Nos testifican y dignifican.
Por: Édgar Gutiérrez
Juan Barrera Méndez, un chico de apenas 12 años fue torturado por el Ejército el 18 de enero de 1980. “Le removieron la planta de los pies y lo obligaron a caminar con esas heridas, lo colgaron en un árbol y después lo fusilaron.” Era originario de Zacualpa, donde servía como catequista. Ahora es beato proclamado por el Vaticano, junto con otros seis laicos catequistas y tres sacerdotes. Fueron víctimas de lo que la Iglesia católica califica como “odio a la fe”.
Tengo referencias cercanas sobre el rigor de los procesos de beatificación, que además tienen implicaciones judiciales para la Iglesia. Para corroborar los más recónditos pasajes de la vida de los futuros beatos, el Vaticano acude a expertos en prosopografía, sociología histórica y antropología, algunos son ateos, agnósticos o creyentes no católicos. En el caso de los beatos de Quiché el camino consumió más 18 años.
De las diez víctimas del Ejército en el contexto del conflicto armado, solo tres tienen expedientes de investigación abiertos -sin prosperar- en el Ministerio Público. Son los sacerdotes Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, José María Gran, Faustino Villanueva y Juan Alonso Fernández, españoles. Los casos de los siete catequistas y servidores comunitarios (salubristas): Domingo del Barrio Batz (originario de Chajul), el propio niño Juan Barrera Méndez, Miguel Tiul (Sacapulas), Nicolás Castro (Chicamán), Reyes Us Herández (Uspantán), Rosalío Benito (Chinique) y Tomás Ramírez Cabá (Chajul) están, sin embargo, documentados o nombrados en varios informes públicos (Remhi, la CEH y otros).
Al asomarse a estas ventanas dolorosas y trágicas de la historia reciente, me queda la sensación de que a pesar de la vorágine de nuestros tiempos, de los escándalos atroces de corrupción, las obscenidades y el abuso de autoridad que nacen y mueren cada día desde todos los poderes del Estado, porque otros hechos aún más desvergonzados los disminuyen, estos actos supremos -notablemente contrastantes- de dignidad nos impiden claudicar. Son estos siete campesinos anónimos elevados ahora universalmente como vidas ejemplares, quienes nos testifican y dignifican ante esta inmensa y abrumadora podredumbre.
Dice el obispo de Quiché, Rosolino Bianchett (casi 40 años sirviendo en la zona), en la magnífica entrevista de Cindy Espina (‘elPeriódico’ 2/5/21), que lo más desesperanzador no es la ausencia de justicia penal, sino el silencio de los perpetradores. Ni siquiera decir “nos equivocamos”. En otros países a los combatientes de guerras verdaderas les llaman héroes veteranos. ¿Qué acto heroico encierra acabar con la población civil no combatiente? Como me dijo un director de Operaciones del Ejército, cuando trabajé el Remhi: “Nos reportaban desde Chixoy… más de cien bajas al enemigo… cero bajas en nuestras filas. Habían masacrado niños, mujeres y ancianos inermes.” Son demasiadas las injusticias clavadas en el corazón de nuestros pueblos.
https://elperiodico.com.gt/opinion/opiniones-de-hoy/2021/05/03/los-beatos-de-quiche/
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