Por: Carlos Figueroa Ibarra.
El jueves 19 de noviembre recibí una noticia que desde la noche anterior ya estaba temiendo. Murió Raúl Díaz Ramírez, revolucionario guatemalteco desde hace muchos años residente en México. Desde dos o tres días antes, había circulado la noticia de que Raúl había sido internado en un hospital de la ciudad de México pues habiendo contraído la Covid-19, su situación se había agravado después de varios días de estar lidiando con la enfermedad. Compartí con Raúl “el Loco” Díaz, la condición de mexicano-guatemalteco o guatemalteco-mexicano y por ello también compartí con él espacios de lucha vinculadas a las dos patrias, México y Guatemala. Dicharachero y de permanente buen humor, fue Raúl un militante desde temprana edad. Su tierra natal lo vio nacer a las luchas populares con motivo de las jornadas pre-insurreccionales de marzo y abril de 1962 contra el gobierno del general Miguel Ydígoras Fuentes. Rápidamente ingresó a las filas del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) y adscrito a uno de los comités de base obreros del partido. Como todos lo/as integrantes actuó en la clandestinidad, a pesar de que tenía vida pública. En esas condiciones, Raúl sufrió persecución, cárcel, tortura y finalmente destierro.
Ha muerto Raúl después de una larga vida. Mucho más larga que la que pudo haber vivido, pues en marzo de 1966 formó parte de lo/as treinta y cinco revolucionarias/os que fueron capturados y desaparecidos en el inicio de una práctica que hizo desaparecer a 45,000 guatemaltecos/as. La dictadura militar guatemalteca se estrenó de esa manera como practicante de la desaparición forzada, y acaso por ello en el caso de Raúl, finalmente lo hizo aparecer no sin antes haberlo torturado. Figura Raúl entre los muy escasos detenidos-desaparecidos, que salieron con vida de ese viaje al lado oscuro de la luna. Viajando hacia el exilio en México, siguió participando en la lucha contra la dictadura militar guatemalteca y al mismo tiempo se involucró en el trabajo cultural como promotor y crítico literario y musical. Su vida revolucionaria se alternó entre su militancia en el PGT y su involucramiento en la vida cultural y política de México. Cuando la lucha en Guatemala entró en un ciclo distinto, ingresó al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Finalmente después de un largo proceso crítico hacia el PRD, Raúl llegó a Morena. Nunca abandonó su condición de comunista y su orgullo de haber sido parte del PGT. Y con esa historia y debido a ella se vinculó al Movimiento Comunista Mexicano y a la colaboración con su órgano, Tribuna Comunista. Además de su trabajo cultural, también era colaborador de la revista Proceso.
La última vez que alterné con él fue a fines de este septiembre, cuando un grupo de antiguos militantes del PGT nos reunimos virtualmente a conmemorar el 72 aniversario de fundación de nuestro partido. Sentí en esa reunión de camaradas, cómo el paso del tiempo había dejado huella en nuestros cuerpos. Pero también me fue posible sentir, que a pesar de adversidades y reveses siempre llevaremos -como sucedió con Raúl Díaz Ramírez-, la hoz y el martillo grabados en el corazón. Hasta siempre camarada.
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