Pedrito.
Carlos Figueroa Ibarra.
Era conocido en el interior de la organización con el nombre de Pedrito. Supongo que él debe haber decidido usar el apelativo Pedro como nombre de guerra. Pero era tan pequeño y frágil por aquellos años de mediados de los setenta del siglo pasado, que su seudónimo inevitablemente era usado en diminutivo. A esto se agregaba que era un hombre admirado, querido y respetado. Porque era el prototipo de lo que debía ser un cuadro de una organización clandestina y revolucionaria. Abnegado, modesto, disciplinado. Su proyecto de vida fue la transformación revolucionaria de Guatemala, su motivación fue la indignación que a una parte importante de nuestra generación nos ocasionaron las injusticias, infamias y opresiones que ha vivido Guatemala.
Pedrito estudió en el Instituto Central para Varones de Guatemala y podía haber sido luego un estudiante universitario y un profesional. Pero su vocación fue otra y entregó su vida a ella. Su figura pequeña y delgada, su frente alta y barba ligera resultaba inconfundible para los que lo conocimos. Eran tan liviano su peso que en ocasiones cuando repartía la propaganda clandestina en los salones de la universidad, podía hacerlo mientras se paraba y caminaba en las paletas de los pupitres. Su entrega plena a la causa revolucionaria no le impidió tener el sueño de una vida en familia. Así las cosas me tocó la oportunidad de asistir a su matrimonio por lo civil en 1974. La boda se celebró en una modesta casa de alguna de las colonias de la ciudad de Guatemala y asistieron sus familiares, amigos y compañeros. Fue una boda discreta como correspondía a un militante clandestino. Lo recuerdo bailando tango con su flamante esposa y dirigiéndose con mucho afecto a su madre. Lo recuerdo también diciéndome en esa ocasión que su sueño era hacer un viaje por todos los sitios arqueológicos mayas del país. Ignoro si alguna vez cumplió ese sueño o si su entrega a la causa revolucionaria finalmente lo impidió.
Estoy cierto que el 5 de marzo de 1984 salió de su casa a cumplir sus tareas habituales y nunca más volvió. Su ficha consignada en el llamado “Diario Militar” indica que fue capturado enfrente de la Súper Tienda Paiz ubicada en el Centro Comercial Montserrat. Dicha ficha indica que quiso resistirse a su arresto pero que finalmente fue desarmado. Y también en esa ficha en una anotación hecha a mano se especifica que el 29 de marzo de 1984, 24 días después de su captura, fue ejecutado. El hecho de que sus restos hayan sido encontrados en la misma fosa en la que fueron hallados los de Sergio Linares, el primero de los enterrados en Comalapa que fue identificado, y el que haya sido ejecutado ese 29 de marzo, hace suponer que Sergio y Pedrito junto al sindicalista Amancio Villatoro compartieron los últimos instantes de sus vidas y que fueron ejecutados al mismo tiempo. Alguna vez escuché que había alguien que habiendo sobrevivido pudo dar testimonio de haber visto a Pedrito en alguna de las instalaciones del ejército, tirado en el suelo, brutalmente golpeado y aun resistencia.
En mi libro “Los que siempre estarán en ninguna parte” distribuido por F&G editores, sostengo que tres fueron los objetivos de la desaparición forzada en Guatemala: información, intimidación y liquidación. Lo novedoso es que desde que este texto fue escrito y publicado se han encontrado los restos de una parte ínfima de los 45 mil desaparecidos de Guatemala. Para fortuna de sus familiares y para la memoria de ellos mismos, esa parte ínfima no estará siempre en ninguna parte. En 1966 con el famoso caso de los 28, la dictadura militar de Guatemala fue pionera en América latina en aplicar la política de desaparición forzada. Esta fue inspirada en el programa “Noche y niebla” ideado por los nazis en los territorios ocupados en Europa durante la segunda guerra mundial. Si era cierto que los subversivos estaban quebrantando la ley, ¿Por qué no se les aplicó esa ley para procesarlos y castigarlos? En lugar de ello el Estado durante las dictaduras militares actuó como un gigantesco criminal. Además, buena parte de los desaparecidos ni siquiera eran subversivos. Y uso la palabra subversivo despojándola de la connotación maléfica que la derecha contrainsurgente le ha otorgado: los subversivos se rebelaron contra la dictadura más feroz de la América contemporánea y contra un orden profundamente excluyente.
Pedrito se llamó Hugo Adail Navarro Mérida. Tenía 33 años cuando fue secuestrado y asesinado por la dictadura encabezada por el general Oscar Humberto Mejía Víctores. Sus restos fueron enterrados el sábado 31 de marzo de 2012 en una ceremonia en la que estuvieron quien fuera su esposa y sus hijos, además de familiares, amigos y compañeros. Con ello concluye el infierno interminable de su familia, el mismo que continúa para todos los familiares de los 45 mil desparecidos en Guatemala.
No hay comentarios :
Publicar un comentario