Eugenio Incer Munguía
El veintidós de octubre regresé de Nicaragua, luego de una estancia de cinco días. Atrás, dejaba no solo el olor a tierra mojada sino también la sonrisa y afabilidad de mujeres y hombres tercamente optimistas e incansablemente jodedores. También dejaba atrás el soliloquio de voces que se oponen, desde ángulos económicos, sociales y ambientales, a la construcción de un canal interoceánico. Argumentan que esa obra –escrita y puesta en escena por el señor Ortega, su esposa Rosario y un personaje de origen chino[1] del que muy poco se sabe– trastocará y cambiará el ecosistema lacustre y desprotegerá a la población nicaragüense de satisfacer sus necesidades de agua.
Por lo poco que observé solo me atrevo a sospechar que el asunto del Canal ya está dejando heridas profundas. Y me refiero, en primer lugar, a la baja capacidad de oposición social que tiene el proyecto. Las voces en contra se concentran en ambientalistas e intelectuales urbanos, quienes desde diferentes tribunas dan a conocer evidencias de las nefastas consecuencias ambientales que sufrirá la región y el país entero. Me pregunto ¿qué puede explicar esta pasividad o indiferencia ante una iniciativa fraguada en la intimidad de la pareja presidencial?.
El canal pone a la luz una especie de incapacidad de articular un movimiento cívico que restituya instituciones políticas, sociales, culturales, ambientales y jurídicas, que dirijan y se encarguen de reconfigurar una sociedad incluyente, justa y digna. Pasividad, indiferencia e incapacidad que se expresan en una práctica social del “deja pasar y deja hacer”, de un gobierno que funciona según los humores, intuiciones y antojos de un núcleo de personas que anhelan el poder para enriquecerse o para afianzar su narcisismo.
El gran canal interoceánico integra un canal húmedo, un canal seco, aeropuerto, ferrocarril, zonas francas en el Caribe, el pacífico y un poliducto. Según estimaciones de Paul Oquist, secretario privado para políticas nacionales de la presidencia de la república, la inversión total asciende a US$ 40 mil millones y forma parte del portafolio de proyectos del gobierno de Ortega que incluye explotación minera, puertos, ampliación y transformación de la matriz energética, exploración de hidrocarburos, telecomunicaciones. Asimismo, destaca que en el primer lustro de construcción del canal el PIB de Nicaragua crecerá como mínimo un 136%. El empleo formal crecerá a una tasa del 28% anual en los seis años de construcción del canal transformando al país y superando la pobreza.
Sé que las estadísticas muy poco o casi nada iluminarán este breve ejercicio de preguntas y sospechas. Advierto que no estoy tan seguro de que la preocupación del Estado por la salud, la educación y la prosperidad económica de sus ciudadanos, expresada en el presupuesto y en los diferentes programas y proyectos públicos, sea una variable que contribuya un poco a explicar la indiferencia de los nicaragüenses sobre asuntos de trascendencia nacional e histórica. Durante la década del 2000, Nicaragua redujo la pobreza extrema en cinco puntos y la pobreza general en uno. El Salvador y Honduras también dieron pasos significativos con una reducción de la pobreza extrema de cinco y ocho puntos respectivamente. Belice (6.8%), Costa Rica (6.8%) y Nicaragua (5.9%) son los países de la región que más invierten en educación. Mientras que el gasto en salud es liderado por Costa Rica (6.6%) y Nicaragua (4.1%). Según los datos sobre homicidios, Nicaragua es un país tranquilo, cuya población no vive preocupada de ser asesinada cuando transitan por las calles o avenidas. Mientras tanto, sus vecinos presentan altas tasas de homicidios. Durante la década del 2000, Nicaragua presentó una tasa de homicidios promedio del 12% (relación entre la cantidad de homicidios y la población), mientras que sus vecinos, El Salvador y Honduras, informaron una tasa por encima del 50%.
Quizás por un exceso de espíritu crítico llego a la siguiente conclusión. El país donde nací es indudablemente un país pacífico, alegre y afable, pero incapaz de ponerle un freno a los actos solapados y visibles de corrupción, a la falta de respeto a la institucionalidad y a la arrogancia propia de quienes conducen el país como si se tratara de una hacienda. Durante mi retorno a Guatemala, leo y releo los poemas de Gioconda Belli y no puedo ocultar sentirme conmovido al coincidir en el siguiente fragmento de uno de sus poemas “Pudimos haber sido humildes penitentes, reconocer que el poder y sus trampas nos habían jugado el sucio truco de enredarnos; pero no Maestro, no Carlos, el heroísmo, la generosidad se quedaron huecas, se perdió la vergüenza de la que vos hablaste; igual que la guerra borró la siglas del Mostastepe, así se borraron los códices donde estaba grabada la ética, la mística. Ya no nos reconocemos los unos a los otros; ya no sabemos quién es quién ni por qué hemos de seguir adorando a los ídolos que ya no tienen pies, sino cuerpos de barro. (Gioconda Belli, fragmento del poema Carlos, ojalá que las hormiguitas no te lo cuenten. En: Mi íntima multitud. V premio internacional de Poesía “generación del 27”, Colección Visor de Poesía)
12 de Noviembre del 2014.
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