Opinión:
El pasado martes, por la tarde, se pararon las agujas del reloj de la historia patria, para marcar un hecho sin precedentes: la condena a mil sesenta años de cuatro de las personas implicadas en la masacre del parcelamiento de Las Dos Erres. Y no es para menos, tuvieron que transcurrir 29 años desde de los crímenes de lesa humanidad y 17 desde que el Ministerio Público recibió la denuncia, para que en un pulso, donde las fuerzas del mal (léase veteranos militares) propugnaban el triunfo de la impunidad, acabara ganando la justicia, es decir, ganara el país agobiado por hechos que no pueden quedar en el olvido.El día de la sentencia, había sentimientos encontrados que se manifestaron en las lágrimas de los familiares de las víctimas, que habían perdido su fe en la justicia y en los familiares de los sentenciados, que hoy sufren las consecuencias de su actuar en el pasado. Posiblemente, nunca supieron con certeza los hechos que ellos habían cometido o permitieron que se cometieran. De hecho el dolor de ambas familias era evidente. Una nota que recibí de Silvia, la hija de una de las víctimas, es más que elocuente:
“¡Sabe! es desconcertante lo que ha pasado en nuestra Guatemala… pero más imperdonable lo que han hecho, como la masacre de las 2 R. Como bien sabe, mucha gente ha fallecido sin ver la justicia por el asesinato de sus seres queridos, como ejemplo, le pongo a mi mami, Telma Aldana, ustedes son testigos de su sacrificio, sus luchas y esperanza para que se hiciera justicia. Es tan duro no haber conocido a nuestra propia familia, a la familia que nos arrebataron personas sin escrúpulos. Que sea Dios quien les perdone, porque yo como hija, como ser humano, no podré, porque me quitaron la oportunidad de crecer y conocer a mi familia. Hoy está cumpliendo nueve meses de fallecida mi madre. Créame que pasan y pasan los segundos, minutos, horas, días, años, y no podré consolarme por la pérdida de mi familia, porque después que mi mami se quedó prácticamente sola y luchó por sobrevivir, se ha convertido en ejemplo, en ejemplo y fuerza para nosotros, sus hijos, pero si algo me duele es que ella nos haya dejado y aparte de eso, que no haya visto y estado presente para que sus ojos vieran la justicia. Sé que eso no nos devuelve a nuestros seres queridos, pero calmaría las penas y las angustias que pasó. Solo le pido a Dios que me la guarde siempre, siempre y que le diga que jamás podré consolar mi corazón sin ella.” Sirvan estas líneas de homenaje a Telma, que luchó por la justicia, hasta el día de su muerte.
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