Por Sergio Valdés Pedroni
Antropólogo, productor audiovisual vinculado a grupos y organizaciones sociales, animador cultural, integrante de Asociación Luciérnaga y director de Casa Roja, espacio no convencional de arte, cultura y ciudadanía crítica, situado –tras su muerte anticipada– en el corazón roto de la ciudad.
Lo conocí a orillas de un barranco insondable, en la 24 calle de la Colonia Primero de Julio. Él con 10 y yo con 13 años de incertidumbre con alas de poesía para ambos. Se acercó, se sentó a mi lado y con palabras y ojos chispeantes, me preguntó qué diablos estaba fumando. Le respondí que era “yesca” y le expliqué su naturaleza embriagante (quizás también su absurda condición ilegal). Escuchó con atención y luego permanecimos en silencio, observando el origen de la violencia, representado en ese momento para Guatemala, en las covachas paupérrimas de El Milagro, sobre la ladera opuesta de nuestro propio abismo cotidiano. Veinte años después, en la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Usac antes de ingresar al Taller de Cine, recordó para mi asombro aquella escena distante y dijo algo como “sería una pena que los hombres no tuviéramos –en primera persona del plural, de eso estoy seguro– de qué manera recordar nuestra historia. Por eso quería estudiar cine”. Ahí inauguró, creo yo, la difícil y accidentada edificación de su propia manera de hacer el cine “una forma para entender a los pueblos indígenas de Guatemala”1.
No lloraba su tragedia personal cuando protestaba contra los males del mundo. Su sensibilidad social y los motivos profundos de su trabajo como facilitador de procesos sociales, residían tanto en su inagotable vocación crítica como en su bondad y su generosidad humana, más allá de toda condición de “clase, género y etnia”. Era un hombre de izquierda. Un apoyo crucial para el desarrollo de la cultura audiovisual –independiente, no comercial– del país. Un animador de conciencias y un ser humano complejo, pero sencillo en su proceder frente a los demás.
Ante la confusión y la incertidumbre, acudía a la risa, al dibujo, a la poesía, al cuento muy corto, a una buena comida, a la discusión, al desenfado. “Yo me reafirmo cuando observo a los demás”, me dijo 3 ó 4 días antes de morir, a propósito de una entrevista que grabamos con Tristán Melendreras Soto, economista marxista con quien fundó amistad sincera, 15 minutos después de conocerlo.
Al salir de aquella entrevista, viajando por el Anillo Periférico de vuelta hacia Casa Roja, dijo “Lo peor de la izquierda oficial es que se olvidó de movilizar las ideas”. Y yo le dije que también los afectos, que teníamos que fundar en Guatemala un comunismo de la ternura.
Hoy está muerto ¡como que si nada! Y me cuesta creerlo. Y me da rabia que de día celebrábamos su bondad, su generosidad, y de noche ascendía en secreto hacia su pequeño castillo, en la terraza de la Casa Roja, para murmurar casi en silencio la melodía de su lucidez y su dramática soledad.
Le gustaban los contornos de la igualdad en el porvenir, no describir en el presente toda la mierda de este sistema: “eso se los dejo a los que no tienen imaginación”, me dijo la última vez que estuvimos juntos (y lloro porque no tengo la forma de agradecérselo).
1Alfonso Porres, examen de admisión, Taller de Cine de la Usac, febrero de 1986.
http://lahora.gt/murio-alfonso-porres-la-ciudad-no-sera-la-misma/
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