La catastrófica situación
del país en lo económico, en lo político y en lo social, no es algo que podamos
ignorar, pero parece que nos seguimos durmiendo en los laureles y, como siempre
sucede, no le damos importancia a los pasos de animal grande que retumban a
nuestra espalda, anunciándonos el peligro que se cierne sobre los sectores más
beligerantes de esta sociedad y de este país, que no pasa de ser una república
bananera, con el agregado de la minería que impone sus condiciones de
exploración y explotación de unos recursos que nunca les han pertenecido, pero
que han encontrado bondadosos gobernantes que se los ofrecen y se los entregan
a cambio de migajas.
Al
igual que a inicios del siglo XX, cuando la United Fruit impuso condiciones de
semiesclavitud y se apropió de extensas tierras, hoy podemos hablar de
reducidos grupos que hacen y deshacen a su antojo en el país. Tenemos a los
militares en el poder y copando las principales instituciones que les generan
beneficios; el poder económico que, como siempre, disfruta las mieles del poder
e impone sus condiciones.
El
crimen organizado y los narcos, en donde personajes de los dos primeros
participan descaradamente y son utilizados por el Gobierno para lanzar cortinas
de humo ante las problemáticas que pueden estallarles en pleno rostro, y el
poder transnacional, detrás del cual están los inversores nacionales y el
Gobierno que hace del país su paraíso para la inversión con el pretexto del
“desarrollo”, que no es integral, sino, como siempre, en beneficio de unos
pocos.
Las
pésimas condiciones laborales de la clase obrera y campesina que se traducen en
bajos salarios, unido al alza considerable del precio de la canasta básica,
provoca aumento de la desnutrición infantil y el hambre en el país, que no se
combaten sino fomentan a través del acaparamiento y la corrupción, la
criminalización de los conflictos sociales como negación a los derechos de
petición y de protesta de sectores desposeídos, y el peligro real de restringir
el derecho a la libre expresión ante las críticas casi generalizadas de los
medios, a la corrupción de funcionarios y a la ineficaz conducción del
Gobierno. Si a ello agregamos el asalto que preparan a las instituciones de
justicia y al Tribunal Supremo Electoral, en poco tiempo tendremos un Estado
navegando en la impunidad, pero alucinante para quienes han parcelado el país y
se benefician de sus recursos. Por ello, hacen falta formas organizativas y de
respuesta que detengan los pasos de animal grande, o nos aplastarán y seguirán
desfalcando las arcas nacionales.
Opinión: elPeriódico, 10 de octubre de 2013
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