lunes, 24 de febrero de 2014

El derecho a opinar.


Recuerdo que  el primer documental que vi referente a migraciones fue uno que abordaba el tema de las personas suramericanas que emigraban hacia España. Donde mostraban las dos realidades: quienes se fueron y quienes se quedaron. Quienes se fueron son los padres y quienes se quedaron, los hijos a cargo de familiares. En España vivían en pequeños cuartos de no  más de dos metros cuadrados, donde vi: un catre, una estufa de mesa puesta sobre un bloque, la ropa en bolsas plásticas y las fotografías de quienes se quedaron.

 El documental fue grabado para el tiempo de invierno, los migrantes sin documentos no tenían dinero para pagar calefacción que les entibiara las noches. Malabaristas de los mil oficios. Escapando siempre la Guardia Española que ponía retenes en todos lados y abordaba los metros, camionetas y revisaba en fábricas, restaurantes y en cualquier lugar habido y por haber, en busca de personas indocumentadas. Después venía la imagen de quienes se quedaron, cómo vivían en la lejanía de la tierra amada y cómo crecían a la deriva emocional pero con una aceptada posición económica que les brindaba la oportunidad de poder tener acceso a lo básico.

Ese documental lo lloré todo, cada instante, cada mirada, cada palabra, casa pesar y cada nostalgia. Eran las mías. Las de millones alrededor del mundo.

Después vendría otro igual filmado en España pero con enfoque cabalístico hacia la migración de la África subsahariana. Ese me mató, me despellejó, me abofeteó. La humillación que vive un y una emigrante subsahariana por la característica de su color de piel, es terrible.
Débilmente y con el corazón desgarrado lloraba y lloraba y me quedó un vacío en la boca del estómago que será para toda la vida. Busqué entonces más documentales respecto al tema migración indocumentada. Llegaron a mis manos  desde los cinco continentes. Migración por todos lados, necesidad de comida, de oportunidad de desarrollo. Entonces vi un Sur que desconocía, una India más allá de ser multilingüe,  una Francia letal con la migración y una Holanda que lleva el primer lugar en xenofobia, racismo y leyes migratorias. Vendría con sus once ovejas República Dominicana que pavonea y hace alarde y humilla a cualquiera que lleve la sangre Haitiana. El Río Masacre me saludó.

El  “México lindo y querido”, -que escribiera Chucho Monge e hiciera famosa Jorge Negrete-  con su frontera sanguinaria no se quedó atrás, pero junto a él pujante una Centroamérica macabra con quienes carecen de documentos, porque son países: de origen y traslado en tema de trata de personas con fines de explotación sexual.
Estados Unidos entonces que es receptor mayoritario del negocio de trata de personas con  el mismo fin y aumentado el de la esclavitud laboral, me hizo un guiño de ojo para que no lo olvidara.

Agregada la cantidad  de personas migrantes  sin documentos que viven en el país  y que tienen una historia de travesía que debe ser contada. Dejé de llorar porque se me curtió el alma, porque con llorar no solucionaba nada, porque era necesario no estar cruzada de brazos y tenía que aportar al cambio, con la denuncia, con las herramientas a mi alcance, desde mi espacio.

Una “ventana al mundo” y mis letras. Tenemos el derecho a guardar silencio y el de opinión. La mayoría prefiera guardar silencio: por temor, comodidad, apatía, razones hay muchas. Pocos y pocas son las que se atreven a alzar la voz y tan contados los seres que lo hacen de por vida.
Quienes resisten, quienes encaran, quienes transforman y quienes continúan a nado sobre corriente.

Pero no es solo el caso de la migración indocumentada, que dicho sea de paso debe ser contada con verdad y responsabilidad, sin caretas y sin maquillaje, porque esas miles de almas que viven en las sombras de la invisibilidad sienten y respiran y sueñan y añoran y también tienen dignidad y son parte de la transformación de este mundo. Se les debe respeto y más que una venia.

Pero, ¿y la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral? ¿El tráfico de órganos? Son temas delicados pero por lo mismo deben ser denunciados también. ¿Quién lo hace? ¿Quién se suma a la denuncia? ¿Desde dónde, cómo y cuándo? ¿ES necesario un título universitario, contactos, aplausos?
¿Qué se necesita para denunciar? Valor. Valor. Valor. Valor.

¿El valor lo acredita  un título universitario? ¿Una posición laboral? ¿Un posición social? ¿El intelecto? No. El valor lo da la sangre roja que hierve en el corazón. La dignidad humana. La conciencia. Que no tiene nada que ver con halagos ni con caretas.   ¿Con comodidad? No, desconoce de ésta y de falsificaciones y maquillajes.

¿Quién puede denunciar? Quien tenga el valor y sepa que con esto las consecuencias pueden ser letales. Jugando no está, chaqueteando tampoco, de alfombra carece y tampoco se presta para burdos chantajes. Quien denuncia la verdad de una realidad latente, se gana enemigos, se aleja la familia, colegas y amistades que dijeron que serían para toda la vida.  El aire se vuelve ralo pero respira y continúa porque sabe que es necesario denunciar y hacer valer su libre albedrío, Derecho Universal por el que ancestros y ancestras dieron sus vidas, para que quienes poblamos hoy la tierra gocemos de ese privilegio que, nos quieren quitar: con intimaciones, manipulaciones, torturas, asesinatos, nos quieren callar para manteneros ajenos y sumisos, enajenados y maniobrables.

Yo decidí dejar de llorar y expresar mi opinión que no es la de una persona intelectual, estudiada en grandes universidades prestigiosas, que no es la de un parlante de cuatro idiomas, pero es mía y mi derecho es y lo estoy haciendo valer.

Nunca me he sentido inferior a nadie –que yo sepa conscientemente, en mi inconsciente no sé-  por carecer de comodidad económica, por no haber terminado la universidad y por no viajar alrededor del mundo y conocer otros lugares. Apenas llevo cuatro años  en que empecé a leer, unos cuantos libros he leído nada más, desconozco de clásicos de la literatura universal, aun no leo El Principito  y tampoco he hojeado nada de Shakespeare y El Quijote jamás lo he tenido en mis manos. Llevo un tres semanas  tratando de pasar de la hoja  número10 en el libro de Virginia Woolf llamado, Al Faro. El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, lo acabo de comprar y aun no lo leo.

Vergüenza no siento, porque soy parte de un pueblo que ha tenido que trabajar día y noche para comer, al que se le han negado las oportunidades de desarrollo, soy obrera como los millones que se levantan en la madrugada y se van a dormir cuando  la luna está por despertar el día. Soy campesina como los que caminan con pies descalzos en el llano y las zarzas, como las mujeres que se levantan en la madrugada a cocer el nixtamal para tortearlo con las palmas de sus manos,  de las que van al río, a la quebrada, a la pilona y  que acarrean agua en tinaja y cántaro, por eso sé del valor de una gota que calma la sed. Sé de cuidarla.


Yo soy como  los millones de niños que crecieron con hambre en las tripas, a mí nadie me va a venir a decir a qué sabe un plato de comida ni una tortilla con sal, porque si de algo sé es de valorar cada bocado de comida que va a mi boca. Sustento para mi alma.

Y soy mercado, ambulante, invisible como los millones que están en las calles, en las plazas de los pueblos, conozco de esa realidad también, ahí yo tengo doctorados y pergaminos invisibles: invaluables.

Soy proletaria, lo he sido toda mi vida. Y desde mi entraña de mil oficios expongo mi sentir y mi pensar, que no tiene por qué ser el de ninguna otra persona y con  el cual tampoco se tiene que sentir identificado nadie más. Es mío y hago uso de mi derecho de libre albedrío.

Soy frontera: y vivo.  Denuncio lo que sucede en las fronteras llenan de sangre fresca y seca. Nadie me va a venir a decir el significado de la palabra: con ponencias de intelectualidad, estadísticas y estudios en universidades prestigiosas.  Conozco su magnitud y su entraña, la llevo en mi piel.

Mi lenguaje no es el de una intelectual porque no pretendo ser lo que no soy. Yo soy suelo raso, periferia, soy pueblo. No pretendo llegar a cantinear con mis letras a ningún gremio de intelectuales que sí conozcan de: ortografía, síntesis, sinapsis, gramática, cadencia, forma, sonido, diptongos, esdrújulas y vocablos para decorar lo indecorable. Por el contrario son brasa, insistencia, resistencia, terrón, talpetate, sangre hirviente. No conozco de formas ni de modos para decir las cosas, las digo tal y como las siento y pienso.

Desconozco de fundamentos procreados por lecturas masivas de tomos y tomos en temas específicos, mi especialidad es en sobrevivencia humana desde la invisibilidad de la carencia. Tengo el valor de no quedarme callada y de no fingir que todo está bien conmigo, con mis emociones y con mi economía. Expreso desde mi experiencia de vida y mi pensar. Que no es el correcto posiblemente y que no es el acertado, pero me atrevo a exponer mi análisis pobre en teoría pero rico en corazón.

Con esto quiero decir que para quienes se preguntan, ¿cómo es posible que se atreva a escribir una indocumentada?, ¿una limpiadora de casas? ¿Una heladera?, ¿una muca? ¿una revoltosa? Si ni fundamentos concretos tiene.  Se le nota la poca escuela. Además lo hace con lenguaje de carretera.

A estas personas les digo:  me encanta utilizar el lenguaje de carretera, es mío. Escribo como lo que soy porque no pretendo imitar. Mi letra no se parece a la de nadie más porque no soy nadie más. Soy única como lo somos todos los seres humanos, muchos aun no saben que hay otra forma de ser sin tener que  imitar.
Creo desde mi experiencia, expongo desde mi sentir, expreso aunque sepa que carece de todo aval intelectual. Pero expreso para mi pueblo, para la alcantarilla, la clase: obrera, campesina y proletaria,  de ahí vengo y ahí pertenezco, ningún sueño tengo de pertenecer a otras urbes suburbanas.
Hablo simple porque en la simpleza está la esencia de la vida. Burdo lenguaje que se habla en el suelo raso, yo hablo para los míos no para encopetados.

Así es que: obreros, campesinas, crías de arrabal, proletarios, flores del suelo raso,  migrantes indocumentados, vendedoras de mercado, fronteras del mundo entero: ustedes son mis venas, mi sentir y mi expresar. Roja la sangre porque roja es la memoria, la identidad y la dignidad. Roja la lucha.

No se puede andar por la vida campante, fingiendo que el cielo es siempre azul y que el mundo va sobre ruedas en eras de desarrollo. Cuando hay tanta injusticia social e inequidad. Cuando hay tanto abuso de poder. Machismo, corrupción.  Hay que perder el miedo y expresar, denunciar, accionar. Se aprende mucho cuando se sale de la burbuja donde se ha vivido. Cuando se deja de ver solo sobre el derecho de su nariz. Cuando se deja ser azadón. Cuando damos en lugar de esperar recibir. Cuando creamos pensando en un pueblo y no en un suburbio. Fácil no es. Pero lo fácil no vale la alegría… Queremos alegría, no penas.

No necesito ser juzgada por mis carencias, las conozco muy bien. Y tengo el valor de levantar la cara y expresar desde sus entrañas. ¿Quién tiene el valor  para hacer eso desde la comodidad de clase, economía y pergaminos de títulos universitarios? Esto está escrito con decencia  que me da pertenecer al suelo raso, dedicado a toda aquella persona de eficiente intelectualidad que ve en mis letras el bochorno de la osadía que escribe con faltas ortográficas y sin fundamentos teóricos.

Tengo el fundamento de la experiencia de vida en la invisibilidad, ni más ni menos. Tesón en cordillera de zarzas. Voz del corazón. Modestia aparte. –Por supuesto el orgullo se me sale por los poros-.


Ilka Oliva Corado.
Febrero 22 de 2014.
Estados Unidos.

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