Martín Banús
marbanlahora@gmail.com
Nunca hemos escuchado ni leído algo que deduzca al menos en gran parte, la gran responsabilidad que tienen los indígenas sobre su triste realidad.
Cada vez que leemos o escuchamos algo sobre las adversas circunstancias en las que nacen, viven y mueren estos compatriotas, es para achacarle sólo al sistema, a los salarios, a la distribución de la tierra, a la exclusión, entre otras causas, la razón de su atraso y miseria.
http://lahora.gt/el-indigena-feo/
marbanlahora@gmail.com
El indígena feo
El burdo artículo racista publicado por Martín Banús en La Hora, El indio feo, ha generado justificada indignación, sin olvidar que refleja la opinión de una élite ladina y urbana, que se beneficia de la opresión a los indígenas.
El racismo opera como una lacra social que pudre y vicia las relaciones entre los guatemaltecos y constituye el caldo de cultivo en el cual florece la inequidad, la opresión y la impunidad.
Como lo evidencia Banús, el racismo sigue campante, atropellando la dignidad de millones de guatemaltecos, que constituyen la mitad o más de la población.
Todos los ciudadanos debemos asumir que mientras la discriminación no se termine, ni la democracia, ni la paz, ni el desarrollo, ni la modernidad serán posibles. Aceptemos que este es un freno al progreso nacional y también afecta a quienes no somos indígenas.
La democracia es un sistema político de organización social que tiene como esencia reconocer que solamente la voluntad popular puede darle fundamento y legitimidad a los órdenes político, económico, social y cultural que nos rigen.
Si el sector mayoritario de la población no puede ejercer el poder soberano por discriminación, el sistema no funciona y la gobernabilidad termina apoyándose en la represión y no en el consenso cívico. Por eso, no es exagerado sostener que racismo y democracia son incompatibles.
Sin democracia, no hay paz, pues los sectores sociales que no son tomados en cuenta lucharán por sus derechos y quienes los excluyen impondrán la opresión por la fuerza; así surgen los conflictos sociales y las guerras. El racismo es, también, incompatible con la paz.
El desarrollo humano –de una persona o de una nación- va más allá de la generación de riqueza; implica un proceso que amplía opciones para alcanzar una vida prolongada y saludable, adquirir conocimientos, aprender destrezas y contar con los recursos necesarios para disfrutar de una alta calidad de vida.
Ese proceso constructivo se trunca con la exclusión que el racismo genera, causando altos índices de pobreza y mortalidad, analfabetismo y, sobre todo, atraso. Guatemala es la mejor evidencia que racismo y desarrollo son incompatibles.
La modernidad, ese fenómeno del nuevo milenio del que todos hablan, requiere de mucha tolerancia para abrirse a la aldea global, a la comunidad de pueblos, culturas, idiomas y etnias.
No se puede tener acceso al libre comercio, a las comunicaciones electrónicas ni a la multiculturalidad si se está anclado en la intolerancia del racismo, antítesis de la modernidad.
Este flagelo no tiene más razón de ser que el propósito de dominar a otros para mantener privilegios ilegítimos. En Guatemala, la pureza de sangre y linaje se invoca para justificar la posición de sanguijuelas chupasangre que los racistas ocupan.
Por eso, los indígenas sufren discriminación en el ingreso, en la salud, en la educación, en la política y en toda actividad humana que implique la búsqueda de la igualdad, la democracia y la justicia.
Reconocerle a los pueblos indígenas el ejercicio pleno de sus derechos, no implica que los no indígenas vean reducidas sus garantías cívicas; todo lo contrario.
Sin embargo, una pequeña élite sí verá reducidos sus privilegios, obtenidos a sangre y fuego, con el rancio argumento de la superioridad racial.
El racismo, activo o pasivo, nos hace prisioneros del miedo al otro, al diferente, y no nos permite crecer como nación.
En resumen, debemos asumir de una buena vez que si queremos arribar a la democracia, a la paz, al desarrollo y a la modernidad, el racismo tiene que ser erradicado de nuestra sociedad. Comencemos hoy.
http://m.s21.com.gt/cabildo-abierto/2014/11/17/indigena-feo
¿Cómo hablarle a un Estado, que sigue siendo opacado por la corrupción y el crimen organizado? ¿Cómo convencer a la población, que tiene derechos para participar en la toma de decisiones, cuando todos los canales posibles para hacer de forma libre se rompen?
¿Cómo hacernos escuchar dentro de una sociedad, en donde comunicadores sociales utilizan los medios de comunicación para infundir cargas de racismo y discriminación en contra de los pueblos indígenas? ¿Cómo es posible que todavía existen mal llamados tanques de pensamiento, que siguen pensando que los países desarrollados llegaron a ese nivel porque planificaron su familia y permitieron un nivel de industrialización?
Si bien es cierto que los pueblos y las sociedades son responsables de su propio desarrollo, tampoco hay que dejar por un lado que nuestro país sigue siendo cooptado y secuestrado por un pequeño grupo, que tiene todo el control económico y político.
Un grupo que sigue construyendo desde el individualismo, sin tomar en cuenta la colectividad. No es cierto que teniendo solo dos hijos se vive mejor o peor que quienes tienen más de dos. Porque aquí, quienes no son reconocidos por el sistema, son pensados como no iguales y, por lo consiguiente, excluidos.
Tener uno a más hijos no es la condicionante para estar bien. ¿Nos hemos puesto a pensar sobre cómo estaríamos hoy si hace más de 500 años no nos hubieran truncado el modelo y el sistema que veníamos construyendo? ¿Quién cree en la semejante mentira de que los países que superan la crisis son quienes tienen menos niveles de natalidad? Es una farsa total. Si no, veamos por qué el nivel de pobreza está creciendo tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados. Si no, por qué igual se quejan españoles, italianos, alemanes, canadienses, norteamericanos, como los países latinoamericanos.
No es cierto que los pueblos desconozcan los ciclos de la fertilidad, tampoco es cierto que los pueblos no tengan la capacidad de generar su propio modelo de vida. Lo que pasa es que el capitalismo y el consumismo están penetrando cada vez más en las comunidades, y no solo dividen, sino que están creando necesidades que no son propias de los pueblos. Y estas necesidades son ofertas del propio mercado que solo busca que seamos compradores y no productores, y que además no crea fuentes de trabajo estables y dignas.
La pobreza en la que vive la mayor parte de los pueblos indígenas es producto de un Estado y de una sociedad excluyente. Pero eso solo lo podremos entender, no porque seamos académicos y porque creemos que somos tanques de pensamiento. Lo comprenderemos cuando se deje de pensar desde el racismo y la exclusión.
Por eso no es cierto que son feos los pueblos indígenas. En las cartas de Colón se lee: “Estamos ante sociedades donde los hombres y las mujeres son bellas y además, no tienen nada que envidiarle a Europa, son mucho más ricos que nosotros”.
http://www.prensalibre.com/opinion/No_somos_feos-Kajkoj_Maximo_Ba_Tiul_0_1248475445.html
Vergüenza gremial
JUAN CARLOS LEMUS
Siempre ha habido columnistas indeseables, ya sea por su postura ideológica o por su incontinencia de irracionalidad. Esta semana, una columna en La Hora provocó rechazo, debido a su contenido racista. Los lectores reaccionaron, molestos. Óscar Clemente Marroquín, director de La Hora, como respuesta dedicó al autor una benévola columna, defendiéndolo.
Escribe Marroquín que en "Guatemala existe un profundo racismo que subyace en la vida cotidiana" y eso justifica la publicación. Ciertamente, algo bien sucio subyace, pero también se ocultan el machismo, la violencia callejera, el femicidio, etcétera; por lo tanto, si tal es su argumento, bien haría Marroquín en ir a Pavón para llenar sus páginas con una buena mano de criminales.
Tal vez no es todavía "común" esa clase de opinión, como dice el director, pero es cada vez más frecuente y pronto será normal. Así como el país retorna a los años de 1980, con sus espías y militarización, también hay un retroceso al discurso de opinión protector del pensamiento criminal y racista del siglo pasado. No siempre los periodistas —por herencia, o los que tenemos el privilegio de opinar ante ustedes— se desprendieron de su complejo de superioridad. Algunos arrastran un cordón de oro atado a la dinastía de oprobio, que tarde o temprano reclama espacio.
En cuanto a la "insensatez" de quienes la emprendieron contra La Hora por permitir en sus páginas esa columna, pues, son sus lectores. Esos "insensatos" no aceptarán el argumento de la libre expresión, porque ya es onanista, es una justificación espejo del "debido proceso" o retorcimiento de leyes para conveniencia de quien las retuerce.
Para marcar una postura —acaso para reivindicar su posición—, Marroquín escribe que una minoría "cree que la ignorancia es una vocación de una raza que dio muestras de su enorme riqueza cultural". Le doy una noticia: ya no escribimos "raza". Esa categoría se emplea para los perros u otros animales. Y no es por hipocresía, es que el lenguaje es dinámico, la biogenética evoluciona y el periodismo, en teoría, también.
Lástima, porque, al igual que muchos, he visto en La Hora cierto tesón progresista. No creo que hablar en lenguas racistas contribuya a eliminarlo, y encima que venga el director a defenderlo... Decía que es una práctica cada vez más frecuente y tengo ejemplos. Pedro Trujillo, además de que llamó "hueco" y "enano mental" a sus críticos, por su cuenta de Twitter, también llamó, en su columna, "pelotón de hijas de Tecún Umán con ínfulas de valquirias" a Marielos Monzón y a las mujeres que abordan problemas desde una perspectiva más inteligente que la suya.
De este personaje sorprende tanta astucia. Tras el hombre arrogante que aparenta, veo, sin embargo, a un niño con orejas de burro sentado en un rincón en una escuela española. Pero como este país es real-maravilloso, con el tiempo, ya de niño grande paró en académico de la Marroquín y en presidente de la Cámara Guatemalteca de Periodismo.
Finalmente, cuando Óscar Marroquín escribe: "No seamos hipócritas mostrándonos sorprendidos por lo que dijo Banús", le sugeriría —o exigiría— que escriba en primera persona del singular.
@juanlemus9
http://www.prensalibre.com/opinion/Verguenza_gremial-Juan_Carlos_Lemus_0_1248475444.html
Lástima, porque, al igual que muchos, he visto en La Hora cierto tesón progresista. No creo que hablar en lenguas racistas contribuya a eliminarlo, y encima que venga el director a defenderlo... Decía que es una práctica cada vez más frecuente y tengo ejemplos. Pedro Trujillo, además de que llamó "hueco" y "enano mental" a sus críticos, por su cuenta de Twitter, también llamó, en su columna, "pelotón de hijas de Tecún Umán con ínfulas de valquirias" a Marielos Monzón y a las mujeres que abordan problemas desde una perspectiva más inteligente que la suya.
Respuesta al “Indígena feo”
La discriminación cultural es parte del imaginario hegemónico
MARCELA GEREDA
No sé si vio, amigo lector, la columna de la semana pasada de Martín Banús publicada en La Hora y que sigue poniendo en evidencia la ideología colonialista los sectores conservadores y racistas del país. En ellos, las personas se creen una “casta divina”, hablando desde el pedacito de horizonte y de visibilidad que tienen sobre la realidad. Es desde su ventanita que construyen sus “verdades” que son acaso ficciones oportunas para legitimar una percepción sobre la realidad o un prejuicio heredado de generación en generación.
Las ficciones oportunistas (que se vuelan contextos históricos y sociales) desde las que Banús despliega su verba, no solo son parte de toda una maquinaria ideológica y hegemónica, sino tienen raíces en la ahistoricidad que caracteriza a la población que puede defender ese tipo de discurso y que construye como “verdad” sin tomar en cuenta las causas estructurales y la historia de cómo se fundó la nación guatemalteca.
A Banús y a los que se creen una “casta divina” (de racistas) les vendría bien darse un buen paseo por la historia del mundo en general y de este país en particular. Sobre el país, les serviría enterarse, por ejemplo, que, desde la Colonia, la política de la Corona basada en la división entre la República de Indios y la República de Españoles marcó las fronteras y delimitó los espacios en los que grupos sociales podían y debían moverse política y económicamente.
El racismo en nuestro país está permeado por unos imaginarios y conductas que se reproducen desde la Colonia a través del desprecio hacia el mundo indígena y que han justamente truncado la historia, junto con otros factores sociales –ideológicos y políticos–, los cambios radicales de la sociedad guatemalteca a partir de la modernización del capitalismo.
Varios historiadores, sociólogos y antropólogos (que los que se creen de “casta divina” pocas veces habrán leído) han explicado cómo el indígena estuvo ausente de los mitos fundadores de la nación en 1821 y cómo, desde entonces, el indígena ha sido considerado más un ente degradado incapaz de participar en el imaginario cívico dibujado por la sociedad dominante. La cultura oligárquica ha tenido y tiene el liderazgo moral y económico del país, construyéndolo a su antojo y, según su percepción racista y clasista del otro.
En definitiva, la discriminación cultural es parte del imaginario hegemónico que permitió la modernización regresiva del Estado y de la economía nacional. Sobre ello se basa un sistema de desigualdad que permite tomar al indígena como mano de obra barata. La idea colonial de que el indígena es un ser inferior es una de las bases de la desigualdad social y de las relaciones serviles hasta hoy en día. ¿A quién sino al puñadito que se concibe como “casta divina” de la elite finquera y empresarial le conviene que el indígena no se eduque?
Otra ahistoricidad, y falta de análisis, es la manera como Banús concibe la “irresponsabilidad” indígena en su “tradición reproductiva”. Trabajando con mujeres indígenas en Patzún, mil veces he escuchado sus propias narrativas. Definitivamente ellas no quieren tener tantos hijos, quieren planificar, pero son los contextos de pobreza y de ausencia de políticas de salud reproductiva los que definen su casi nula capacidad de elección.
Desde la aldea Chuinimachucaj en Patzún, dice Priscila de 15 años: “Mi mamá tiene 35 años y tiene seis hijos, yo no quiero eso para mí porque veo lo que ella sufre y las limitaciones con las que todos hemos crecido. Aprendí en los talleres de la Iniciativa de los Derechos de la Mujer que puedo hacer muchas cosas antes de ser madre”.
Diversos estudios han demostrado que se puede planificar cuando se cuenta con los recursos y apoyo público (inexistente) para decidir sobre el cuerpo y la vida.
La ausencia del Estado en las políticas de salud reproductiva y planificación familiar ante la explosión demográfica y ante la pobreza no son índices fundamentales en la ideología colonialista ahistórica.
A todos aquellos que defienden estas ideologías y estas percepciones empobrecidas y peligrosas del otro –que solo generarán más violencia– deberían de darse cuenta que le heredarían seguramente mucho más a sus hijos si en vez de heredarles prejuicios les heredaran preguntas.
¿Y qué tal si nos atrevemos a cuestionar nuestros prejuicios y a salir de esas categorías históricamente construidas?, ¿qué tal si nos atrevemos a darnos esa cita pendiente con la historia?http://lahora.gt/veinte-anos-del-silencio/
La discriminación cultural es parte del imaginario hegemónico
MARCELA GEREDA
No sé si vio, amigo lector, la columna de la semana pasada de Martín Banús publicada en La Hora y que sigue poniendo en evidencia la ideología colonialista los sectores conservadores y racistas del país. En ellos, las personas se creen una “casta divina”, hablando desde el pedacito de horizonte y de visibilidad que tienen sobre la realidad. Es desde su ventanita que construyen sus “verdades” que son acaso ficciones oportunas para legitimar una percepción sobre la realidad o un prejuicio heredado de generación en generación.
Las ficciones oportunistas (que se vuelan contextos históricos y sociales) desde las que Banús despliega su verba, no solo son parte de toda una maquinaria ideológica y hegemónica, sino tienen raíces en la ahistoricidad que caracteriza a la población que puede defender ese tipo de discurso y que construye como “verdad” sin tomar en cuenta las causas estructurales y la historia de cómo se fundó la nación guatemalteca.
A Banús y a los que se creen una “casta divina” (de racistas) les vendría bien darse un buen paseo por la historia del mundo en general y de este país en particular. Sobre el país, les serviría enterarse, por ejemplo, que, desde la Colonia, la política de la Corona basada en la división entre la República de Indios y la República de Españoles marcó las fronteras y delimitó los espacios en los que grupos sociales podían y debían moverse política y económicamente.
El racismo en nuestro país está permeado por unos imaginarios y conductas que se reproducen desde la Colonia a través del desprecio hacia el mundo indígena y que han justamente truncado la historia, junto con otros factores sociales –ideológicos y políticos–, los cambios radicales de la sociedad guatemalteca a partir de la modernización del capitalismo.
Varios historiadores, sociólogos y antropólogos (que los que se creen de “casta divina” pocas veces habrán leído) han explicado cómo el indígena estuvo ausente de los mitos fundadores de la nación en 1821 y cómo, desde entonces, el indígena ha sido considerado más un ente degradado incapaz de participar en el imaginario cívico dibujado por la sociedad dominante. La cultura oligárquica ha tenido y tiene el liderazgo moral y económico del país, construyéndolo a su antojo y, según su percepción racista y clasista del otro.
En definitiva, la discriminación cultural es parte del imaginario hegemónico que permitió la modernización regresiva del Estado y de la economía nacional. Sobre ello se basa un sistema de desigualdad que permite tomar al indígena como mano de obra barata. La idea colonial de que el indígena es un ser inferior es una de las bases de la desigualdad social y de las relaciones serviles hasta hoy en día. ¿A quién sino al puñadito que se concibe como “casta divina” de la elite finquera y empresarial le conviene que el indígena no se eduque?
Otra ahistoricidad, y falta de análisis, es la manera como Banús concibe la “irresponsabilidad” indígena en su “tradición reproductiva”. Trabajando con mujeres indígenas en Patzún, mil veces he escuchado sus propias narrativas. Definitivamente ellas no quieren tener tantos hijos, quieren planificar, pero son los contextos de pobreza y de ausencia de políticas de salud reproductiva los que definen su casi nula capacidad de elección.
Desde la aldea Chuinimachucaj en Patzún, dice Priscila de 15 años: “Mi mamá tiene 35 años y tiene seis hijos, yo no quiero eso para mí porque veo lo que ella sufre y las limitaciones con las que todos hemos crecido. Aprendí en los talleres de la Iniciativa de los Derechos de la Mujer que puedo hacer muchas cosas antes de ser madre”.
Diversos estudios han demostrado que se puede planificar cuando se cuenta con los recursos y apoyo público (inexistente) para decidir sobre el cuerpo y la vida.
La ausencia del Estado en las políticas de salud reproductiva y planificación familiar ante la explosión demográfica y ante la pobreza no son índices fundamentales en la ideología colonialista ahistórica.
A todos aquellos que defienden estas ideologías y estas percepciones empobrecidas y peligrosas del otro –que solo generarán más violencia– deberían de darse cuenta que le heredarían seguramente mucho más a sus hijos si en vez de heredarles prejuicios les heredaran preguntas.
¿Y qué tal si nos atrevemos a cuestionar nuestros prejuicios y a salir de esas categorías históricamente construidas?, ¿qué tal si nos atrevemos a darnos esa cita pendiente con la historia?http://lahora.gt/veinte-anos-del-silencio/
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