miércoles, 10 de abril de 2013

La perspectiva kaibil O el punto de vista de los asesinos. Al reo Ríos Montt.


El machete silbó al cortar el aire: la cabeza de Juan hizo un gesto como de comprensión y ternura al desplomarse sobre su hombro izquierdo: los párpados se le abrieron y cerraron como a las de mariposa al tiempo que volcanes, nubes, cielo y montañas daban vueltas y vueltas mientras se desvanecían poco a poco hasta desaparecer. Quizá pudo llegar a ver aún, desde el suelo, que su cuerpo daba pasitos hacia atrás como un bebé y que caía sentado temblando mientras del cuello le brotaba un grueso chorro de sangre morada que se dividía en tres afluentes: uno bañaba el hombro, el otro el pecho y el tercero el cielo y después la tierra: también las hojas secas y los arbustos que pisaban los kaibiles regados por todas partes con machetes y antorchas en las manos, y con sus caras llenas de tizne alrededor de los ojos.

Toribio de León, kaibil, quedó inmóvil un instante viendo sobre el suelo la cabeza de Juan: luego la apartó de su camino antes de proseguir la marcha. Delante de él, una mujer con un niño entre los brazos tendió su mano suplicante pero Toribio la cortó de un tajo: cuando la mujer gritó escandalizada él le arrebató al bebé, lo tomó de los pies, caminó hacia un peñasco rocoso y contra él lo aplastó tres veces. La mujer se levantó y corrió hacia Toribio que aventaba lejos el cuerpo del niño. Al verla venir, lanzó un filazo hacia arriba y un seno voló por el aire: la mujer siguió persiguiéndolo mientras él caminaba hacia atrás: Toribio entonces se afirmó en el suelo, tomó el machete con ambas manos y lo hundió de filo hasta el mentón de la mujer: ella pareció electrizarse y luego quedó ahí, muerta sobre la tierra. Toribio zafó el arma y avanzó hacia los ranchos que empezaban a arder. A su paso la gente corría gritando, los cuerpos desmembrados se agitaban sobre el suelo: él sentía caliente la sangre, sus manos apretaban el arma con fuerza: su cuerpo estaba excitado y a punto de reventar…

Varios niños se internaron en el monte arrastrando a un anciano. Toribio los vio y apuntó en su mente: son los que deben contar lo que pasó, los sobrevivientes. Y caminó hacia los ranchos que ardían: un oficial había juntado a tres indias embarazadas espalda con espalda: estaban tomadas de los brazos viendo a los soldados avanzar, mirando cómo macheteaban a los cerdos, a los perros, a las gallinas, a los niños. El oficial se dirigió a Toribio y le gritó: “¡Proceda!” Toribio envainó el machete y sacó el puñal, tomó del pelo a una de las tres mujeres y la echó en tierra: puso una bota sobre su cuello y le rasgó el vientre del que brotó un líquido amarillento: luego sacó el feto, se lo mostró a la mujer que abría la boca sin poder gritar y lo aventó lejos de sí. Quiso tomar a otra de las embarazadas pero corrieron hacia el monte: el oficial entonces lanzó una ráfaga con su M-16 que roció las cinturas de las mujeres: cayeron hincadas agarrándose el vientre: Toribio avanzó despacio y pudo sin mayor dificultad rasgar todos los vientres y lanzar todos los fetos hacia el fuego de los ranchos. Tres hombres miraban aquello sin poder moverse: estaban encañonados por cinco kaibiles quienes luego les colocaron garrafones de metal y antorchas en las manos para que ellos mismos prendieran fuego al dep…

(Fragmento. Señores bajo los árboles. 1era edición, 1994. 2da edición: Editorial Cultura, 2009. http://www.literaturaguatemalteca.org/morales.html)

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