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El
“juicio del siglo”, como le dicen, ha acaparado la atención nacional e
internacional. Mucho se ha dicho que sólo está sirviendo para tomar
venganza, para abrir heridas, para continuar conflictos.
Domingo 07 de Abril de 2013
Por Margarita Cano
En
mi opinión, sobre todo después de escuchar testimonios tan
desgarradores como el de las mujeres ixiles esta semana, este juicio es
una oportunidad de marcar la historia.
Decir que es un caso complicado es decir poco. Las
posturas ideológicas abundan en la discusión de los hechos, oscureciendo
la oportunidad de argumentar coherentemente; y no se confundan, esto
ocurre de ambos “lados”. Lados que poca validez tienen en el contexto
actual. Sobre todo porque a quienes parece importarles, somos pocos.
Alguien preguntaba en las redes sociales hace poco, ¿qué opinará la
juventud al respecto? Pues yo le respondo, con seguridad, que al 99% de
la juventud guatemalteca no le importa. No le importa porque está más
ocupada preocupándose de cómo sobrevivir, de cómo comprar, de cómo
trabajar, de cómo lidiar con todo lo que significa vivir en este país.
Pero sobre todo, no le importa, porque le han enseñado a que no le
importe. Nunca se nos enseñó a ponernos en los zapatos del otro, nunca
siquiera se nos enseñó qué pasó. Las clases de historia de Guatemala
sólo traen vagas alusiones a los mayas y de los cuetes de la
independencia. De ahí en adelante, la mayoría sabe lo que sabe por lo
que cuentan los papás, los tíos, los abuelos. Hay quienes aún creen la
historia de que las fosas comunes son cementerios de las aldeas. Hay
quienes no saben siquiera que hay un juicio.
Todas estas historias son de personas de verdad, con un nombre, con una cara, con una familia. Igual
que usted y yo.
Si no sabemos qué pasó, no entenderemos nunca
que éstas son las raíces de todo lo que nos rodea hoy en día. El martes,
un grupo de mujeres ixiles testificó ante la jueza Jazmin Barrios en el
juicio. Ellas pidieron que se resguardara su identidad al narrar sus
historias. Al día siguiente, se publicaron pequeñas partes de esas
historias, con un nombre cada una. No sé si eran sus nombres reales o
eran ficticios, pero algo se movió en mí cuando leí mi nombre entre
ellos. Margarita. Contaba cómo le habían glpeado tanto en el vientre
estando embarazada que perdió su bebé. Otra mujer contaba de una niña de
siete años, a quien habían violado tantas veces, que se había
desangrado hasta morir. Otra
contaba cómo le habían disparado en la cara
a su esposo, cómo ella había huido hacia las montañas. Todas estas
historias son de personas de verdad, con un nombre, con una cara, con
una familia. Igual que usted y yo.
Qué mujeres más valientes y admirables, que tres
décadas después, están dispuestas a recordar y declarar. Esos recuerdos
todavía deben ser dolorosos, todavía deben causar rabia e impotencia y
decidir traer de nuevo esos fantasmas al presente, requiere mucho valor.
De nuestra parte, de quienes somos jóvenes, requiere por lo menos
atención y respeto. Requiere que escuchemos y aprendamos. Requiere,
seamos quienes seamos, digamos “nunca más”.
Sea cual sea la resolución del juicio, habrá quién no
esté de acuerdo. Habrá problemas, habrá apelaciones, habrá protestas. Se
dirá que pesó más un lado o pesó más el otro. Quisiera, sinceramente,
que lo que pese sobre todo sea la historia, los hechos y que
reconozcamos que estas personas merecen ser escuchadas. Pero temo que
seguiremos siendo pocos los interesados, temo que la juventud seguirá
alienada de ese pasado que se siente tan lejano pero que nos acecha
constantemente. Temo por mi generación, que cierra los ojos y los oídos
ante lo que “no le afecta” y prefiere ver sólo su nariz. Temo, porque la
violencia sexual sigue existiendo, la discriminación sigue existiendo,
el hambre sigue existiendo, la desigualdad sigue existiendo y la espiral
parece no tener fin. El juicio del siglo no ha hecho más que sacar a la
luz nuestros más escondidos miedos, resentimientos y obstáculos. Temo
que no nos demos cuenta a tiempo que el juicio del siglo no es de nadie
más que de nosotros como país.
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