Es difícil transmitir a los lectores las escenas de dolor manifestadas en los homenajes a Facundo Cabral. Solo viendo la expresión de la joven, casi niña, que escucha, enjuaga sus lágrimas y me mira como pidiendo explicación del salvajismo cometido, puede uno imaginarse la conmoción que provocó su asesinato. Se escapó de su casa, no quiso refugiarse en su cuarto, sino correr e iniciar el viaje a la capital para unir su sentimiento al de millares de hombres, ancianos y niños de diferentes clases sociales que se darían cita en el Parque Central, poco tiempo después de la tragedia que enluta a los pueblos de América Latina, del mundo, y a este pueblo nuestro que no termina de salir de la barbarie.
Una humilde mujer lleva un ramillete de flores para agregarlas al listón negro que otras han colgado en el asta de la bandera, hoy manchada de sangre. Otros y otras, paciente y silenciosamente empiezan a desatar los nudos que impiden bajarla a media asta, para mostrar al mundo que no hace falta una orden para manifestar el luto, el repudio, el dolor, la vergüenza, el profundo sentimiento de condena que nos provocan los pocos malos que se adueñan del país, ensangrentando las calles por donde pasarán las nuevas generaciones que merecen un mejor destino.
El domingo, el grito de los y las artistas, con sus cantos lastimeros, insistieron en la paz, en el cese al fuego y alto al fuego, porque no se puede matar la esperanza, como no pueden las balas silenciar la voz que era mensaje, que era grito al “pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”. Facundo era la voz de los sin voz, el llamado a la conciencia para construir un mundo como lo soñó Gandhi, Luter King o la Madre Teresa. Era el cantor de la paz y la justicia que en este país seguimos lejos de alcanzar por nuestra propia culpa, por nuestro silencio cómplice al seguir permitiendo que unos pocos, los pocos malos, mantengan en jaque a la sociedad entera.
Estábamos escuchando el deseo y sentimiento profundo por la paz y la justicia, cuando recibimos la noticia de la muerte de otro de los grandes defensores de los derechos del pueblo, el inquebrantable Alfonso Bauer Paiz, que le ganó batallas a los esbirros y que sirvió humildemente a Guatemala, a Chile, a Cuba y Nicaragua; y, especialmente, a quienes huyendo de la muerte se refugiaron en México para salvar la vida. Hoy, a las 9:00 horas, será el homenaje a Poncho en el Paraninfo, mientras los restos de Facundo los despide el pueblo que, con vergüenza, da el pésame al hermano pueblo argentino.
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