Tenía años de no verlo y me lo encontré en una fiesta de un amigo en común, lo saludé y le pregunté por sus hijos, orgulloso me contestó: “mi patojo está bien grande ya anda jodiendo patojas, una semana le dura la caja de preservativos, pero qué te puedo decir si salió gallo como su padre, yo era peor.” ¿Y tu hija también anda jodiendo patojos? Le respondí con una sonrisa sarcástica. Se le fue la sonrisa que tenía de oreja a oreja. Me dijo que yo era tan agria. Pero es que no le podía celebrar que hiciera alardeo de su hijo por fornicador.
Me imagino a un papá con la misma pregunta, ¿cómo está tu hija? Y que me respondiera con una sonrisa de oreja a oreja: “¡pues ahí anda, muy bien, salió puta como su madre! Una semana le duran los preservativos que le compro.”
Nunca he escuchado a un hombre hablar así de su hija, en cambio de sus hijos varones alardean, se pavonean, entre más mujeres tenga es más macho y viril. Hasta se lo celebran los amigos y los hombres de su familia. Pero que sea una mujer de la familia la que haga con su vida sexual lo que se le plazca y lo primero es recriminarla, hacerla a un lado, verla como el mal ejemplo y en casos extremos llegan hasta los golpes.
El otro día conversando con unos desconocidos que me presentaron en una fiesta, tomándonos una cerveza le escuché decir en tono de broma a uno de ellos que le respondía al otro: así me dijo tu hermana y le hice doce hijos. Se chocaron las manos mientras reían a carcajadas. Yo me les quedé viendo seria y les dije que esa broma era ofensiva, ambos trataron de explicarme que se trataba de una especie de albur inofensivo que viene desde el tiempo de sus ancestros. Claro así es proseguí, la violencia patriarcal viene desde nuestros ancestros, esa broma con albur o no es violencia patriarcal, es ofensiva para cualquier mujer. ¿Qué le pasó? -Me pregunto uno de ellos- si tan bien que estaba riendo con los chistes que estábamos contando.
¿Qué tal si alguien les dice: así me dijo tu hija y le hice doce hijos? Ahí les cambió el semblante, porque no permitirían que alguien haga una broma de ese tipo tomando como referencia a su hija. ¿Y qué tal si les dicen: así me dijo tu esposa? Claro, pero como es la hermana. En eso las mujeres que estaban escuchando y reían con las bromas que ellos hacían y que también festejaron la primera dijeron que yo tenía razón, y el tema dio para más y terminamos hablando de la violencia de género y exponiendo otras bromas que también son ofensivas, aquello se volvió una especie de mesa redonda, pero de no haber dicho nada yo las bromas hubieran seguido y las mujeres celebrándolas. Que no nos intimide ni abrume poner un alto cuando las bromas o comentarios tengan pinceladas de violencia de género. Hay que cortarlas de tajo por inofensivas que parezcan, ahí radica el gran problema que vemos las cosas como inofensivas cuando en realidad no lo son.
La violencia de género viene en tantos estuches, muchos elegantes y finos, otros con colores de arcoíris, con la sutileza de una caricia, en un posible halago mal intencionado, en una mirada lasciva, en el tono de voz, en una acción discriminadora y dominante. Tiene tantas formas y está tan bien comercializada que, es parte de nuestros patrones de crianza. La tenemos en casa, en la escuela, en el trabajo, en nuestra comunidad, en la iglesia en versos que recita el sacerdote, el pastor o el rabino, “en el alabaré a mi Señor, y obedeceré a mi esposo porque él es la cabeza del hogar.” En no bailar con otro hombre que no sea su pareja, en no sonreír aunque tenga ganas, en aguantar el tono descortés y ofensivo de su pareja, del padre de sus hijos, de su novio, de su amante. Del pretendiente.
El extremo de la violencia de género son los golpes, las violaciones y los feminicidios, pero tiene sus raíces profundas que no vemos porque son parte ya de un sistema carcomido.
Veo a los hombres comentar cuando pasa una mujer que tiene las nalgas o las tetas prominentes: ¡qué culo va ahí ! ¡Qué tetas las que pasan por la calle! Se saborean. Pero qué tal si esa mujer que va pasando por ahí, es su hija, ¿les gustaría que otro hombre se refiera a ella como culo o tetas? Imagino que no. Entonces, ¿por qué hacerlo con otras mujeres?
Todos formamos parte de esta humanidad y a todos nos compete ser parte del cambio. En la violencia de género no existen clases sociales, color de piel, credo, profesión, edad, idioma ni fronteras. Todos somos responsables de que continúe. Yo no digo que no se pueda admirar el cuerpo de una mujer pero otra cosa es violarla con la mirada, eso no tiene nada de erótico, ni nos gusta ni nos excita, esas miradas lascivas nos ofenden, sépanlo hombres, ténganlo muy claro que no es halago, es algo más que una ofensa. No crea que porque no está golpeando con el puño cerrado, sus bromas, sus miradas, sus actos no son parte de la violencia contra la mujer.
Cuénteme, ¿su hijo salió gallo como su padre? ¿O es usted de los hombres que respetan la equidad de género? ¿Qué tal usted mamá, es de las que solapan a su hijos varones y oprimen a sus hijas mujeres?
Aló hombres graduados de educación superior, de corbata y zapatos lustrados, la violencia de género que ustedes despilfarran todos los días no es menos ofensiva porque tengan un título de universidad.
Tantos temas, tantas realidades para abordar la violencia de género que no hacerlo es una irresponsabilidad. ¿Qué tal se avienta a compartir este artículo o se raja porque tiene cola que le machuquen? No importa, todo momento es bueno para modificar conductas.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
Noviembre 26 de 2014.
Estados Unidos.
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