Elías Barahona, rindió testimonio en el juicio que se sigue por el incendio de la embajada de España el pasado 2 de octubre. (Foto: Siglo21) |
MIGUEL ANGEL ALBIZURES |
Los jóvenes, salvo los que fueron sus alumnos, lo conocieron, pero a la mayoría el nombre no les suena para nada, porque no acostumbran enriquecer sus conocimientos de la historia patria y especialmente de aquellos que dedicaron su vida al servicio del pueblo. Los militares y civiles, especialmente los que se mancharon las manos de sangre, le recuerdan con odio, lamentándose no haber logrado eliminarle en aquellos años en que desataron la carnicería humana y él, el Topo, estuvo cerca de ellos, tomando nota de sus órdenes y bestialidades que posteriormente denunció valientemente, cuando continuar infiltrado ya no era posible.
Para varias generaciones de revolucionarios, el nombre de Elías Barahona dice mucho, su humor negro les hizo sonreír forzadamente, quizá a muchos les cayó mal, pero en su mayoría reconocieron su sagacidad y entrega a pesar que muchos han callado ante su ausencia obligada después de librar su última batalla frente a la enfermedad que se lo llevó más allá, desde donde sigue observando la militarización del país y los planes de inteligencia que hoy realizan para cuadricular a los dirigentes sociales y comunitarios y eliminar a quienes –ellos– siguen considerando el enemigo interno.
Lo vimos en el juicio por la masacre de la Embajada de España, frente a unos de los acusados dando su testimonio de las órdenes que escuchó aquel fatídico día que demostró al mundo la clase de salvajes que gobernaban al país. Fue su última aparición pública para decir al pueblo lo poco que les importaba la vida humana a quienes ordenaron que se masacrara a todos los ocupantes de la embajada.
A Elías lo conocí en la década de los setenta, reporteando, corriendo de un lugar a otro en búsqueda de la noticia. Lo encontré después en Nicaragua en donde compartió la casa con mis hijas y en donde nació una amistad de familia y se fortaleció la relación de amigos, compañeros y colegas. Por eso, mis hijas y sus hijas se fundieron en un abrazo frente a sus restos cuando eran velados en el Salón Mayor Miguel Ángel Asturias de la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG), a donde había pedido estar, porque desde ahí, había librado importantes batallas por los periodistas guatemaltecos, desde aquellos lejanos días de la creación de la Escuela de Periodismo y del sindicato de Trabajares en los Medios de Comunicación Social de los que fue uno de sus principales dirigentes.
El Topo, nos dejó, pero ahí está parte de su historia y de la lucha revolucionaria en el país, en los libros Marea Roja, Memoria del Olvido, Archivo o Aprendiz de Topo y en lo que dejó sin publicar como su tesis doctoral y otros escritos que conoceremos en el futuro.
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