Por: Jaime Barrios Carrillo
Los defensores del patriarcado niegan las evidencias de la opresión de las mujeres en la historia de Guatemala, tienen la osadía de negar el femicidio. Niegan el maltrato y el matrimonio infantil y emergen como beatíficos promotores de la ideología conservadora “provida” que combate el aborto pero apoyan la pena de muerte y desconocen el embarazo multitudinario de niñas.
El conquistador Pedro de Alvarado en una de sus Cartas de Relación a Hernán Cortes, escribía el 4 de abril de 1539, que había contraído nupcias con Doña Beatriz de la Cueva, la cual llegó desde España acompañada de 20 mujeres solteras las cuales describe como: “doncellas muy gentiles mujeres, hijas de caballeros, de muy buenos linajes; bien creo que es mercadería que no se me quedará en la tienda nada, pagándomela bien”.
En otro pasaje al entrar a los territorios que iba a conquistar en Guatemala, cuenta que sus tropas se encontraron con una mujer india que parecía muy confundida, considerándola loca la asesinaron en el acto.
Estas anécdotas de hace medio milenio, ilustran el desarrollo y consolidación de las estructuras patriarcales, racistas y misóginas que todavía imperan en la República de Guatemala.
Para tratar el tema de la mujer y la literatura en Guatemala, no podemos recorrer una historia de 500 años. Resaltemos que durante la Colonia la escritura y la imprenta estuvieron vedadas para las mujeres con la excepción de las llamadas “divinas reclusas”. Eran monjas conventuales, pertenecientes a familias ricas o sea criollas encomenderas o descendientes de conquistadores o funcionarios reales. En los conventos de clausura, que en algunos casos eran verdaderas residencias de lujo pero apartadas del mundo, estas monjas o sores escribían y leían. En especial Sor Juana de Maldonado y Paz, la primera escritora guatemalteca.
Con la Independencia en 1821 no sobrevinieron cambios en las estructuras patriarcales. La mujer continuó siendo una subalterna en una sociedad donde el analfabetismo era mayoritario. Francisca García Granados, la Pepa, surge escribiendo bajo un seudónimo masculino textos críticos y sarcásticos. Al conocerse su verdadera identidad tiene que salir al exilio, desde donde sigue su sátira política y poética combatiendo la corrupción del gobierno. Es conocida asimismo la pieza El Sermón, donde toca temas eróticos prohibidos considerados entonces tabú. Acorde a las investigaciones de la académica española Helena Establier Pérez, de la Universidad de Alicante, la Pepa contribuye a la construcción del sujeto femenino en la literatura del continente y es una pionera del romanticismo entre dos mundos.
Durante el primer siglo de la Independencia sobresalió también Vicenta Laparra (1831-1905), la primera dramaturga del país, además de pedagoga y periodista.
El siglo XX comenzó viendo el surgimiento de más escritoras y poetas. Algunos nombres son la poeta María Cruz; Luz Valle, periodista y poeta, fundadora de la revista Nosotras en 1933. Infaltable Magdalena Spínola. Sufrió persecución, cárcel y exilio por parte de la dictadura del general Ubico. Poeta y feminista, su poesía tiene contenidos eróticos. Spínola formó parte del Comité Pro Ciudadanía que luchó por el derecho al voto de la mujer. Elisa Hall publicó en 1938 la novela Semilla de mostaza que trata de la vida del emigrante español Sancho Álvarez de Asturias, llegado a Guatemala en la segunda mitad del siglo XVII. La novela de Elisa Hall recrea el ambiente de la época colonial, imitando el castellano antiguo en un estilo que recuerda La gloria de Don Ramiro del argentino Enrique Larreta.
Abundaron reseñas pero lo más sorprendente fueron las acusaciones de que la obra era un plagio de un manuscrito antiguo encontrado en pertenencias de su suegro y que correspondían a las memorias de un antepasado español. Las razones dadas por los negacionistas eran que una mujer no podía haber producido aquella obra, por la erudición y el manejo del lenguaje. Fue una especie de inquisición periodística y se levantaron rumores de que Elisa Hall solo había prestado su nombre para la autoría pero que el verdadero autor era un hombre. En 2011 la filóloga española Gabriela Quirante Amores, publicó un texto producto de sus investigaciones, donde concluyó que Elisa Hall era la autora de la novela y que había sido víctima del sexismo de los años treinta en Guatemala.
En 1944 tiene lugar la Revolución el 20 de octubre, una insurrección popular derrocó a la larga dictadura del general Ubico. Seguirán 10 años de cambios en la sociedad y en la cultura. La mujer obtiene el derecho al voto. Surge una cantidad de escritoras, periodistas y poetas. El ambiente era tan propicio que importantes escritoras centroamericanas se trasladan a vivir al país, la salvadoreña Claudia Lars, la panameña Esther María Osses, la hondureña Clementina Suárez y las costarricenses Yolanda Oreamuno e Eunice Odio, al lado de creadoras guatemaltecas como Alaíde Foppa, Romelia Alarcón Folgar, Walda Valenti, Olga Martínez Torres y Angelina Acuña.
Pero el sueño terminó en 1954 con la intervención de la CIA americana y el derrocamiento del presidente Árbenz por la traición del Ejército que no defendió la soberanía. Volvió la persecución y la censura de escritores. Alaíde Foppa se exilia en México, donde desarrollará una labor notable en el campo de la cultura y la literatura. Es una de las pioneras del feminismo, no solo en México sino en toda América Latina. Sobresalió con sus cátedras feministas en la UNAM, así como los programas en Radio Universidad. Con Margarita García Flores funda la revista Fem, publicación pionera del movimiento feminista en América Latina y referente de la lucha por la igualdad de género. La revista vio la luz en octubre de 1976 con textos de Alaíde Foppa, Elena Poniatowska, Elena Urrutia, Margo Glantz y dos entrevistas: una de Simone de Beauvoir a Jean Paul Sartre y la otra de Carmen Lugo a la psicoanalista Marie Langer.
A finales de 1980, Alaíde Foppa rompe su exilio y visita a su madre enferma en Guatemala. Es secuestrada por fuerzas paramilitares y suma un caso trágico más de los llamados desaparecidos. Dos meses antes había sido también desaparecida la periodista Irma Flaquer, crítica de los gobiernos militares.
En 1992, Rigoberta Menchú obtiene el Premio Nobel de la Paz y realza con su testimonio y textos, la condición femenina en un mundo dominado y ordenado por estructuras patriarcales. Rigoberta Menchú concreta la triple condición de discriminación y opresión por ser indígena, campesina y mujer. El testimonio de Rigoberta Menchú cuestiona también la codificación única de lucha de clases del marxismo tradicional. Pero sobre todo desmonta la idealización de la vida campesina, de raigambre archiconservadora y terrateniente. De ahí las reacciones de tonos agresivos, a veces de abierto odio, y la subestimación por todo lo dicho, hecho y escrito por Rigoberta Menchú. De manera análoga a la conjuración machista contra Elisa Hall, a Rigoberta la han acusado de falsear realidades para sacar provecho personal.
Con la firma de la paz entre la guerrilla y el Estado en 1997 todos los comandantes y políticos que firmaron la paz fueron hombres.
Las voces de las mujeres nunca han sido silenciadas. Sobresalen Luz Méndez de la Vega. Ana María Rodas, Margarita Carrera, Isabel de los Ángeles Ruano, Carmen Matute y Delia Quiñónez, todas estas han obtenido el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. También Anabella Acebedo, Aída Toledo, Dina Posada, Norma García Mainieri y Lucrecia Méndez. Dentro de las nuevas generaciones Guisela López, Carol Zardeto, Carolina Escobar Sarti, Gloria Hernández, Mildred Hernández, Anabella Giracca, Mónica Alvizúrez, Johanna Godoy, Regina José Galindo, Gabriela Gómez, Vania Vargas, Valeria Cerezo, Denise Phé-Funchal, Rosa Chávez, Maya Cu, Ixmucané Us, Victoria Colaj, Carmen Lucía Alvarado, Diana Morales y Susana Álvarez Piloña.
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