Opinión: elPeriódico, 2 de marzo de 2013
La memoria olvidadiza
Resulta
inexplicable que haya alguien que se niegue a recordar que arrasó totalmente
muchas aldeas.
José Barnoya
La edad no perdona, ni los años pasan
impunemente. Es alrededor de los tres katunes que aparecen los achaques, los
alifafes y los arrechuchos. El oído, la vista, el olfato, los cinco sentidos
empiezan a atrofiarse; lo mismo que el cerebro. Se mueren más neuronas que las
que nacen, y estas últimas nacen ya añosas. El deseo por cualquier cosa y por
lo que sea se va esfumando día a día y noche tras noche. Pero, por avanzada que
sea la arterioesclerosis y por severa que sea la amnesia, siempre la memoria
supera al olvido. La sombra del pasado siempre está presente a la luz del
futuro. Todos tenemos algo ominoso que recordar y algún hecho abominable que
relatar. Barbaridades, crueldades y atrocidades salen a flote desde lo más
insondable de la memoria.
Como para que se me olvide que desde el
tejado de una casa de la novena avenida, mi amigo y yo bañamos a guacalazos a
un estudiante que bien trajeado llevaba al cine a la novia que luego sería su
esposa. Todavía resuena en mis oídos el ruido seco de los bodoques de barro que
enrojecieron el verde refulgente de una inocente lagartija en los cañaverales
de las Aguas Vivas. Si viviera Chalo, recordaría la
carrera a través de los pasillos del Mercado Central, después de sustraer
mañosamente habas y manías del canasto de una regatona.
Lo más abominable fue cuando desperté de
un par de manotazos al caballo que dormitaba uncido a un carruaje atrás de la
Catedral y el macho desbocado se fue calle abajo atropellando gente. El policía
me capturó y arrastró hasta el colegio La Juventud, en donde el director me
encerró en un cuarto oscuro toda una tarde. Años después lancé un canchinflín
que persiguió las piernas sensuales de una hermosa mujer, por lo que el marido
me asestó dos severas pescozadas.
Esos y otros hechos desastrosos no se han
logrado borrar de la flaca memoria a pesar de los más de ochenta años que llevo
a cuestas. Es por ello que cuesta aceptar: la arterioesclerosis avanzada, la
amnesia insidiosa, el fingido alzheimer y el persistente olvido. Resulta
inexplicable que haya alguien que se niegue a recordar que arrasó
totalmente muchas aldeas, que masacró íntegra a una tribu y que acalló a miles
de voces para siempre.
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