En 1979, Juan Pablo Arévalo excavó un pozo en su parcela, sin
saber que estaba cavando su propia tumba. Su hijo Saúl, de 54 años, se
quita los lentes, se los coloca detrás de la cabeza y señala con el dedo
índice el lugar donde se encontraba el pozo Arévalo donde su padre,
para la desilusión de todos los vecinos, nunca halló agua. Quince años
más tarde, en 1994, un equipo de antropólogos forenses argentinos
extraería de ese pozo, una por una, las osamentas de 162 habitantes del
parcelamiento, entre ellas, las de Juan Pablo Arévalo y dos de sus
hijos.
Louisa Reynolds
26 Abril, 2012 - 22:17
En los días especiales, la maestra Lesbia Tesucún sacaba su
cámara fotográfica y retrataba a los niños, imágenes que hoy se
encuentran en la oficina de la Asociación de Familiares de Detenidos y
Desaparecidos de Guatemala (Famdegua) como recuerdo de una generación
que representaba el porvenir de Dos Erres y a la cual le arrancaron la
vida a golpes.
Eran aproximadamente veinte. Uno de ellos, con el rostro
cubierto con un pañuelo negro, se separó del pelotón, lo agarró del
hombro y le advirtió: “Que se salga la familia Martínez lo antes posible
porque toda esta gente va a ser quemada”.
http://www.plazapublica.com.gt/content/dos-erres-vivir-para-ser-testigos-del-horror-i
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