el pueblo guatemalteco en manos de un ejército que con la implementación de la estrategia contrainsurgente cometió delitos de lesa humanidad.




El Estado, a través del Programa Nacional de Resarcimiento, en cumplimiento con las recomendaciones del Informe de la CEH promovió que el 25 de febrero se conmemorara el “Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas”, para honrar a todos aquellos hombres y mujeres sobrevivientes, y dignificar la memoria de aquellas personas que fueron masacradas, ejecutadas y desaparecidas en manos del ejército por la política ejercida desde el Estado.


Es por ello que cada año familiares, sobrevivientes, colectivos y organizaciones sociales y de derechos humanos conmemoran esta simbólica fecha,  no sólo para recordar sino también para honrar la vida y lucha de campesinos, lideres estudiantiles y sindicalistas, académicos, religiosos, hombres, mujeres, niños y niñas, así como para demandar  justicia, resarcimiento y reparación integral porque no se puede dignificar a las víctimas mientras las graves violaciones a los derechos humanos permanezcan en la impunidad y los responsables no sean juzgados y encarcelados.




Este día también recordamos los ideales de lucha de todas aquellas personas  víctimas del conflicto armado, que no tuvieron miedo de callar las injusticias, que trabajaron para que en este país desaparecieran el racismo, la pobreza, la discriminación, y la exclusión, y que siempre defendieron la dignidad y libertad de su pueblo.



EN GUATEMALA la guerra duro 36 años (1960 - 1996), el 29 de diciembre de 1,996 se firmo la paz entre el Gobierno y la URNG, las consecuencias de la guerra fueron 250 mil muertos, 45 mil detenidos desaparecidos, entre ellos 5 mil niños, mas de un millón de desplazados internos.
El 93% de las violaciones documentas se les atribuye a las fuerzas del Estado y grupos paramilitares y el 3% a la guerrilla.





https://www.youtube.com/user/asocomunicarte/videos
ASOCIACIÓN COMUNICARTE

30 AÑOS ACOMPAÑANDO Y DOCUMENTANDO LA MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA 1990 - 2020 
Hablar hoy de Memoria Histórica o, de Memoria Colectiva, es hablar del trabajo que COMUNICARTE viene desarrollando desde 1990. Un trabajo que hoy en día permite conocer de diversas problemáticas que se vivieron durante el conflicto armado pero también, de las luchas que desde la sociedad civil han librado las distintas organizaciones sociales para hacer valer sus derechos, frente a un Estado excluyente y fundado para proteger los intereses de la oligarquía.
ARTURO ALBIZURES Y BORIS HERNANDEZ


lunes, 24 de febrero de 2020

GUATEMALA: CONMEMORACIÓN DEL 25 DE FEBRERO, DÍA NACIONAL DE LA DIGNIFICACION DE LAS VÍCTIMAS DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO

FOTOS ASOCIACIÓN COMUNICARTE 30 AÑOS 1990 - 2020, MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA

El 25 de febrero de 1999 la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH presentó el Informe Memoria del Silencio, en el que se dan a conocer las atrocidades cometidas por las fuerzas represoras del Estado, en particular por el ejército de Guatemala durante el conflicto armado interno.

Dicho informe establece que los hechos cometidos contra poblaciones indígenas son actos de genocidio. Informa además de las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales cometidas contra población civil, tanto en el área urbana como en las comunidades del país. Nombra los hechos de violencia y represión que sufrió el pueblo guatemalteco en manos de un ejército que con la implementación de la estrategia contrainsurgente cometió delitos de lesa humanidad.

El Estado, a través del Programa Nacional de Resarcimiento, en cumplimiento con las recomendaciones del Informe de la CEH promovió que el 25 de febrero se conmemorara el “Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas”, para honrar a todos aquellos hombres y mujeres sobrevivientes, y dignificar la memoria de aquellas personas que fueron masacradas, ejecutadas y desaparecidas en manos del ejército por la política ejercida desde el Estado.

Es por ello que cada año familiares, sobrevivientes, colectivos y organizaciones sociales y de derechos humanos conmemoran esta simbólica fecha,  no sólo para recordar sino también para honrar la vida y lucha de campesinos, lideres estudiantiles y sindicalistas, académicos, religiosos, hombres, mujeres, niños y niñas, así como para demandar  justicia, resarcimiento y reparación integral porque no se puede dignificar a las víctimas mientras las graves violaciones a los derechos humanos permanezcan en la impunidad y los responsables no sean juzgados y encarcelados.

Este día también recordamos los ideales de lucha de todas aquellas personas  víctimas del conflicto armado, que no tuvieron miedo de callar las injusticias, que trabajaron para que en este país desaparecieran el racismo, la pobreza, la discriminación, y la exclusión, y que siempre defendieron la dignidad y libertad de su pueblo.

jueves, 20 de febrero de 2020

25 DE FEBRERO Y LA NIÑES DESAPARECIDA, DIA NACIONAL DE LA DIGNIDAD DE LAS VICTIMAS DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO.

Por: Miguel Ángel Albizures

El próximo martes es 25 de febrero, para muchos no dice nada la fecha, porque carecen de memoria o porque intencionalmente quieren olvidar los crímenes del pasado y no sería raro que algunos de ellos deseen que se repitan, desconocen que en el 2004 el Congreso aprobó el Decreto 06-2004 que crea el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto Armado Interno y dice que debe conmemorarse en instituciones autónomas y descentralizadas, en los establecimientos educativos y oficinas públicas y privadas para honrar la memoria de las víctimas. En 1999 la Comisión para el Esclarecimiento Histórico sacudió al pueblo con la entrega de su informe Memorias del Silencio que contiene la tragedia que el pueblo vivió a lo largo de muchos años. Algunos critican que desenterremos el pasado, pero no podemos vivir con la carga de ocultar y ocultar día tras día la verdad de los hechos criminales que sucedieron, pues muchos de los responsables aún están vivos y en puestos de poder.
Lo anterior viene a cuenta porque hoy en día está circulando una foto de un niño, sostenida por un adulto, se trata de él mismo hace ya muchos años, pero lleva en el recuerdo los hechos acontecidos en 1983 y dice: “ese soy yo a los tres años más o menos, madre estoy buscándote desde el fondo de mi alma” dice que fue secuestrado y llevado al Hogar Elisa Martínez y después fue trasladado a otro país y creció con una familia extranjera. “Soy otra víctima de la estrategia genocida de los años ochenta” que regresa a su país en búsqueda de sus familiares.

Es pues, uno de los más de cinco mil niños detenidos desaparecidos durante el conflicto armado interno, época en que allanaban una casa se llevaban a todos. A los adultos los asesinaban y a los niños, cuando tenían la suerte de sobrevivir, los metían a un hospicio o casa especial para posteriormente hacer negocio con ellos vendiéndolos a familias extranjeras. Quizá, lo más cruel de todos los hechos, hemos dicho en otras oportunidades, es la desaparición de las personas, pero cuando se trata de miles de niños que fueron vendidos como cualquier mercancía, es un crimen que no tiene nombre. Los gringos o los europeos sabían de dónde venían esos niños que compraban, pero querían hijos y poco les importó lo que sucedía en Guatemala. Aún recuerdo a los grupos de extranjeros que se arremolinaban a finales de los años ochenta y noventa, en un “prestigioso” hotel de la ciudad de Guatemala, donde se hacía la entrega de niños.

Este 25, las organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos y las que dedican sus esfuerzos y recursos al reencuentro de familias separadas por la persecución del Ejército en los años del conflicto armado, saldrán a las calles para conmemorar la entrega del informe e insistir en la búsqueda de la niñez desaparecida y que se aplique la justicia a los responsables, por eso insisten en que no debe haber, ni olvido ni perdón.
https://elperiodico.com.gt/opinion/2020/02/20/25-de-febrero-y-la-ninez-desaparecida/

martes, 18 de febrero de 2020

EL HILO DE AGUSTÍN, MEMORIA HISTÓRICA.

Por Agustín Ortíz //febrero 14, 2020 //Opinión
Agustín Ortíz, periodista guatemalteco, publicó un “hilo” en Twitter, -una seguidilla de párrafos entrelazados, usual de esa red social-, recordando la huida, el exilio y el retorno de su familia. Ocote lo república con autorización del autor. Un hilo que funciona como otra guía en el laberinto de nuestra historia reciente, donde el minotauro es el olvido.
Día lluvioso en casa de mis papás. Fotografía: Agustín Ortíz
Rescato este relato que escribí hace unos años, pero vigente hoy que se cumplen 27 años de haber iniciado nuestro caminar del Retorno Masivo de los Refugiados a Guatemala, tras 12 años de exilio en México.

El sábado 13 de febrero de 1982, en la casa del lote 4 de la aldea Santa María Tzejá, Ixcán (en ese entonces pertenecía a Uspantán), Quiché, mamá lidiaba con el almuerzo de un niño de nueve meses de edad. Eran alrededor de las 2 p.m.

Papá trabaja la parcela, a una hora y media de camino de casa, caminando por las veredas bajo la selva. Mi hermana mayor ayudaba con los quehaceres de casa. La segunda había ido con un patojo familiar a darles sal a las vacas, que no eran más de tres.

Las otras tres hermanas jugaban por ahí. Mamá daba de comer a la última de ellas, tan solo dos años mayor que yo, a pesar del riesgo de mis muy comunes berrinches. Nada extraño de un niño que a los nueve meses caminaba a la perfección y era muy inquieto.

A pesar del trajín cotidiano, el ambiente era de una calma, solo interrumpida por el cacaraqueo de gallos, el gorjeo de pájaros y el sonido del hacha cortando leña. Normal en una aldea a 398 kilómetros de la capital, fundada no más de 15 años atrás, en medio de la selva tropical.
Calle del sector donde está la casa de mi familia. Fotografía: Agustín Ortíz
Una explosión a poco menos de medio kilómetro de casa (por el camino de ingreso a la aldea) rompió el silencio y la calma. Mamá interrumpió mi rutinaria alimentación y me sujetó a su espalda con el rebozo.

Les gritó a mis hermanas que corrieran. Mi hermana mayor tomó en brazos a la más pequeña. Las otras dos salieron tomadas de la mano. Para entonces, en cosa de minutos, la aldea estaba en alerta y toda la gente salía de sus casas y corría a la selva para salvar su vida.

La patrulla del Ejército no tardó en llegar a la aldea. La detonación había sido por parte de “los postes” de la aldea. Unos tres o cuatro jóvenes que tenían a su cargo la vigilancia ese día.

A la aldea llegaba noticias cada vez frecuentes de incursiones militares en aldeas vecinas, que ni se conectaban aún por falta de caminos. Apenas tres días antes, uno de dos sobrevivientes de la aldea Trinitaria, a unos 20 kilómetros de Tzejá, había llegado a la aldea.

Relató que una patrulla militar había masacrado la aldea. Nuestra comunidad estaba de alguna manera en alerta, pero no imaginaba que fuera a ser alcanzada o que el Ejército fuera capaz de las atrocidades que se decía que había cometido en otras aldeas. Había escasa información.

La facción guerrillera Ejército Guatemalteco de los Pobres (EGP) buscaba adoctrinar y hacer base en las comunidades pobres desde su llegada a la región hacia 1972, pocos años después del inicio de la colonización del Ixcán.

Como era lógico, mucha gente simpatizó con la idea liberadora y pensaba apoyar su lucha. Otras muchas, no. En mi aldea, hubo algunos que apoyaron directamente. La mayoría de personas venía de liberarse del yugo de la explotación de mano de obra en las fincas de la oligarquía.

Papá, que desde los 12 años de edad “bajaba” del altiplano de Quiché hasta la Costa Sur año con año, supo de los parcelamientos del Ixcán, iniciado por el INTA, trabajando en la zafra. Dejó su natal San Andrés Sajcabajá, Quiché. Caminó una semana entre la selva.

Con tres hijas a cuestas (de las cuales una murió después) y mi mamá apoyándolo, cruzaron la Zona Reina caminando. Como él, la mayoría de campesinos, aunque solo quería saber de su tierra y sus cultivos, pero tampoco era indiferente a la necesidad de una sociedad justa.

A raíz de la creciente noticia de una inminente guerra, las personas de Tzejá había atendido el llamado de la guerrilla de practicar simulaciones de evacuación, construcción de trincheras o escondites y depósito de granos, sal o enseres en “bolsones” en la selva.

Lo que nadie imaginó era que la incursión militar duraría tanto, que todo era parte de una política de Estado o que la crudeza era tal que, o se moría en el intento de escapar, o se era capturado por el ejército o se lograba el exilio. Las tácticas aprendidas no fueron suficientes.

De ahí que la aldea había optado por turnar “postes” para brindar alertas. Estaban ubicados a unos ocho kilómetros de la comunidad. En el límite con la aldea San José La 20. Lo que pasó ese día fue que el artefacto de alarma no funcionó.
Calle principal de la aldea. Fotografía: Agustín Ortíz
Los soldados, alertados apresuraron el paso. Los jóvenes corrieron por la selva tratando de ganar tiempo y solo lograron detonarlo en la entrada a la aldea, ya con poca ventaja.

Al cabo de un rato de la llegada de los soldados a la aldea prácticamente vacía, comenzaron a quemar las viviendas, en su mayoría hechas con palos rollizos y hojas de corozo. Mataron a los animales de patio a metralla. El humo y las ráfagas alertaron a los hombres en las parcelas.

Papá pronto supo que algo andaba mal y emprendió el viaje de regreso. Corrió como nunca antes. Cuando llegó a la aldea, todo era un infierno. Lo primero que hizo fue buscarnos en casa. No había rastro de nadie. Su caballo blanco seguía en pie, amarrado a una mata de nance.

Corrió hasta el animal para soltarlo. Cuando escuchó detonaciones y sintió el calor de las balas. Como pudo le dio un par de machetazos al lazo del caballo y este asustado corrió y terminó de romperlo, logrando escapar. Papá solo recuerda que corrió entre el monte sin parar.

Papá emprendió la tarea de buscarnos. Se había acordado de que en caso esto sucediera, nos reuniríamos en la parcela. Volvió hasta allá. La noche comenzó a caer y la selva era aún más espesa. Caminó, por ratos a tientas.

Su miedo fue mayor cuando al, por fin, llegar a la troje, no encontró a nadie. Luego de esperar un tiempo, decidió caminar en la selva entre la oscuridad, esperando encontrarnos en los alrededores. Sabía que otras personas tenías trojes en sus parcelas.

Guiado por su instinto y la desesperación de encontrarnos avanzó en espiral para abarcar cada vez, más campo. De vez en cuando gritaba nuestros nombres. A las primeras que halló fueron a mis hermanas intermedias: Medarda y Florencia.

Ya con ellas, avanzaron hasta encontrar una choza. Escucharon voces. Una familia de La 20 a quien conocía papá eran los dueños. Estaban ahí y con ellos mi hermana mayor, Ana, y la menor de ellas, Santa. Mamá, conmigo a cuestas, seguía perdida entre la selva oscura.

Papá decidió ir a buscarnos un poco más allá de la choza y al cabo de un rato, pudo encontrarnos con mi mamá, Liva. Faltaba mi hermana Dominga, quien andaba con Bacilio ordeñando y dándoles sal a las vacas, no lejos de casa cuando fue la incursión.

Su búsqueda durante la noche fue infructuosa y no fue hasta el alba que papá dio con ellos. Ya reunidos todos, debíamos seguir ocultándonos hasta no saber sobre la situación de la aldea.
Fotografía: Agustín Ortíz
Dos días después de la llegada de la patrulla militar, se produjo la masacre de una familia casi completa. Los registros históricos reportan al menos 16 asesinados por los soldados en mi aldea. No todos del lugar.

No pudimos volver a la aldea. Deambulamos en la selva junto con otras familias, como la de mi finado tío Alejandro, que luego fue capturado junto a su familia y otros, por el Ejército en una de las incursiones en nuestro escondite.

La mayoría de personas de mi aldea logró huir a México entre tres y nueve meses después de huir en la selva. Nosotros quedamos perdidos y sobrevivimos así durante un año y medio, hasta que un grupo guerrillero nos encontró y guió hasta cruzar la frontera con México.

Y así, ese 13 de febrero de 1982, marcó el inicio de 12 años de exilio, que terminó en 1993, cuando decidimos con mis padres, hermanas y hermanos (mis hermanos menores: Mario y Miguel, nacieron en México) volver. Tres de mis hermanas con familia no se adaptaron y se regresaron.
Río Tzejá, el principal de la aldea. Fotografía: Agustín Ortíz


Cierro este HILO con un poema que le escribí a mi aldea:
Mi lar es un punto inexorable en el mar de clorofila tropical;
no se presta a maldades:
Todos los caminos de mi pueblo conducen hacia él;
pero ninguno es escapatoria.

https://agenciaocote.com/el-hilo-de-agustin/?fbclid=IwAR3WEcAF9j8UexWPFO9XwcKxOFxsbmjPQRCE-JmXqA_kIFC6UDGiS94MrF4