sábado, 4 de mayo de 2013

Guatemala y Ríos Montt: De la autoría intelectual del delito

Muchas personas se habrán preguntado por qué está allí en el banquillo de los acusados, siendo sindicado de genocidio y delitos de lesa humanidad un anciano, oligarca político de este país, cuya presencia en nuestros escenarios  data desde hace más de 40 años. 

Yvonne Aguilar / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Quizá algunos clamen porque se tenga en su lugar a centenas de soldados rasos perpetradores de las matanzas, violaciones, torturas, secuestros, desapariciones forzadas ocurridas durante esa guerra que ahora se nos representa otra vez en cada una de nuestras propias experiencias de vida. Porque me atrevo a decir que a casi todos nos tocó una parte de dolor en esa época. 

Pero, ¿y quién los mandó? ¿Tomaron ellos solos la decisión de incursionar en las comunidades masacradas sin ton ni son, incluso, siendo algunos propios de esos lugares? No. No os equivoquéis. No se intente con jergas políticas ni elegantes declaraciones disfrazar la verdad con vetustas mentiras o  enderezar falsedades. El sindicado está allí porque él fue el autor intelectual, el sujeto que promovió, ordenó y planificó en conjunto con su equipo militar, preparado en la más nefasta escuela para matar que es el ejército de Guatemala, este genocidio.

Había una intención preclara: eliminar a un grupo que se estimó “como agua para el pez”. Quedó documentado. Los planes Victoria 82 y Sofía así lo definen. Está consignado quiénes, dónde, cuándo, cómo, con qué recursos se perpetraría tales atropellos a la vida, la dignidad, la cultura de las personas. Como el mismo Ríos Montt afirma en una entrevista que se le hizo en esa época: “si yo no sé lo que hace el ejército…”  Es decir, no puede estar más claro.

Así, por así, los otros, los autores materiales, los mayores, los tenientes, los soldados rasos, los patrulleros de autodefensa civil, quedan como la fuerza final de ese péndulo de muerte que se abatió sobre nuestro pueblo. Háblese también de los cómplices, los informantes locales, el propio sistema de justicia, implicados en estos crímenes por las razones que fuera. Hubo cadáveres tendidos en las calles que no fueron levantados por las judicaturas por miedo o por falta de compromiso. Porque estos se constituían en lección para los habitantes de las zonas. Hubo miedo y por eso se acusó, se denunció, verdadero o falso, al propio hermano. Es más, como evidencia del interés del estado, encabezado por este caudillo de facto, hubo ocasiones en que el propio ministro de la defensa se hizo presente luego de las masacres, como sucedió un 18 de agosto de 1983 en Chajul, luego de que el destacamento fue tomado por la guerrilla y el ejército en venganza alevosa, con todos los elementos agravantes que le proveía el terror sembrado en la localidad (abuso de fuerza, nocturnidad, uso de armas y un largo etcétera) sacó a todos los pobladores a las calles, los formó uno por uno, y así los fue matando… caían unos sobre otros, aun en tremor de muerte… Luego, a instancias de ese ministro de la defensa, que llegó en helicóptero, se suspendió la matanza… ordenaron a los restantes sobrevivientes abrir una fosa y enterrar (algunos vivos aun) a las víctimas de tal carnicería… Allí no hubo juicio ninguno, no se levantaron pruebas, no se suministraron elementos de descargos, nada… sólo se sentenció.

El sindicado general tiene el privilegio, de que, aun después de pasados tantos años, años en los que no se olvidó, se le puede juzgar, proveer prisión domiciliar y otras prebendas quizá por acuse de su edad. Debe agradecer al Dios de los ejércitos, a aquel que dijo “no revocaré su castigo; porque entregaron a todo un pueblo cautivo y no se acordaron del pacto de hermanos”, el sólo hecho de poder hacer uso de defensa, defensa aquella que no tuvieron los hermanos y hermanas ixiles. 

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