LA RUTA DEL CLAVEL ROJO
18 de Octubre de 2013
Autor: Iduvina Hernández
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Aunque su rostro parecía el de un niño, en realidad había alcanzado la estatura de todo un hombre. Apenas había cumplido 23 años. Apenas comenzaba la etapa de maduración emocional de los adultos. Y sin embargo, llevaba sobre sus hombros la cosecha de su crecimiento humano y político.
Oliverio Castañeda de León, al igual que Otto René Castillo, nació en octubre para la faz del mundo. Como en octubre fue ejecutado brutalmente para nacer a la inmortalidad de la memoria histórica. Cinco meses atrás, en mayo de 1978, asumió como Secretario General de la Asociación de Estudiantes Universitarios -AEU-, la cual desde ese octubre trágico adoptó su nombre. Días después, su sucesor, Antonio Ciani García, otro joven con rostro de niño y madurez de adulto, fue detenido desaparecido por las mismas fuerzas que mataron a Oliverio.
Los asesinos de Oliverio y los secuestradores y torturadores de Antonio Ciani iban tras la senda de dignidad que ambos trazaron como líderes estudiantiles. Iban tras el camino de lucha en favor de las demandas populares que ambos habían caminado desde las aulas universitarias. Iban tras la vida de quienes sembraron ejemplo y claveles de memoria con su cotidiana entrega a Guatemala.
Las y los jóvenes cuyas vidas fueron truncadas por el régimen opresor de Romeo Lucas García y sus sucesores, amaban a esta tierra con la ternura más profunda con que un joven puede querer. Sonreían a la vida y cantaban al amor. Se enamoraban, se peleaban y se reconciliaban. Bailaban y jugaban. Vivían y luchaban. Más de mil años de riqueza en vida fueron robados por la maldad y la fiereza. Más de mil años de lucha fueron cercenados por la ignominia.
Han pasado 35 años, tres décadas y media. Los rostros de ambos, como los de las decenas de mujeres y hombres que desde el movimiento estudiantil aportaron su lucha y pagaron con su vida, permanecen jóvenes. Son las y los jóvenes eternos. Las y los que no envejecieron, las y los que no peinan canas ni acarician arrugas. Son las los jóvenes que marcaron la ruta del clavel rojo y fueron arrebatados de la vida por la brutalidad. Una brutalidad que ahora pretende enmascararse de valerosa cuando sólo sabe destilar cobardía.
Al igual que ahora, en ese entonces un militar gobernaba dictatorialmente los destinos del país. Al igual que ahora, la corrupción en el gobierno era la política oficial. Al igual que ahora, las balas cobraban las vidas de ciudadanas y ciudadanos en las calles de Guatemala. Al igual que ahora, quienes defendían los derechos humanos eran perseguidos, difamados y criminalizados. Al igual que ahora, los fascistas integraban agrupaciones extremistas de derecha que satanizaban la militancia social y revolucionaria.
Agrupaciones que hoy creen tener el derecho de llamar una vez más a la muerte y ofrecer el exilio a quien no les lleve el ritmo. Agrupaciones cuyos referentes han dejado plasmadas las huellas de sangre en la tierra bendita de este pueblo. Agrupaciones que no saben de la vida porque sólo han respirado por la muerte. Agrupaciones que no saben del amor porque se han nutrido del odio y la barbarie. Agrupaciones que no saben de la dignidad ni de la valentía porque solo han conocido la mentira y la infamia.
En cambio, las y los jóvenes que no envejecieron, nacen para la vida con cada acción en su recuerdo. Por eso su memoria ha crecido con los años. Porque su vida es ejemplo de dignidad y de lucha. Como lo es también la búsqueda de justicia por los crímenes contra estos y estas jóvenes cuyas vidas fueron arrancadas por la irracionalidad. Hoy, tres décadas y media después, seguimos reclamando justicia por sus muertes para dignificar sus vidas. Hoy como ayer, alzamos las manos adornadas con claveles rojos para trazar la ruta de la memoria, la verdad y la justicia.
Fotos: Mauro Calanchina
Diseño: Salvatore Calanchina Morales
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