Miguel Ángel Albizures
Dicen y así es, que el sol sale para todos y que la luna llena alumbra el camino en las noches oscuras, y hasta las playas se ven espléndidas cuando la luna empieza a recorrer el camino huyendo del sol que le persigue. A la luna y al sol, lo saboreamos todos, los beneficios del Estado solo unos pocos, pero lo sostenemos todos y sus pilares más fuertes, económicamente hablando, somos los que menos tenemos, los otros, los menos, maman de él y se aprovechan de él, porque fue creado y construido a su imagen y semejanza.
Qué culpa tenemos los pobres de ser pobres para vivir en un Estado opresor y represivo de nuestros anhelos y esperanzas. Dicen que es un Estado débil, no lo creo. Su peso, su fuerza, su mano derecha y dura, la sienten cuando protestan las comunidades indígenas, los campesinos sin tierra, los que luchan contra la minería y defienden el medio ambiente, los sindicalistas, los estudiantes de educación media y ahora, una clase media que empieza a pedir posada en los arrabales.
Al sol y a la luna los conocemos todos, los hemos visto y hemos gozado de sus beneficios, algunos hacen lo imposible para taparlos con un dedo y si eso se pudiera hacer con dinero, lo harían, robarían más del erario público o explotarían el doble a los trabajadores, para impedir que alumbren para todos. Al Estado, hay miles de niños y ancianos, mujeres que dan a luz en lejanas aldeas, que no lo conocen, que jamás lo han visto, porque siempre ha estado ausente, porque sus recursos se invierten en beneficio de unos pocos y no de esos, a quienes los mata una enfermedad curable y los mata el hambre, o se los lleva una de esas correntadas del invierno que también se ensaña con los más pobres.
El Estado, brilla por su ausencia en donde más se necesita, no alumbra barriadas, no se ve en las comunidades y aldeas desoladas, pero sienten su fuerza represiva en los lugares más remotos. Dicen que el Estado, además de todas sus instituciones y fuerzas, somos todos quienes sobrevivimos en él y quienes se aprovechan de él, sus tierras, sus lagos, sus ríos, sus valles, sus imponentes volcanes y sus desnutridos niños y ancianos pidiendo limosna. Sí, el sol y la luna salen para todos, cuando el tiempo lo permite y no se ensaña con los más pobres y a diferencia del Estado que sirve a los de siempre, favorece a los de siempre y reprime por órdenes de los de siempre. Nos quedamos, pues, con el sol y la luna y tendremos que continuar la lucha por la transformación de este Estado, excluyente, racista, que discrimina y reprime.
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