MARIELOS MONSÓN
La conmemoración de
la quema de la Embajada de España tendrá este año una connotación completamente
distinta a la que tuvo durante más de tres décadas. Los sobrevivientes y los
familiares de las víctimas alcanzaron la justicia, esa que se les negó reiteradamente,
y hoy tienen, además, la verdad histórica de su lado. Tuvieron que pasar 35
años para que el caso llegara a juicio y un tribunal colegiado dictara
sentencia. Ahora no podrán decirles que lo que sucedió en el recinto
diplomático fue una inmolación -aunque haya quienes insistan neciamente en esa
versión- porque lo ocurrido ya fue plenamente probado. Ese es el valor de la
justicia. Durante décadas se les tachó de mentirosos y de manipuladores, se les
dijo que sus parientes merecían morir así porque eran guerrilleros, como si eso
fuera una causa válida para iniciar el fuego y que “nadie saliera con vida”.
La versión de las bombas molotov como causantes del incendio
quedó desvirtuada por los expertos, y las juezas le dieron valor probatorio.
La condena unánime para Pedro García Arredondo, exjefe del
Comando 6 de la Policía Nacional, a quien testigos identificaron en la
escena del crimen, no deja lugar a dudas sobre que lo ocurrido aquel 31 de
enero de 1980 fue terrorismo de Estado. Después de dictada la sentencia en este
juicio, nadie puede afirmar que la Fiscalía, los querellantes, los testigos y
los familiares sostienen una versión subjetiva de la realidad; lo ocurrido dejó
de ser la opinión de un grupo de personas para convertirse en una verdad
jurídica basada en evidencia. Ese es el valor de la justicia.
Hay quienes insisten en dejar atrás el pasado y ver hacia el
futuro a partir del olvido y de la impunidad. Son aquellos que buscan
desesperadamente la amnistía. Hay otros, entre quienes me incluyo, que también
queremos ver hacia el futuro, pero a partir del reconocimiento de la verdad y
la aplicación de la justicia, que es un derecho irrenunciable y no negociable.
Las heridas no se cierran por decreto, la reconciliación no se
alcanza a partir de la negación o la manipulación de la verdad. Lo sabemos
todos aquellos que afrontamos el horror en carne propia. A mi padre, Guillermo
Alfonso Monzón Paz, un abogado penalista y catedrático de la Universidad de San
Carlos, lo asesinó un escuadrón de la muerte en febrero de 1981; yo tenía 10
años, él 37. Mi papá también fue víctima del terrorismo de Estado, la misma
cúpula policial que mandó a quemar a los campesinos en la Embajada, ordenó su
asesinato; y nadie me puede pedir, aunque hayan pasado 34 años, que olvide y
que me calle, porque me asiste el derecho de buscar la verdad y pedir
justicia, que es la única medicina capaz de curar una sociedad enferma como la
nuestra. Y se equivoca el que afirme que la búsqueda de la justicia tiene un
signo ideológico.
Quienes ya no están
nos dieron una lección de vida, de dignidad y de coraje. Quienes quedamos no
podemos más que rendirles tributo exigiendo verdad y justicia, y hacerles saber
—allá donde estén— que su lucha no fue en vano y que seguimos amándoles
profundamente.
http://www.prensalibre.com/opinion/El-valor-de-la-justicia_0_1292271025.html
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